En seis días, Dios creó todas las cosas para el hombre: la noche y el día; el cielo y los mares; el sol, la luna y las estrellas, las plantas, los pájaros, los peces y las bestias del campo. El mismo sexto día, para coronar su obra, creó al hombre, que debía ser el dominador de todo lo creado.
Dios ornamentó el mundo para deleite del hombre y se lo dio a Adán para que lo cultivase y lo guardase. Era el primer gran gesto de amor infinito de Dios. Sin ningún mérito por su parte, el hombre se encuentra como dominador y señor de toda la creación. Pero Dios mismo contempló esta situación y por primera vez declaró que había algo que no era bueno: «No es bueno que el hombre esté solo». Dios quiso inmediatamente poner remedio a esta situación y trajo ante él a todos los animales para que les pusiese nombre y ejerciese autoridad sobre ellos. Adán podía someter a los animales, cultivar una tierra fértil y grata, sin sufrimiento, pero todavía estaba solo. Tenía un buen trabajo, un hogar bonito, animales domésticos y actividades para mantenerle ocupado, pero estaba incompleto. Incluso como imagen de Dios sólo estuvo completo cuando la mujer, Eva, se unió a su vida: el hombre y su mujer se hicieron «una sola carne». Adán tenía a su lado a Eva en un mundo perfecto. Existía el verdadero amor humano. La buena compañía de Adán no se limitaría a la pareja perfecta, sino que Dios les bendijo diciéndoles: «Creced y multiplicaos, y poblad la tierra». Es decir que la bondad de Dios, después de acabar la creación hecha para el hombre, buscó todavía más felicidad para él y mejoró lo creado dándole una compañera y de esta forma la humanidad se hacía más a la imagen de Dios. Había nacido la familia. Dios, que no es un Dios que está solo, sino una Trinidad, quiso que el hombre fuera una imagen de Él mismo y lo hizo familia. Sólo entonces el Edén fue realmente un paraíso. Dios, sólo por bondad, nos regaló un mundo en el que todo era bienestar y felicidad, donde hacernos santos era muy fácil.
Adán y Eva lo tenían todo en la vida y Dios les había dado el dominio sobre todo lo creado. Sus dones naturales eran tan increíbles que el mismo Dios los había declarado muy buenos y vivían en un mundo hecho a medida de su disfrute, sin pecado, sin sufrimiento ni enfermedad. Y, a pesar de que los cuerpos materiales son, por naturaleza objeto de decadencia y muerte, Dios había hecho a nuestros primeros padres inmortales.
Todo esto no es nada comparado con el máximo don de Dios. Dios alentó al hombre con su propio Espíritu. Es decir que desde el primer momento de su vida estaban agraciados sobrenaturalmente con la filiación divina.
Dios creó al hombre el sexto día y el séptimo día descansó. El séptimo día significaba la conclusión del vínculo de alianza familiar entre Dios y el hombre. Con el séptimo día, Dios estaba haciendo una alianza con la humanidad. Dios introdujo a Adán y Eva en su familia y les hizo hijos suyos.
Dios estableció una alianza con una condición a cumplir y esta condición era no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Si Adán y Eva guardaban la alianza vivirían su maravillosa vida para siempre, pero si no lo hacían, tendrían la más extrema de las muertes: la muerte física y, sobre todo, la muerte espiritual, el pecado original. Adán y Eva, hechos preternaturalmente inmortales, pero mortales por naturaleza, tenían un sano e instintivo aborrecimiento a la muerte física y espiritual, sino no tendría sentido el castigo con que Dios les amenazaba, «morirás». A pesar de ello y del amor que Dios había puesto al hacerles amos de todas las cosas creadas, Adán prefirió la muerte para sí y para su esposa.
El fracaso de Adán le apartó de la confianza en su Padre Dios y se volvió sobre él mismo en forma de orgullo. No estuvo dispuesto a dar su vida, por amor de Dios, ni salvar la de su amada. Al aceptar la tentación del diablo y comer del apetitoso bien prohibido, rechazaban la vida sobrenatural y la inmortalidad física. Se había roto la alianza que Dios Padre había hecho con la humanidad en Adán y Eva. Dios castigó a Adán y Eva echándoles del Paraíso y transformando su vida santa y deliciosa en vida ruda y con dolor.
Pero aquí se manifestó la infinitiva misericordia de Dios. Aunque el castigo no pudo evitarlo por causa de tan terrible pecado humano, Dios no quiso dejar al hombre abandonado a sus solas fuerzas sino que prometió que el linaje de le Mujer aplastaría la cabeza de la serpiente y repararía este monstruoso error con un sacrificio reparador perfecto.
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