El ocaso de una civilización
Me han surgido distintos pensamientos a raíz de la moción votada en el Parlamento Europeo (se refiere al reconocimiento de las uniones y de los matrimonios entre personas del mismo sexo votada en Estrasburgo esta primavera de 2015). El primer pensamiento ha sido este: es el fin. Europa se está muriendo. Y tal vez ni siquiera tiene ganas de vivir, pues no ha habido civilización que haya sobrevivido al ensalzamiento de la homosexualidad.
No digo al ejercicio de la homosexualidad. Digo al ensalzamiento de la homosexualidad. Hago un inciso: alguien podría observar que ninguna civilización ha ido tan allá como para afirmar el matrimonio entre personas del mismo sexo. En cambio, hay que recordar que el ensalzamiento es algo más que el matrimonio.
En distintos pueblos la homosexualidad era un acto sagrado. De hecho, el adjetivo usado en el Levítico para juzgar el ensalzamiento de la homosexualidad a través del rito sagrado es «abominable». Tenía carácter sagrado en los templos y ritos paganos.
Tanto es así que las dos únicas realidades civiles, llamémoslas así, los dos únicos pueblos que han resistido muchos milenios –en este momento pienso sobre todo en el pueblo judío– han sido esos dos pueblos que han sido los únicos en contestar la homosexualidad: el pueblo judío y el cristianismo. ¿Dónde están los asirios? ¿Dónde los babilonios? Y el pueblo judío era una tribu, parecía una nulidad frente a otras realidades político-religiosas. Pero la reglamentación del ejercicio de la sexualidad como encontramos, por ejemplo, en el libro del Levítico, se convirtió en un factor importantísimo de civilización. Ese ha sido mi primer pensamiento. Es el fin.
Satanás contra las evidencias
Segundo pensamiento, puramente de fe. Ante hechos de este tipo siempre me pregunto: pero ¿cómo es posible que en la mente del hombre se oscurezcan evidencias tan originarias, cómo es posible? Y he llegado a la siguiente respuesta: todo esto es una obra diabólica. Literalmente.
Es el último desafío que el diablo lanza a Dios creador, diciéndole: «Yo te enseño cómo construyo una creación alternativa a la tuya y verás que los hombres dirán: se está mejor así. Tú les prometes libertad, yo les propongo el arbitrio. Tú les das amor, yo les ofrezco emociones. Tu quieres la justicia, yo la igualdad perfecta que anula toda diferencia».
(…) Estamos, por consiguiente, frente a la intención diabólica de edificar una creación alternativa, desafiando a Dios con la intención de que el hombre acabe pensando que se está mejor en esta creación alternativa. ¿Se acuerda de la leyenda del Gran Inquisidor ? (Esta leyenda forma parte de la última novela de Dostoyevski, Los hermanos Karamazov).
¿Hasta cuándo, Señor?»
El tercer pensamiento tiene forma de pregunta: «¿Hasta cuándo, Señor?». Y entonces resuena siempre en mi corazón la respuesta que da el Señor en el Apocalipsis. En este libro se narra que a los pies del altar celeste están los asesinados por la justicia, los mártires, que dicen continuamente «¿Hasta cuándo vas a estar (…) sin tomar venganza por nuestra sangre (…)?« (cf. Ap 6, 9-10). Y me sale espontáneo decir: ¿hasta cuándo, Señor, no defenderás tu creación? Y de nuevo la respuesta del Apocalipsis resuena dentro de mí: «se les dijo que esperasen todavía un poco, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que iban a ser muertos como ellos».
¡Qué gran misterio es la paciencia de Dios! Pienso en la herida de su corazón, convertida en visible, histórica, cuando un soldado abrió el costado de Cristo. Porque de cada cosa y criatura creada la Biblia dice «y vio Dios que estaba bien». Por último, en el culmen de la creación, después de la creación del hombre y de la mujer, dice «y vio Dios que todo estaba muy bien». ¡La alegría del gran artista! Ahora esta gran obra de arte está totalmente desfigurada. Y Él es paciente y misericordioso. Y dice, a quien le pregunta «¿hasta cuándo?», que espere. «Hasta que el número de los elegidos no esté cumplido».
