La masacre de tutsis a manos de sus vecinos hutus mientras todo el mundo miraba hacia otro lado marcó, durante la década de los noventa del siglo pasado, la visión que teníamos del África de los Grandes Lagos y supuso una sacudida sobre la conciencia de muchos. En 1994 casi un millón de personas fueron asesinadas en Ruanda en un genocidio planificado en el que se desencadenaron las pasiones más letales. Unos meses después, la violencia étnica llegaba al vecino Burundi, causando trescientas mil víctimas.
En 2005 llegaba al poder en Burundi el partido hutu de la mano de Pierre Nkurunziza, presidente del país desde entonces. A partir de ese momento su política ha sido cada vez más autoritaria y se ha caracterizado por medidas para favorecer a los hutus y discriminar a los tutsis, lo que ha provocado numerosas protestas. Ya en 2010 las elecciones fueron boicoteadas por la oposición, que denunció las numerosas trampas del presidente para mantenerse en el poder, pero ahora las reglas se han roto a plena luz del día al anunciar el presidente Nkurunziza que va a optar a un tercer mandato, violando así lo establecido en la constitución del país.
El anuncio ha provocado protestas y manifestaciones que han sido duramente reprimidas y se han saldado con varios muertos, al tiempo que el gobierno ha mandado detener al líder de la oposición, Pierre-Claver Mbonimpa y clausurar la mayor emisora de radio privada de Burundi. A estas noticias se unen los rumores de que el partido gubernamental está distribuyendo armas entre su rama juvenil, lo que no presagia nada bueno.
Por su parte, las noticias que nos llegan desde el vecino Congo no son mucho más alentadoras. Un reciente mensaje de los obispos de la provincia de Bukavu advierte de que se ciernen tres grandes peligros sobre esa región: «un clima de genocidio, un nido de fundamentalismo yihadista y un proceso de balcanización». Los obispos señalan que en su provincia eclesiástica «muchos grupos armados se comportan como depredadores contra la población que está abandonada a su suerte» y denuncian los crímenes contra la humanidad cometidos por tales grupos (como la mutilación de niños y destripamiento de mujeres embarazadas). En el mismo desgarrador mensaje se denuncia la instalación en el macizo de Ruwenzori de «facciones que inyectan su espíritu yihadista a sus reclutas, que entrenan para el terrorismo internacional. Su base está formada por personas de diferentes nacionalidades que se han asentado en los campos de entrenamiento llamados Medina, Canadá y Parking Kaza Roho. Se han unido jóvenes congoleños, engañados por los reclutadores sin escrúpulos que les prometen becas de estudio para Oriente Medio, Europa y Canadá. La comunidad internacional se limita a observar con sus aviones no tripulados». Y añaden una pregunta por desgracia retórica: «¿Tendremos que esperar a que la situación se degenere para que esta misma comunidad internacional lance un diluvio de fuego sobre la región, con el pretexto de luchar contra el yihadismo?». Lo cierto es que está teniendo lugar «una estrategia de desplazamiento forzado de poblaciones para ocupar poco a poco la tierra e instalar núcleos de yihadismo y bases de entrenamiento de terroristas. Esto ocurre en un contexto de especulación económica y de mafia político-militar, alimentada por el saqueo a gran escala de los abundantes recursos forestales, animales, minerales y de petróleo».
La Iglesia no está saliendo indemne de esta dinámica, a la que hace frente casi en solitario: el documento denuncia el intento de secuestro de Mons. Placide Lubamba, obispo de Kasongo, a comienzos de mayo, además de reiterar la indignación «por el silencio sobre los tres padres asuncionistas secuestrados el 19 de octubre de 2012 (…). ¿Están vivos o muertos?».
Regresamos, pues, a un escenario en el que no es improbable que se repitan unas pesadillas que aún no se han borrado de nuestra memoria, confirmándose una vez más que si algo nos enseña la historia es que los hombres no aprendemos de ella. La persistencia de los odios tribales, la inadecuación de los mecanismos occidentales de gobierno a situaciones tan diversas y la impotencia de las instituciones supranacionales para detener las guerras y los genocidios vuelven a ponerse amargamente de relieve en la crisis que están viviendo Burundi y la República Democrática del Congo.