Año 1945. Con el fin de la segunda guerra mundial Iosif Stalin, Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt se reunieron en el palacio de Livadia para decidir la configuración de la Europa de la posguerra. Tanto el primer ministro inglés como el presidente americano cedieron ante las exigencias de Stalin y así sellaron la suerte de Polonia, Bulgaria y Rumanía, tres países que serían el origen de numerosos cristianos que darían su vida por Cristo y su Iglesia.
En su visita del año 2019 a Rumanía el papa Francisco quiso recordar al mundo el sacrificio de siete obispos católicos de rito oriental, cuyo martirio fue una semilla que fortaleció la fe y la esperanza del pueblo rumano. Fue en la misa de beatificación, celebrada en el Campo de la Libertad de Blaj, donde el Papa afirmó: «Estos pastores, mártires de la fe, han recuperado y dejado al pueblo rumano una preciosa herencia que podemos resumir en dos palabras: libertad y misericordia».
En este artículo hablaremos de la persecución que vivió el pueblo cristiano en Rumanía durante el régimen comunista desde los ojos de siete obispos mártires. Las dos palabras del papa Francisco, a quien tenemos presente en nuestras oraciones, resumen perfectamente el legado de estos obispos, pues ellos comprendieron que la verdadera libertad es la de servir a Cristo y, como seguidores suyos, también mostraron misericordia con sus perseguidores.
En el Sermón de la Montaña, Cristo, de alguna manera, anunció que muchos iban a ser perseguidos por su causa, por ser fieles al mensaje del Evangelio. Sin duda, Valeriu Traian Frenţiu, Vasile Aftenie, Ioan Suciu, Tit Liviu Chinezu, Ioan Bălan, Alexandru Rusu y Iuliu Hossu, obispos mártires de Rumanía, padecieron esta persecución sabiendo que su recompensa sería grande en el Cielo.
Los inicios de esta persecución contra la Iglesia católica se remontan al final de la segunda guerra mundial, cuando el nuevo gobierno de Rumanía, títere de las órdenes de Moscú, promulgó una nueva Constitución en el año 1948 cuyos fundamentos eran profundamente marxistas. La Iglesia era un peligro para el nuevo régimen y por eso se llevaron a cabo una serie de proyectos que tenían como fin separar al Vaticano de los distintos países que estaban influenciados por la URSS.
Las autoridades empezaron por «invitar» a los distintos pastores católicos a que abandonasen su obediencia a Roma y se uniesen a la Iglesia Ortodoxa de Rumanía. Sin embargo, de los 1.600 clérigos de todo el país tan solo 38 cedieron, quienes fueron excomulgados ipso facto por el obispo Hossu.
A pesar de ello, el Gobierno no cesó en sus esfuerzos por hacer ceder a los sacerdotes católicos para que se pasasen a la Iglesia Ortodoxa. Es célebre la frase que pronunciaba el obispo Chinezu cuando recibía dichas presiones de las autoridades: «No entiendo cómo el gobierno de Bucarest, que hace profesión de ateísmo, es tan misionero de la Iglesia Ortodoxa».
Al ver que esta medida no producía los efectos esperados, en 1948 el gobierno rumano procedió a la confiscación de bienes, que fueron repartidos entre el Estado comunista y la Iglesia Ortodoxa. Además, se decretó la disolución de la Iglesia greco-católica y así comenzó la persecución de sus miembros.
Las autoridades detenían a los obispos y los encerraban en distintos monasterios ortodoxos con el fin de poder tenerlos vigilados. Conocían bien el ardor con el que predicaban. Sus homilías incitaban a los fieles católicos a ser constantes en la fe y a no vacilar ante las situaciones difíciles a las que se enfrentaban. Por eso eran un peligro para los proyectos del gobierno y querían acabar con la amenaza que suponían.
Fue en uno de los interrogatorios a los que se sometió el obispo Ioan Suciu donde le acusaron de agitador. Él contestó a sus torturadores: «¿Agitador? Sí, yo agito las conciencias para ponerlas en orden con Dios. No he predicado ni predicaré contra las autoridades, pero defenderé siempre a la Iglesia y la doctrina católica».
En la región de Maramures, cerca de la frontera con Checoslovaquia, está la ciudad de Sighet, conocida por la terrible prisión que fue construída en 1897 como una prisión para criminales comunes, pero que durante el régimen comunista sirvió como centro de torturas. Allí fueron destinados seis de los siete obispos, donde sufrieron múltiples torturas físicas e interrogatorios constantes. Las porciones de comida eran escasas, pero estaba calculada con mucho cuidado para que el prisionero fuese muriendo poco a poco de hambre aumentando así su agonía.
Vasile Aftenie, el único de los obispos que no enviaron a la prisión de Sighet, fue torturado en los sótanos del Ministerio del Interior al negarse a hacerse ortodoxo. «Ni mi fe ni mi nación están en venta», dijo a sus torturadores.
Conclusión
¿Por qué Europa está viviendo una crisis cultural tan grande? Precisamente porque se ha puesto en venta nuestra fe, aquella fe que unió a Europa durante tantos siglos. El Papa en la homilía de beatificación de los siete obispos ya nos advierte de los peligros de las nuevas ideologías: «También hoy reaparecen nuevas ideologías que, de forma sutil, buscan imponerse y desarraigar a nuestros pueblos de sus más ricas tradiciones culturales y religiosas. Colonizaciones ideológicas que desprestigian el valor de la persona, de la vida, del matrimonio y la familia».
El papa Francisco nos exhorta para que sigamos el ejemplo de estos siete obispos que no dudaron en ser testigos del mensaje de Cristo. En estos tiempos que nos ha tocado vivir tenemos que seguir llevando la luz del Evangelio a todos los ámbitos de nuestra vida, ser signo de contradicción como lo fue Jesús. Ojalá podamos seguir las palabras que nos dejó el Obispo Iuliu Hossu: «Dios nos ha enviado a estas tinieblas del sufrimiento para dar el perdón y rezar por la conversión de todos».