La tarea de los pastores y de los esposos
Pero hago otra reflexión, suscitada precisamente por los pensamientos de estos días. Pero yo, como pastor ¿cómo puedo ayudar a mi gente, a mi pueblo, a custodiar en la mente y en la conciencia moral la visión originaria? ¿Cómo puedo impedir el oscurecimiento de los corazones? Pienso en los jóvenes, en quién aún tiene el valor de casarse, en los niños.
Y entonces pienso en lo que normalmente se hace en el mundo cuando hay que enfrentarse a una pandemia. Los organismos públicos responsables de la salud de los ciudadanos, ¿qué hacen? Actúan siempre según dos directrices. La primera es curar, en principio, a quién está enfermo e intentar salvarlo. La segunda, no menos importante e incluso decisiva, es intentar entender el porqué y cuáles son las causas de la pandemia para poder así elaborar una estrategia de victoria.
Ahora la pandemia está aquí. Y como pastor tengo la responsabilidad de sanar y de impedir que las personas enfermen. Pero al mismo tiempo tengo el importante deber de empezar un proceso, es decir, una acción de intervención que exigirá paciencia, compromiso, tiempo. Y la lucha será cada vez más ardua y esto es tan cierto que a veces les digo a mis sacerdotes: yo estoy seguro de que moriré en mi cama, pero no lo estoy de mi sucesor. Probablemente morirá en la Dozza (cárcel de Bolonia, ndr).
Por consiguiente, estamos hablando de un proceso largo y que nos verá comprometidos en un combate duro. En resumen, estamos llamados a hacer ambas cosas: intervención de urgencia y lucha de larga duración, estrategia de urgencia y largo proceso educativo.
Pero, ¿quiénes serán los actores de una empresa para la que se necesitará tiempo y capacidad de sacrificio? En mi opinión son fundamentalmente dos: los pastores de la Iglesia y, más concretamente, los obispos. Y los esposos cristianos. Para mí, estos serán los que volverán a construir las evidencias originarias en el corazón de los hombres.
Los pastores de la Iglesia porque existen para esto. Han recibido una consagración cuyo fin es este, la potencia de Cristo está en ellos. (…)Y después los esposos. Porque el discurso racional viene después de la percepción de una belleza, de un bien que tú ves ante tus ojos, el matrimonio cristiano.
¿Y sobre la intervención de urgencia? Tengo que admitir que yo mismo tengo dificultades. Y esto porque no es raro que me falle el aliado, que es el corazón humano. Pienso en la situación entre los jóvenes. Vienen y me preguntan: «¿Por qué tenemos que comprometernos definitivamente, cuando ni siquiera estamos seguros de que nos seguiremos queriendo cuando llegue la noche?». Ahora bien, frente a esta pregunta yo sólo tengo una respuesta: recógete en ti mismo y piensa cuál ha sido tu experiencia cuando has dicho a una chica o, en el caso de una chica, a un chico «te amo, te amo realmente». Acaso dentro de ti, en tu corazón, has pensado: «¿Doy todo mí mismo a otra, pero sólo durante un cuarto de hora o como máximo hasta la noche»? Esto no está en la experiencia de un amor, que es don. Esto está en la experiencia de un préstamo, que es cálculo.
Pero si consigues guiar a la persona hasta esta escucha interior (Agustín), la has salvado. Porque el corazón no engaña. La Iglesia ha enseñado siempre su gran tesis dogmática: el pecado no ha corrompido radicalmente al hombre. El hombre ha hecho desastres enormes, pero la imagen de Dios ha permanecido. Yo veo, hoy, que los jóvenes son cada vez menos capaces de este retorno a sí mismos. El mismo drama de Agustín cuando tenía su edad.
En el fondo, al final, ¿qué es lo que conmovió a Agustín? Ver a un obispo, Ambrosio, y ver a una comunidad que cantaba con el corazón más que con los labios la belleza de la creación, Deus creator omnium, el bellísimo himno de Ambrosio.
