Introducción
La historia de los mártires de Otranto es un acontecimiento a la vez lejano (1480) y actual, tal y como han manifestado los papas Clemente XIV, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco durante el largo recorrido que ha llevado a los 813 mártires a su canonización colectiva. Estos mártires han padecido en su piel, la profecía de Jesucristo: «Entonces os entregarán a los tribunales, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre» (Mt 24, 9).
Antecedentes
A mediados del siglo xv, concretamente en 1453 se produce la caída de Constantinopla (actual Estambul) en manos del Imperio Otomano comandado por Mehmet II.
Tras la toma de Constantinopla, Mehmet II comunica al papa Nicolás II cuales son sus objetivos a modo de justificar su conquista. Argumenta que es su deber sacrosanto vengarse de los helenos modernos y deja bien claras sus intenciones de no detenerse con la conquista del Imperio de Oriente sino que su intención es apoderarse también del Imperio de Occidente cuya capital es Roma.
En realidad, el móvil principal de Mehmet II para proseguir en sus conquistas de Occidente consiste en la propagación del islam a través de la Guerra Santa.
En este periodo, la actual península italiana se encuentra en una posición muy débil frente a una posible invasión otomana. La crisis entre los estados italianos y su desunión les hace incapaces de ofrecer una resistencia militar coherente. En 1479, Venecia, la única potencia capaz de enfrentarse a la armada otomana, no puede intervenir y se declara neutral debido al tratado firmado con los turcos tras una reciente guerra acaecida entre 1463 y 1479 con resultados muy desfavorables para la república veneciana. Además, y como muestra de su hostilidad hacia el rey de Nápoles, al cual pretende conquistar los pueblos de la Puglia, no se siente presionada a acudir en su ayuda. El Imperio Otomano es, además, conocedor de la guerra existente entre la Corona de Aragón y los Estados Pontificios contra Florencia desde 1478.
Esta situación va a ser aprovechada por la armada turca para intentar conquistar el Imperio de Occidente a través del sur de la actual Italia.
En julio de 1480, Mehmet II ordena a la flota situada en Valona (Albania) la conquista del sur de Italia. La flota turca, comandada por un cristiano renegado, el gran visir Agometh Pachá y aprovechando la bonanza marítima estival, pone rumbo a Brindisi como primera escala en su conquista de Roma.
Sin embargo, un fuerte viento en contra obliga a las naves a tocar tierra más al sur. El desembarco se producirá cerca del pueblo costero de Otranto, en la mañana del 28 de julio de 1480. La flota estaba compuesta por 150 naves y 18000 soldados sedientos de botín. Además del gran visir Agometh Pachá, la infantería estaba comandada por otro cristiano renegado, Aga Sabech, al frente de una guarnición de jenízaros.
Una vez se pone en conocimiento de las autoridades el desembarco de la flota turca, se intenta reunir un pequeño ejército para hacer frente a la invasión. Sin embargo, la lucha es enormemente desigual. La armada turca se encuentra frente a una población rural desamparada con una pequeña guarnición como única defensa. Da comienzo el sitio de Otranto.
A pesar de la desigualdad de condiciones, los valerosos habitantes de Otranto consiguen evitar la entrada del ejército turco durante más de 15 días antes de rendir la ciudad.
Testigos de la época indican que, una vez rendida la ciudad, el ejército turco actuó contra la población con gran crueldad. Cristianos refugiados en la catedral fueron masacrados junto al arzobispo. Tanto hombres como mujeres y niños fueron víctimas del terror otomano. Los que sobrevivieron fueron tomados como esclavos. Algunos permanecieron en la ciudad en tareas de avituallamiento para las tropas turcas. Otros fueron enviados como esclavos de regreso a Estambul. La ciudad se encontraba llena de cadáveres y de ruinas.
El martirio
La toma de la ciudad significó un desgaste importante para las tropas turcas. El ejército del rey de Nápoles pudo acercarse a la ciudad y el gran visir Pacha, que debería haber tomado ya Brindisi y Lecce se ve obligado a revisar su plan. Un puñado de héroes ha frustrado su plan y decide vengarse con los pocos que han tenido la suerte de sobrevivir.
El 13 de agosto de 1480, Agometh ordena reunir a todos los hombres y mujeres en su presencia. Su campamento se encuentra en la Colina de la Minerva situada a mil pasos de distancia de la ciudad. Aproximadamente, 800 hombres y mujeres caminando en filas de 2 en 2 o de 3 en 3 son llevados a la presencia del Pacha. Un ulema, que no es más que un sacerdote apóstata de Calabria traduce las palabras de Agometh y se esfuerza en convencer a los habitantes de Otranto para que renieguen de Cristo tal y como él lo había hecho en su momento.
