Así ha sido bautizado el conflicto que tuvo en vilo a todo el mundo durante casi dos semanas. Si los últimos años han ido cayendo diversos «imposibles», que se hacían realidad ante nuestra atónita mirada, esta vez le tocó el turno a otro escenario que se consideraba imposible hasta hace muy poco: los ataques directos de Israel sobre Irán y la respuesta de éste en forma de misiles balísticos impactando sobre Israel.
El ataque israelí, si bien rompe el marco mental en el que se movían la mayoría de los analistas, era en cierto modo esperable. Cuando, tras los ataques terroristas de Hamás en suelo israelí el pasado 7 de octubre de 2023, Netanyahu anunció que las consecuencias de aquellos actos iban a traer una reconfiguración de Oriente Medio, es probable que estuviera ya pensando en Irán. De hecho ha sido Irán quien ha protegido y financiado a Hamás y a Hezbolá, quienes junto al régimen de Bashar al-Assad formaban lo que se dio en llamar la media luna chiita. Desde entonces Israel ha ido castigando sistemáticamente esta alianza, primero golpeando a Hamás, después debilitando sobremanera a las milicias de Hezbolá en el Líbano y, a continuación, colaborando en la caída del régimen de Al-Assad en Siria. Pero golpear a los aliados dejando intacto al centro neurálgico y financiero del entramado, que no es otro que Irán, no tenía mucho sentido para los estrategas israelíes, que aspiran a asegurarse de que nadie en su entorno pueda amenazarles en el futuro. Se justificó el ataque israelí porque Irán estaría a punto de disponer de armamento nuclear, lo cual es bastante probable, pero si no hubiera sido así, se habría buscado probablemente otro casus belli: lo realmente importante era acabar con un jaque mate la partida que desde hace casi dos años está jugando Israel en la región.
Las hostilidades empezaron con una serie de acciones israelíes, planificadas desde hace años, en las que murieron importantes miembros de la cúpula militar iraní e ingenieros de relevancia en el proyecto nuclear iraní. Drones israelíes lanzados desde una base a las afueras del mismo Teherán desactivaron gran parte de las defensas antiaéreas y permitieron una hegemonía israelí en el aire que permitió a Israel golpear duramente instalaciones clave. Sin embargo, pasado el primer momento de desconcierto, Irán empezó a lanzar cientos de misiles balísticos sobre Israel y, si bien la mayoría de ellos fueron interceptados por los sistemas de defensa israelí, algunos de ellos impactaron, especialmente en el norte de Israel, causando daños no menores.
Trump, por su parte, aunque no es improbable que Netanyahu se lanzara a esta ofensiva sin contar con la total aquiescencia estadounidense, se alineó con Israel, justificando el ataque, ofreciendo primero una oportunidad al régimen de los ayatolás y luego no descartando un cambio de régimen. Éste era el no tan disimulado objetivo de Israel: no sólo neutralizar el programa nuclear iraní, sino derrocar al régimen e instalar un gobierno no hostil a Israel. Los planes de cambio de régimen, no obstante, fueron muy criticados por algunos de quienes han apoyado hasta ahora a Trump en Estados Unidos. Los cambios de régimen que hemos visto producirse en la región en las últimas décadas han acostumbrado a empeorar la situación y precisamente Irán, por su envergadura y por su sólido sentimiento nacional, es un lugar donde una operación de este tipo es especialmente complicada. Fue entonces cuando Trump decidió dar un puñetazo sobre la mesa: en una operación en la que engañó a casi todos, aviones estadounidenses realizaban una operación inédita en la que destruyeron los tres enclaves subterráneos utilizados por Irán para su programa nuclear. Se discute el grado de destrozo provocado, pero es indudable que el daño fue intenso y el mensaje muy claro: los Estados Unidos pueden golpear, y con tremenda fuerza y eficacia, también en territorio iraní. Fueron mucho quienes anunciaron entonces el inicio de una tercera guerra mundial como consecuencia de estos bombardeos, pero sucedió justo lo contrario: Trump decretó inmediatamente después un alto el fuego que ha sido respetado hasta ahora por todos los contendientes. Irán, muy debilitada y ante la perspectiva de ser objetivo directo de los ataques norteamericanos, lo aceptó y, desde entonces, está más dedicada a purgar todo tipo de oposición interna que a reanudar las hostilidades. Israel, que hubiera seguramente deseado una victoria más apabullante, se ha tenido que conformar con dejar a Irán fuera de juego por una temporada seguramente larga. Trump, que veía el peligro de verse involucrado en un conflicto mayor en Oriente Medio, se ha impuesto, aunque sólo sea momentáneamente, sobre unos y otros. La guerra, en total, duró solamente 12 días, pero lo poco que quedaba de un pretendido orden internacional saltó por los aires, sumergiéndonos aún más en un mundo en el que la única ley es la fuerza de los contendientes.










