El 14 de agosto de 1948 y ante la campaña que se estaba llevando a cabo en la Iglesia de Inglaterra a favor de la ordenación sacerdotal de las mujeres, el anglicano C. S. Lewis publicaba un artículo en la revista Time and Tide con la siguiente reflexión: «Me han informado de que es muy improbable que las autoridades consideren seriamente tal propuesta. Dar un paso tan revolucionario en este momento, separarnos del pasado cristiano y profundizarlas divisiones entre nosotros y otras Iglesias estableciendo un orden de sacerdotisas entre nosotros, sería una imprudencia casi desmedida. Y la propia Iglesia de Inglaterra quedaría destrozada por la operación».
Menos de cincuenta años después la revolución triunfó de nuevo y el Sínodo general anglicano, máximo órgano de gobierno de la Iglesia de Inglaterra aprobaba la ordenación de mujeres el 11 de noviembre de 1992. Y apenas veinte años más tarde (2014) el voto democrático de las asambleas sinodales también abrió las puertas al episcopado femenino, ahondando aún más la separación con la Iglesia católica que, como enseñó el papa León XIII en su encíclica Apostolicae curae, no reconoce la validez de ninguna ordenación anglicana ni ningún sacramento realizado desde el uso del Ordinal del rey Eduardo VI (1559).
La Iglesia de Inglaterra –como apuntaba el reverendo Marcus Walker, rector de la Iglesia del Priorato de San Bartolomé el Grande en Londres, el pasado 3 de octubre en las páginas de The Spectator– «está hecha un desastre. Está desanimada y abatida; las viejas cuestiones de la ordenación femenina y de si podemos ordenar o bendecir el matrimonio de homosexuales aún generan grandes desacuerdos en la Iglesia». Sin embargo, prosiguiendo con la «imprudencia» denunciada por Lewis y confiando más en los medios humanos que en los divinos, el Colegio de canónigos de la catedral de Canterbury ha aprovechado la primera oportunidad desde 2014 para nombrar a una mujer, Sarah Mullally, como nueva «arzobispa» de Canterbury. Como era de esperar, el rey Carlos III, gobernadorsupremo de la Iglesia de Inglaterra,
no dudó en confirmar el cargo propuesto y mostrar así al mundo la de cadencia en que se hunde cada día más esta Iglesia cismática.
Además, la apuesta clara de la Iglesia de Inglaterra a favor de la ordenación femenina (y de todo un conjunto de doctrinas y de prácticas opuestas a su propia tradición) ahonda aún más la división dentro del propio anglicanismo. Ya en 1993 se permitió que aquellos que se oponían a estas reformas liberales «políticamente correctas» pudieran formar sus propias «subiglesia» con sus propios obispos.
En este sentido se ha manifestado el doctor Laurent Mbanda, obispo anglicano ruandés y uno de los líderes de
Gafcon (Global Anglican Future Conference), asociación a la que pertenece el 85% de los anglicanos que practican su fe, principalmente en África.
«Este nombramiento –afirma Laurent Mbanda– abandona a los anglicanos de todo el mundo, ya que la Iglesia de Inglaterra ha elegido a una líder que profundizará aún más la división en una Comunión ya fracturada. Durante más de siglo y medio, el arzobispo de Canterbury ha ejer cido no solo como Primado de toda Inglaterra, sino también como líder espiritual y moral de la Comunión Anglicana. (…) Sin embargo, debido al fracaso de los sucesivos arzobispos de Canterbury en la defensa de la fe, el cargo ya no puede desempeñar una función creíble como líder de los anglicanos, y mucho menos como un punto de unidad. (…)
Ahora que pronto se conferirá el título de doctor de la Iglesia universal a san John Henry Newman, converso del anglicanismo en 1845, encomendemos al Señor que también mueva el corazón de todos los anglicanos y se vea cumplido el deseo de la «Iglesia que, juntamente con los Profetas y el mismo Apóstol, espera el día, que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con una sola voz y “le servirán como un solo
hombre”» (Nostra aetate, 4).