En su Historia de la Guerra de Otranto, transcrita en un manuscrito y publicada en 1924, Giovanni Michele Laggetto, nativo de Otranto (1504-1571), clérigo, jurista e historiador, escribió un texto basado en los recuerdos de su padre, quien sobrevivió a la guerra de 1480. Explica que en el momento en que el ulema intenta hacer renegar de su fe a los 800 habitantes de Otranto, un tal Antonio Primaldo o Antonio Pezzulla de unos 50 ó 60 años se dirige a sus conciudadanos con estas palabras:
«Hermanos, hemos escuchado a qué precio se nos propone comprar el derecho a prolongar esta miserable vida. Hemos combatido hasta hoy por nuestra patria, nuestra vida y nuestros señores en la tierra. Ha llegado el momento de luchar por la salvación de nuestras almas redimidas por Cristo. Puesto que Él murió en la cruz por nosotros, conviene que muramos también por Él, firmes y constantes en la fe. Por esta muerte en la tierra, tendremos la gloria del martirio y la vida eterna».
Tras estas palabras, todos afirman al unísono y con fervor que prefieren morir antes que renegar de Cristo. A partir de ese momento la colina de la Minerva se convertirá en un altar de sacrificio.
Se producen entonces escenas muy emotivas. Niños pidiendo la bendición de sus padres, padres animando a sus hijos a afrontar valerosamente la muerte y otros gestos cargados de ternura. Todo ello transcurre en un clima de sorprendente serenidad. El Pacha fija el día del martirio para el 14 de agosto, vigilia de la solemnidad de la Asunción de la Virgen María, quizá sin saberlo.
En la mañana del 14 de agosto de 1480, el Pacha ordena que Antonio Primaldo sea ejecutado en primer lugar. Antes de librarse al martirio Antonio exhorta a sus compañeros a ser fuertes en la fe y a dirigir sus miradas al Cielo que les espera.
Antonio es decapitado de un golpe de cimitarra. Sin embargo, ante el estupor general, se produce un hecho extraordinario. El cuerpo decapitado se pone de nuevo en pie. A pesar de los esfuerzos de los verdugos que, incluso con cuerdas, intentan tumbar el cuerpo, éste se mantiene de pie hasta que el último de los condenados muere. Ante tal prodigio, y admirando el coraje con el que los habitantes de Otranto mueren por su fe, uno de los verdugos, llamado Berlabei se convierte al cristianismo. Furioso, el Pacha condena al recién convertido a morir empalado.
Según las fuentes, la mayoría de los condenados murieron decapitados, otros fueron mutilados, otros empalados y algunos acribillados con flechas. Desde entonces la colina de la Minerva pasó a llamarse colina de los mártires.
De la misma época existen numerosos testimonios fiables que atestiguan la veracidad del martirio. Entre ellos, el del Lucio Cardami (1410-1494) que participó en la guerra de Otranto en el ejército de Alfonso de Aragón para liberar la ciudad en 1481, concretamente el 10 de septiembre.
Los signos y los prodigios
Tras el martirio, una serie de hechos de orden sobrenatural se produjeron en el lugar del martirio e incluso en otros lugares. Estos son los testimonios utilizados durante el proceso de beatificación, iniciado en 1539.
Antonio Lazaretta, que tenía 6 años en el momento de los hechos, afirma haber visto los cuerpos de los mártires incorruptos tras más de 13 meses en el lugar del martirio. Cuando Alfonso II de Aragón los encontró, se encontraban intactos y sin mal olor.
Otros confirman que los cuerpos estaban intactos cuando se trasladaron a la catedral. Y son también muchos y dignos de fe los que confirman la presencia de luces en el lugar donde yacían los cuerpos. Estas luces incluso se veían encima de la catedral cuando los cuerpos se trasladaron.
Incluso los turcos afirman haber visto estas luces, aunque en este caso su interpretación fue que los demonios venían en la noche para recoger los cuerpos y llevarlos al infierno.
El notario apostólico Giuseppe Prete relata, por su parte, un hecho acaecido el 12 de mayo de 1685. Durante la inspección de las reliquias de los mártires en la iglesia de Santa Caterina a Formiello en Nápoles y en presencia del dominico Vincenzo Maria Orsini, quien se convertirá en Benedicto XIII (1724-1730), algunas personas percibieron una especie de respiración parecida al aliento de una persona viva acompañado de un suave olor a perfume.
