El asesinato del joven líder con servador estadounidense Charlie Kirk, abatido por los disparos de un francotirador mientras daba una conferencia en la Universidad de Utah, conmocionó al mundo entero y confirmó el derrumbe cada vez más notorio de los diques de contención de la violencia política en Occidente.
El panorama que se abre ante nuestros ojos es terrorífi co: han sido muchos en la izquierda progresista quienes han justifi cado asesinar a aquel con quien discrepan. Las reacciones de apoyo al asesino (un joven “antifa” adicto a la pornografía que convivía con su pareja, un hombre biológico transexual) o de culpabilización de Kirk (no estamos a favor de que lo maten… pero se lo había buscado) fueron numerosas, tanto en los Estados Unidos como en el mundo entero (España incluida).
La modernidad había creído poder superar el problema de la violencia política: por un lado privatizando la religión, por otro a través del ritual electoral. Lo que no veía era que este frágil equilibrio presuponía una cierta
homogeneidad cultural, un compartir una cierta concepción del bien… algo que sencillamente ya no existe en las sociedades occidentales.
En otras palabras, la izquierda woke con sidera que todos los medios están permitidos para alcanzar sus fines, incluido el asesinato de un adversario previamente deshumanizado. Como se afirmó tras la muerte de Charlie Kirk, no te matan por ser fascista, te llaman fascista para matarte.
Charlie Kirk recorría los campus norteamericanos para debatir con todos y de todo. Lo hacía con argumentos sólidos, una gran capacidad dialéctica y mucho respeto hacia sus contrincantes. Confi aba en la capacidad de la gente para cambiar de opinión y reconocer la Verdad. Él mismo era un buen ejemplo, pues en ciertos puntos había ido variando su postura. Recientemente, a pesar de ser protestante, había grabado varios vídeos reivindicando la importancia de la fi gura de la Virgen María. Varias personas cercanas a Kirk han afirmado que estaba muy cerca de unirse a la Iglesia católica, algo que la bala que segó su vida ha impedido para siempre.
Pero si terrible es el caldo de cultivo en el que se ha cocinado este asesinato, impresionante ha sido la reacción
de sus simpatizantes. No hubo manifestaciones ni destrozos, sino mucha gente rezando públicamente. En su
funeral (una especie de espectáculo testimonial que, por cierto, evidenció todas sus defi ciencias para quienes
conocemos los funerales católicos), y ante miles de personas, la viuda de Charlie Kirk y madre de sus dos hijos,
Erika Kirk, perdonó públicamente al asesino de su marido: Charlie quería salvar a jóvenes como el que le quitó la vida , recordó, al tiempo que argumentaba su perdón porque era lo que Cristo hizo, y es lo que Charlie haría . La respuesta al odio no es el odio, siguió en su discurso, que vieron en directo más de 100 millones de personas. La respuesta –lo sabemos por el Evangelio– es el amor.
Siempre el amor. Amor por nuestros enemigos. Amor por los que nos per siguen. Toda una lección.
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