Hoy esto es muy difícil con los jóvenes, pero en mi opinión es una intervención de urgencia. No hay otra. Si perdemos este aliado, que es el corazón humano – el corazón humano es aliado del Evangelio, porque el corazón humano ha sido creado en Cristo en correspondencia con Cristo –, decía que si perdemos este aliado no veo más caminos.
No podemos callarnos
Quisiera añadir una cosa para terminar. A medida que mi vida avanzaba, más descubría la importancia que tienen en la vida del hombre, para tener una buena vida, las leyes civiles. He entendido lo que dice Heráclito: «Es necesario que el pueblo combata por la ley como por los muros de la ciudad». Más envejecía y más me daba cuenta de la importancia de la ley en la vida de un pueblo.
Hoy parece que el Estado haya abdicado de su tarea legislativa, haya abdicado de su dignidad, reduciéndose a ser una cinta grabadora de los deseos de los individuos, cuyo resultado es la creación de una sociedad de egoísmos opuestos, o de frágiles convergencias de intereses contrarios. Tácito dice: «Corruptissima re publica, plurimae leges». Muchísimas son las leyes cuando el Estado es corrupto. Cuando el Estado es corrupto, las leyes se multiplican. Es la situación actual.
Es un círculo vicioso porque por una parte las leyes parecen reducirse, precisamente, a una cinta grabadora de deseos. Esto hace que lo social sea inevitablemente conflictivo, una lucha por la supremacía del más prepotente sobre el más débil, es decir, la corrupción de la idea misma del bien común, de la res publica . Entonces se intenta resolverlo con leyes olvidando que no habrá nunca leyes tan perfectas que hagan que el ejercicio de las virtudes sea inútil. No las habrá nunca. En esto, en mi opinión, nosotros, los pastores, tenemos una gran responsabilidad por haber permitido la irrelevancia cultural de los católicos en la sociedad. La hemos permitido, a veces incluso la hemos justificado. ¿Cuándo jamás la Iglesia ha hecho esto? ¿Cuándo jamás los grandes pastores de la Iglesia han hecho esto?
(…) No podemos callarnos. Ay de nosotros si el Señor nos reprendiera con las palabras del profeta: perros que no habéis ladrado. Lo sabemos, en los sistemas democráticos la deliberación política se basa en el sistema de la mayoría. Y me parece bien, porque las cabezas es mejor contarlas que cortarlas. Pero frente a estos hechos no hay mayoría que pueda hacerme callar. En caso contrario sería un perro que no ladra.
Me urge sobre todo, y he apreciado mucho, que esta jornada se haya planteado en defensa de los niños.
El papa Francisco ha dicho que los niños no pueden ser tratados como cobayas. Se hacen experimentos pseudo-pedagógicos con los niños. Pero, ¿qué derecho tenemos a hacer esto? La cosa más tremenda, el logos más severo dicho por Jesús tenía que ver con la defensa de los niños
Por consiguiente, en mi opinión, la iniciativa romana es algo que había que hacer obligatoriamente (se refiere a la manifestación de Roma del pasado 20 de julio). El día después tal vez el Parlamento saque una ley que reconozca las uniones entre personas del mismo sexo. Que lo haga, pero debe saber que es algo profundamente injusto. Y esto tenemos que decírselo esa tarde en Roma. Cuando el Señor le dice al profeta Ezequiel: «Tú vuelve a llamar», parece que el profeta diga: «Sí, pero no me escuchan». Tú vuelve a llamar y será quien es por ti llamado de nuevo responsable, no tú, porque tú has vuelto a llamarlo. Pero si tú no volvieras a llamarlo, serías tú el responsable.
»Si nosotros calláramos frente a algo así, nosotros seríamos corresponsables de esta grave injusticia hacia los niños, que han sido transformados de sujetos de derecho como cada persona humana, en objetos de deseo de las personas adultas. Hemos vuelto al paganismo, donde el niño no tenía ningún derecho. Era sólo un objeto «a disposición de». Por lo tanto, repito, en mi opinión es una iniciativa que hay que sostener, no se puede callar.