Pompeo Gualtieri, canónigo de la iglesia de Otranto, confirma una aparición a principios del año 1671. Los habitantes observaron una multitud de lámparas encendidas como si se tratara de una procesión.
Domenico Tommasso Albanese establece una correlación entre ciertas apariciones y los momentos en los que ha existido mayor riesgo de los cristianos frente a los musulmanes. En particular, en 1677, cuando se les vio caminando en procesión y entraron en la iglesia de dos en dos cantando himnos. Al mismo tiempo, se veían muchas luces tanto en el interior de la iglesia como sobre el tejado. Este testimonio viene tanto de religiosos como de laicos. Estos hechos fueron comunicados por el arzobispo de Otranto, Ambrogio Piccolomini a Inocencio XI (1676-1689).
Plácido Troylo (1687-1757) explica que los mártires han sido vistos saliendo en procesión de la catedral dirigiéndose a la iglesia de Santa María de los Mártires. Cantaban a viva voz el Gloria y el Jubilate. Ocurrió el 14 de agosto de 1739 a la vista de todos los presentes.
Los mártires de Otranto se han revelado también como importantes intercesores. En concreto, según el testimonio de Saverio de Marco, los mártires salvaron en dos ocasiones a Italia de una invasión turca. En concreto la aparición de los mártires en la playa y en los muros de la ciudad provocó la huida del ejército turco en 1537 y 1644.
Beatificación y Canonización
Los fieles y los turistas pueden ver a día de hoy los restos de los mártires en 2 lugares. En Nápoles y en Otranto. Sin embargo, las reliquias también son veneradas en diversos lugares de la Puglia, en Venecia y en España.
La causa de la beatificación se inicia en 1539. En diciembre de 1771, el papa Clemente XIV declaró beatos a los 800 otrantinos asesinados en la colina de la Minerva, e inmediatamente surgió un fuerte culto devocional en torno a ellos, que los llevó a convertirse en los santos patronos de Otranto.
En 2007, el Papa Benedicto XVI reconoció a Antonio Primaldo y a sus conciudadanos como mártires de la fe, así como el milagro de la sanación de una monja, atribuido a los mártires de Otranto.
El 12 de mayo de 2013, el Papa Francisco declaró su canonización siendo ésta la primera canonización realizada por el Papa Francisco. Los mártires de Otranto fueron proclamados oficialmente santos y toda la ciudad celebró su sacrificio con amor y devoción.
Las canonizaciones colectivas no son habituales en la iglesia católica. Aparte de los mártires de Otranto, podemos citar a las víctimas del genocidio armenio, el caso de los mártires de Uganda que fueron masacrados entre 1885 y 1887 y canonizados en1964 durante el concilio Vaticano II. Sin olvidar a los 26 católicos mártires de Japón crucificados en Nagasaki en 1957, o el Gran Martirio del 10 de Septiembre de 1622 igualmente en Nagasaki donde 52 cristianos fueron quemados vivos o decapitados. También en Nagasaki se han producido fenómenos sobrenaturales semejantes a los ocurridos en Otranto. No hay que olvidar, de la misma forma, los recientes casos de los 117 mártires de Vietnam o los 21 cristianos coptos de Libia que fueron ejecutados en una playa el 15 de febrero de 2015.
Una bonita historia mariana para finalizar
La estatua de Nuestra Señora de Otranto está hecha de madera y fue tallada en el siglo xiv. Después de la captura de Otranto, pensando que el revestimiento de la estatua era de oro, un otomano se la llevó a Vlora (Albania). Una vez arribado, se da cuenta de que tan solo cuenta con un revestimiento dorado y la guarda en un trastero. Pero en su casa vivía una esclava otrantina, quien encuentra la Madonna y busca la forma de liberarla. La esposa del turco, a punto de dar a luz, tiene fuertes dolores y está en riesgo de muerte. Entonces, la esclava Otrantina le dice a la joven pareja que si la estatua es enviada de nuevo a Otranto, la esposa se salvará. Es más, la esclava le dice al turco que solo necesita liberar a la Madonna y que ella sola llegará a Otranto. Finalmente, el turco cede y los dolores cesan inmediatamente.
Fiel a su promesa, a pesar de no convertirse, el turco pone la estatua en un bote y lo abandona a la marea. La estatua aparece algunos días después en Otranto. Con gran alegría es llevada a la catedral donde preside el altar mayor sobre un soporte en mármol.
Restaurada en 2008 por María Prato, la Virgen escucha y responde a las oraciones de todos los fieles, rodeada de 7 armarios que contienen los restos de los 813 gloriosos mártires.