Santa Margarita, profeta del amor de Dios

El pasado 13 de mayo se cumplieron los cien años de la canonización de Margarita María de Alacoque, aquella religiosa de la orden de la Visitación que Dios escogió para comunicar a la Iglesia y a todo el mundo un mensaje profético, que tuvo que superar incomprensiones, desprecios y objeciones muy diversas, y a pesar de que estas dificultades nunca desaparecieron completamente, el magisterio pontificio de un modo único ha confirmado reiteradamente aquello que el Sagrado Corazón de Jesús comunicó a Santa Margarita: La devoción a su Corazón es el medio que Dios ha elegido para manifestar al mundo tan alejado de Dios su Amor Misericordioso. Las incomprensiones y dificultades han acompañado a los apóstoles del Sagrado Corazón: una prueba de ello son los 230 años que tuvieron que pasar para la canonización de santa Margarita y algo semejante o peor aún ocurrió con la canonización de san Claudio de la Colombière (1992) y la beatificación de Bernardo de Hoyos (2010).
Francisco Canals escribió en nuestra revista, con ocasión de la visita de las reliquias de santa Margarita a España en el año 2005, que si llegara el día en el que la Iglesia considerara oportuno reconocer públicamente la labor profética de algunos santos, lo mismo que reconoce doctores de la Iglesia se podría proclamar profeta a santa Margarita. Esta afirmación un poco sorprendente tenía la intención de subrayar la importancia del mensaje que había recibido santa Margarita y que con el paso del tiempo se puede ir descubriendo su providencial oportunidad.
Los lectores de Cristiandad conocen muy bien el mensaje de Paray-le-Monial, desde hace más 70 años nuestro propósito ha sido ser modestos pero perseverantes altavoces de dicho mensaje, convencidos de la riqueza inagotable del «tesoro escondido» que encierra la devoción al Corazón de Jesús. Desde que la espesa niebla de la doctrina jansenista ocultó lo más central del mensaje evangélico, por caminos diferentes y contradictorios no ha desaparecido su deletérea influencia en el seno de la Iglesia, y de ahí la actualidad y urgencia anunciar al mudo el amor misericordioso de Dios, un amor humano y divino expresado y simbolizado en el Corazón de Jesús. Si en tiempos de santa Margarita el jansenismo había penetrado en sectores muy característicos del mundo eclesial, causando un enfriamiento de la piedad, olvidando la misericordia del amor de Dios, nuestro mundo está aún más necesitado de ello: tantas soledades por falta de amor y tantos amores falsificados que no son más que egoísmos inconfesados, tantos hombres y mujeres en nuestro tiempo que no han tenido la experiencia insustituible del amor familiar… Todo ello solo tiene un remedio, acudir a la fuente inagotable del amor de Dios manifestado en el Corazón de Jesús, y tener noticia íntima y personal de que todos y cada uno somos objeto del amor único e infinito de Dios.
Considerando las necesidades del mundo actual podremos comprender mejor las dos prácticas que han caracterizado desde santa Margarita el culto al Corazón de Jesús. En primer lugar, la consagración como reconocimiento confiado del amor de Dios que nos impulsa a desear que conforme toda nuestra vida, personal, familiar y social. En segundo lugar, y de algún modo el aspecto más novedoso del mensaje de Paray y quizá por ello también objeto de malentendidos, es la reparación. Jesús se le manifiesta a santa Margarita especialmente dolido por la falta de correspondencia a su amor. Todo amor de amistad, como es el amor de Dios a los hombres, exige correspondencia. El amor al amigo nos hace desear esta correspondencia porque es un bien principalmente para el amigo. Jesús se le presenta a santa Margarita solicitando, pidiendo, mendigando el amor de los hombres. El amor misericordioso del Corazón de Jesús se muestra de este modo más radical, presentándose necesitado del amor de los hombres. En un mundo en el que parece que el hombre no necesita de Dios, santa Margarita nos comunica que Jesús está necesitado del amor los hombres. Esta es de algún modo la novedad del mensaje de Paray, no tanto porque fuera algo desconocido sino por la insistencia de la petición. Desde esta doble perspectiva esencial de la consagración y de la reparación entendemos mejor las palabras de santa Margarita, confirmadas reiteradamente por el magisterio pontificio, acerca de la permanente actualidad de la devoción al Corazón de Jesús como el único remedio eficaz a los males del mundo de nuestros días. Así lo afirmaba la Santa: «Me hizo comprender que esta devoción era como un último esfuerzo de su amor, que quería favorecer a los hombres en estos últimos siglos con una tal redención amorosa, para apartarles del imperio de Satanás, al que pretendía arruinar para ponernos bajo la dulce libertad del imperio de su amor, el que quería restablecer en el corazón de cuantos quisieran abrazar esta devoción».
Finalmente también nos parece importante recordar el mensaje de esperanza que acompaña de modo nuclear a las revelaciones de Paray. Santa Margarita era consciente de la desproporción entre sus fuerzas y las tarea que se le encomendaba. Además experimentó muy pronto las primeras resistencias en el ambiente más próximo para llevarlo a cabo y por ello no es de extrañar las quejas y desánimos que le acompañaron; la respuesta del Señor era siempre una llamada a la confianza anunciándole el cumplimiento de su triunfo por encima de cualquier clase de dificultades con aquellas palabras tan repetidas: «Reinaré a pesar de mis enemigos». En un mundo como el nuestro en el que la desesperanza aparece tan frecuentemente ante la multiplicación de las más diversas dificultades, las promesas del Sagrado Corazón de Jesús a santa Margarita constituyen un aspecto central del mensaje de Paray.
Hemos querido incorporar a este número una carta de san Juan Pablo II sobre el Sagrado Corazón con ocasión del tercer centenario de la muerte de santa Margarita María recordando del centenario de su nacimiento. Juan Pablo II ha sido el único papa que ha visitado Paray-le-Monial (1986), además creemos que es el papa que ha hecho más veces referencia en su magisterio al Corazón de Jesús, especialmente con ocasión del comentario a cada una de las letanías del Sagrado Corazón.