La Iglesia es santa

La celebración del IV centenario de la quíntuple canonización de 1622: san Felipe Neri y cuatro santos españoles: san Isidro Labrador, san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier y santa Teresa de Jesús, tiene que ser una ocasión para recordar una verdad que profesamos en el Credo y que hoy parece olvidada: «La Iglesia católica es santa». Esta gran verdad hoy queda oculta por el alud de noticias que los medios de comunicación nos repiten tan insistentemente de forma intencionada sobre los escándalos tristemente reales, a veces, y en otras inventados o, por lo menos, magnificados, que se han dado en el seno de la Iglesia.
La santidad de la Iglesia no es solo proclamada en el Credo, sino también manifestada en tantas vidas de sus miembros a lo largo de toda su historia. Santidad muchas veces oculta a los ojos de los hombres, rodeada de humildad, aparentemente pequeña, pero grande a los ojos de Dios y de una fecundidad inmensa humana y espiritualmente. Madres que han sacrificado toda su vida por sus hijos, curas párrocos que han atendido con una fidelidad admirable durante años a sus feligreses, religiosos que viven su vida de entrega a Dios en el recogimiento del claustro o atendiendo enfermos de los que nadie se ocupa, o con una dedicación ejemplar en tareas educativas especialmente en los ambientes más pobres, misioneros que, lejos de su patria, llevan a cabo el mandato evangélico de anunciar el Evangelio hasta los confines del mundo. La santidad de la Iglesia es, como dijo Juan Pablo II, «el secreto manantial y la medida infalible de su laboriosidad apostólica y de su ímpetu misionero» (Christifideles Laici 17,3)
A lo largo de todas las épocas, la Iglesia ha manifestado su santidad del modo más eminente cuando sus fieles, estando sometidos a la persecución, han dado el máximo testimonio de su fe derramando su sangre. El siglo pasado y el actual siglo pasarán a la historia como los siglos de los mártires.
En un mundo en que parece que el espíritu del mal triunfa por todas partes, es absolutamente necesario dirigir nuestra mirada hacia estos hombres y mujeres que dan testimonio de como el Espíritu Santo continúa estando presente en su Iglesia con su acción santificadora. El precepto evangélico «Sed perfectos como mi Padre es perfecto» siempre encuentra quien está deseando que conforme su vida, confiando en la gracia de Dios. Este camino de santidad, que santa Teresita del Niño Jesús nos enseñaba con su vida y con sus palabras: «La santidad no consiste en tal o cual práctica. Consiste en una disposición del corazón que nos vuelve humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre» (Últimas conversaciones ,3 de agosto).
Es de notar como la Iglesia durante los últimos pontificados, especialmente desde el pontificado de Juan Pablo II ha intensificado de un modo sin precedentes en su historia, las declaraciones de beatos y santos. Es una llamada apremiante a todos los católicos para que dirijamos nuestra mirada hacia aquellos que con su ejemplo nos muestran el camino que lleva a Dios. Cuando el mal se extiende y penetra tan profundamente en todos los ambientes sociales, cuando hay la tentación del desánimo y la desesperanza, es necesario recordar que la Iglesia, la esposa de Cristo, es santa y santifica a sus miembros, y como dijo Juan Pablo y nos lo recuerda el Catecismo de la Iglesia católica: «Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias más difíciles de la historia de la Iglesia» ( CIC, 828).
Una última consideración sobre el aniversario que celebramos. Llama la atención que en 1622 se canonizaran en una misma ceremonia cuatro santos españoles; la costumbre era la canonización única en cada celebración, no había precedentes de canonizaciones múltiples, incluso dio lugar a algún comentario critico como si fuera resultado de la influencia política de la monarquía española en la Santa Sede.
Lo que es muy de admirar es la importancia de aquellos santos especialmente san Ignacio, santa Teresa y san Francisco Javier, que dejaron una huella tan profunda de su santidad que continua estando muy presente en múltiples apostolados y que hace referencia al vigor espiritual de la Iglesia en España durante la época de la Contrarreforma. A ellos les tenemos que encomendar nuestro presente para que intercedan ante Dios para que los malos presagios descristianizadores que acechan a nuestra patria no puedan cumplirse ante la fortaleza de una renovada santidad.