Deborah Savage es profesora de teología en la Universidad Franciscana de Steubenville y directora del Instituto para el estudio del hombre y la mujer, donde ha publicado una rica reflexión sobre lo que significa la masculinidad:
“¿Qué podemos decir del hombre en cuanto hombre? ¿Existe un “genio masculino”, que reflejaría su propia “capacidad única” para… qué? ¿Para qué sirven los hombres?
No cabe duda de que existe un genio masculino, pero éste no se reduce a su fuerza física o al hecho de que pueda manejar mejor un arado, una espada o una pistola, igual que el de la mujer no se reduce a la capacidad de su cuerpo para criar hijos. Su inteligencia, su genio, están profundamente imbuidos en lo más esencial de su naturaleza. Lo que falta es una comprensión más profunda de lo que es realmente ese genio y de dónde se origina. Y resulta que una nueva mirada a Génesis 2 revela un punto de partida para una mayor comprensión, no sólo del genio femenino, sino también del genio masculino.
Mi argumento parte de Génesis 2:15 y la evidencia que relata el texto: que el hombre está en el Jardín a solas con Dios durante algún tiempo antes de la aparición de la mujer, algo que tiene importantes implicaciones para el lugar que ocupa en el orden creado y la concepción tradicional del hombre como cabeza de familia. Pero aparte de esta relación especial con el Creador, puede decirse que el primer contacto del hombre con la realidad es el de un horizonte que sólo contiene criaturas inferiores, lo que podríamos llamar “cosas” (res); esto es lo que lleva a Dios a concluir que el hombre está incompleto y solo, y en última instancia conduce a la creación de la mujer.
Ahora bien, la orientación del hombre hacia las cosas forma parte claramente del designio de Dios. De hecho, puede proporcionar un punto de partida en la Escritura para la evidencia bien documentada de que los hombres parecen más naturalmente orientados hacia las cosas que hacia las personas. El hombre es el encargado de dar nombre a todas las cosas que Dios pone ante él (incluida la mujer); al darles nombre, asume dominio sobre ellas. Puede decirse, por tanto, que el hombre conoce las cosas de un modo que la mujer sencillamente no conoce. De hecho, santo Tomás de Aquino llegó a sostener que Adán debió de recibir un don preternatural propio, un tipo especial de conocimiento infuso, que le hizo posible dar nombre a los seres y objetos de la creación. Y es aquí donde llegamos al núcleo de lo que propongo que es el genio masculino: el hombre aprende que está llamado a descubrir qué son las cosas, cómo pueden distinguirse las unas de las otras y para qué sirven. Éste es su don.
…Es el hombre quien, en Génesis 2:15 y mucho antes de que la caída lo enfrente a la creación, es puesto en el jardín para “que lo trabajara y lo guardara”. En realidad, el hombre es el único ser que recibe un trabajo específico. Este es su trabajo, su misión. Y no es hasta que aparece la mujer cuando comprende su propósito, el telos hacia el que se ordenan sus esfuerzos. Ha de ejercer su fuerza, su trabajo, su genio al servicio de ella. De hecho, como nos dice san Pablo en Efesios 5:24, debe sacrificar su propia vida por ella, imitando el amor de Cristo por la Iglesia.
Es manifiestamente cierto que el hombre crea fuera de sí mismo, que está orientado hacia lo externo, que actúa sobre el mundo. En efecto, está hecho para construir cosas. Y su genio se origina en su capacidad para conocer y utilizar los bienes de la tierra al servicio de la prosperidad humana… La verdad es que si no fuera por los hombres seguiríamos viviendo en cuevas, con miedo a salir de ellas. El modo en que debemos responder a la manifestación del “genio masculino” no es con el ridículo ni el resentimiento, sino con gratitud por su dedicación a su misión.
[…] Y así, es cierto que el hombre le da a la mujer su lugar, que sin él ella no tendría un lugar. Pero a esta verdad corresponde otra realidad más profunda. Porque sin la mujer, el hombre no tiene futuro. Ella es un signo escatológico de la alegría que nos espera. Porque sólo con la aparición de la mujer se forma la comunidad humana y ésta entra en la historia de la humanidad.
El hombre y la mujer se necesitan mutuamente, se presuponen. Y juntos son responsables de devolver todas las cosas a Cristo”.