Introducción
La evangelización a Vietnam llegó en el siglo xvi, pero fue a partir de 1659 cuando se consolidó gracias a la presencia de los vicarios apostólicos.
Actualmente hay 25 diócesis y 6 millones de católicos que representan el 10% de la población vietnamita. Si este porcentaje se compara con la representación católica en otros países colindantes como Camboya o Laos, se puede observar la diferencia que existe, ya que el porcentaje de la población católica en estos países es el 0,15% o 0,77% respectivamente. Se ve claramente el milagro y la excepción que supone Vietnam.
Este milagro se debe en gran medida a los misioneros que sembraron la semilla de la fe a lo largo de los siglos; semilla regada con sangre de mártires a lo largo de 261 años de persecución.
Un buen ejemplo de estos misioneros mártires que «han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero» son dos españoles: san Valentín de Berrio-Ochoa y san Pedro Almató.
San Valentín de Berrio-Ochoa
San Valentín de Berrio-Ochoa nació el 14 de febrero de 1827 en Elorrio, Vizcaya. Desde niño destacó por su jovialidad, entereza y piedad. A la edad de 13 años realizó los Ejercicios Espirituales, y al término de éstos decidió consagrarse al Señor y hacerse religioso; además, dio a Dios la prenda de sus votos con juramento de guardarse casto.
En 1849 ingresó en el seminario de Logroño, y dos años después recibió las sagradas órdenes, ingresando poco después en el convento de Ocaña perteneciente a la Orden Dominica.
El 12 de noviembre de 1854 hizo la profesión solemne. Dos años después, parte con siete compañeros hacia Manila. Antes de partir escribe a sus padres una carta donde se intuye el celo apostólico que le embriagaba; así dice: «… pme ha elegido su apóstol para salvar aquellas almas que Él redimió con el sudor de su frente, con su preciosa sangre, con su Pasión y muerte… Mi vida y todo cuanto hay en mí le pertenece a Él… Vuestro hijo va a las Indias no en busca de oro o plata, sino a ganar almas para Dios».
A principios del mes de marzo de 1858 llegó a Vietnam donde el padre Estévez le contó las condiciones de los cristianos y como la persecución arreciaba. Valentín se vio obligado a cambiar su nombre por el de Vinh. Apenas acababa de llegar a aquellas tierras cuando el obispo García Sampedro lo eligió como sucesor. Doce días después de la consagración de Valentín de Berrio-Ochoa como nuevo obispo, Mons. García Sampedro fue martirizado.
Todas estas circunstancias pesaban en el alma de Valentín de Berrio-Ochoa que decía: «¿Es posible que no sucumba?». Mas la santidad lleva consigo el propio desprecio, cuanto más crece y se eleva aquella, más se hace este bajo y profundo.
Hacia finales de 1858 la persecución se recrudeció, no había otro medio de escape: o morir o dejar aquellas tierras sembradas de innumerables víctimas. El nuevo obispo eligió lo primero. Sin embargo, y pese a las tribulaciones y peligros que acontecían diariamente, escribía a su madre de esta forma: «No, mamita, esta vida no es fea; con la salud se está alegre, y Dios nos consuela en nuestros trabajos; aunque medio viejo, salto como un cervatillo a través de los campos y prados».
El 18 de febrero escribe a sus padres la última carta donde se ve que es consciente del Calvario que le espera, ya que poco antes había escrito a la Sagrada Congregación de Propaganda Fide: «Estamos aquí continuamente agitados en medio de las crecientes olas; la tempestad ha llegado a la cima y nos parece ahogarnos de momento en momento; no hay un minuto de reposo, y no aparece ninguna esperanza, ni siquiera lejana de un futuro mejor».[4] En la carta a sus padres les decía: «No hay mayor gloria, padre mío, para un cristiano que seguir las huellas ensangrentadas de su divino maestro Jesús, y no hay carácter que mejor distinga a los elegidos, que los sufrimientos y trabajos soportados pacientemente…».
El 1 de noviembre de 1861 el obispo Valentín de Berrio-Ochoa fue decapitado por su fe.
San Pedro Almató
San Pedro José Almató nació el 1 de noviembre de 1830 en Sant Feliu Sasserra, en la diócesis de Vich (Barcelona). Desde pequeño sintió el deseo de abrazar la vida claustral, deseo que cultivó entre el estudio, la piedad y la lectura de buenos libros.
Providencialmente conoció al padre San Antonio Mª Claret que le aseguró que la voluntad de Dios lo llamaba a la Orden de Santo Domingo. Así, en agosto de 1847, entró en el convento dominicano de Ocaña, realizando la solemne profesión el 26 de septiembre de 1848.
En septiembre de 1852 zarpaba hacia Manila, y tres años después se encontraba ya en Vietnam, después de descansar un largo tiempo en Manila debido a su precaria salud.
San Pedro Almató era perfectamente consciente de a qué se dirigía cuando llegó a Vietnam, así lo testifica en un escrito: «…habiendo nosotros elegido una vida de dolores; era necesario que nos preparáramos para beber hasta el último trago del amargo cáliz de la Pasión».
Al llegar a Vietnam, al igual que san Valentín de Berrio-Ochoa, tuvo que cambiarse de nombre, y se empezó a llamar padre Biñh. Debido a las frecuentes enfermedades que padeció se dedicó principalmente al estudio de la lengua indígena, hasta que una orden inesperada vino a turbar su espíritu: el vicario apostólico Hermosilla le ordenó partir para China con el fin de alejarlo de la persecución. Mas no llegó a tiempo para embarcar y el padre Domingo Muñoz partió en su lugar.
Este providencial retraso hizo que Pedro Almató fuera premiado con la palma del martirio. Así nos lo dice el padre Domingo Muñoz: «¡Oh, Almató, tú debías ir a Macao y no yo Domingo, así lo quería el viejo señor Hermosilla! Pero Domingo no fue digno de la palma de los mártires, con la que Dios remuneró tu virtud».
El 1 de noviembre de 1861 Pedro Almató fue decapitado por su fe.
Conclusión
Gracias a que estos dos grandes santos y muchos otros mártires cumplieron con el deber de los cristianos al «actuar como testigos del Evangelio y de las obligaciones que de él se derivan», Vietnam, hoy, es un milagro en Asia.