El lugar del Sagrado Corazón en la historia de la Compañía de Jesús merece unas breves palabras». Es una de las frases de la Dilexit nos que pone en relación la espiritualidad de los Ejercicios de san Ignacio con la devoción al Corazón de Jesús. Estas palabras nos motivan también a escribir este artículo, en la estela del padre Orlandis, quien fue un gran conocedor de los Ejercicios y que siempre puso la sabiduría espiritual en ellos contenida al servicio de la difusión del Amor misericordioso del Corazón de Jesús.
Son muchísimos los nombres en los que se puede ver esta relación entre los jesuitas y el Corazón de Cristo, pero entre todos se destacan tres, cada uno en una época diferente de la historia de esta devoción. El primero es san Ignacio de Loyola, el segundo san Claudio la Colombière y el tercero el padre Enrique Ramière.
San Ignacio, «maestro de afectos» y «caballero del Espíritu»
El Papa nos indica cómo el mismo san Ignacio está en íntima relación con los mensajes de Jesús en Paray a santa Margarita. Podría sorprender la afirmación, al fin y al cabo, san Ignacio vivió en el siglo xvi, santa Margarita en el xvii, pero como bien explica la encíclica, antes de Paray ya Jesús fue revelando el misterio de su Corazón a algunas almas escogidas y preparando como un venero subterráneo la gran fuente que había de manar desde Paray-le-Monial al mundo. En esta preparación, nos explica el Papa, san Ignacio de Loyola tuvo gran importancia.
«Maestro de los afectos», así le llamaban al padre Ignacio san Pedro Fabro o el cardenal Contarini. Porque los Ejercicios espirituales son sobre todo una Schola affectus, los amores, las decisiones, la voluntad toma el primer plano durante los días de Ejercicios para dejarle a Dios actuar y ordenar allí nuestra vida. Lo discursivo o las ideas intelectuales se ponen en un segundo plano, los Ejercicios no son clases de teología, sino que se trata de poner el propio corazón a disposición del Señor para que Él lo modele a través de sus «mociones». El orden a la vida de cada uno empieza en el corazón, en sus afectos y san Ignacio era un maestro en ayudar a esto
¿Cómo lo hacía? A lo largo de la primera semana san Ignacio nos pone continuamente al pie de Jesús Crucificado «invitando al ejercitante a dirigirse con mucho afecto al Señor crucificado y a preguntarle como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor» qué debería hacer por Él». Según el Papa, «cuando el ejercitante queda frente al costado herido de Cristo, Ignacio le propone entrar en el Corazón de Cristo». Es el encuentro con la Misericordia del Crucifijo.
También en la segunda semana, Ignacio nos anima a un «conocimiento interno» a un «sentir» las verdades salvadoras que meditamos, a situarnos muy en concreto ante las escenas de Jesús en el Evangelio por la «composición de lugar» y contemplar sus sentimientos, palabras, hechos… Es un verdadero camino de maduración del propio corazón en contacto con el de Jesús que se muestra especialmente a través de los coloquios. «Los coloquios que san Ignacio propone son parte esencial de esta educación del corazón, porque sentimos y gustamos con el corazón un mensaje del Evangelio y lo conversamos con el Señor». .
El padre Orlandis daba también mucha importancia al espíritu de cruzada que latía en la contemplación de la «Llamada del Rey Eternal» y de las Dos Banderas (dedicó ocho artículos de Cristiandad a glosarlo) y explicaba cómo en san Ignacio su espíritu de caballero que lucha por un ideal fue totalmente sobrenaturalizado y puesto al servicio del gran ideal que es el Reino de Cristo. El ejercitante, como el devoto del Corazón de Jesús debe sentir la llamada a «conquistar toda la tierra de infieles» para «vencidos todos los enemigos» poder «presentarle el reino a Dios Padre». Por eso podemos decir que san Ignacio, además de un «maestro de afectos» es un verdadero «caballero del Espíritu Santo».
Por fin, los Ejercicios culminan en la «Contemplación para alcanzar amor ¿qué otra cosa busca la devoción al Corazón de Cristo?» El Amor, nos enseña el de Loyola, brota del agradecimiento de tanto bien recibido y lleva a la ofrenda (es decir, a la consagración) de la «memoria, entendimiento y voluntad al Corazón que es fuente y origen de todo bien». . Todos los que hemos hecho Ejercicios podemos reconocer con el Papa que en ellos «hay un diálogo de corazón a corazón» y que es un itinerario «que no se construye con nuestras luces y esfuerzos, se pide como don».
San Claudio, el «siervo fiel» y «perfecto amigo»
El segundo gran hito de esta relación entre el Sagrado Corazón y la Compañía de Jesús también tiene nombre propio: san Claudio la Colombière. Dios eligió en su providencia a este padre de la Compañía para ayudar a santa Margarita en el discernimiento espiritual de su carisma y misión. Como nos recuerda el Papa «él tuvo un papel especial en la comprensión y en la difusión de esta devoción al Sagrado Corazón, pero también en su interpretación a la luz del Evangelio».
Convencido de la sobrenaturalidad de las experiencias de santa Margarita en cuanto la conoció en Paray «se convirtió en su defensor y divulgador» más tarde en la corte de Londres, en el noviciado de los jesuitas durante su enfermedad, incluso, después de fallecer, a través de su Retiro espiritual que tan importante fue para dar a conocer el mensaje del Corazón de Jesús Entre las aportaciones de san Claudio, el Papa destaca la centralidad que él pone en vivir la confianza de una manera audaz o, dicho de otra manera, en el abandono confiado en la divina Providencia (como reza el título de otro de sus difundidos escritos).
Para san Claudio la genuina devoción al Corazón de Jesús no provoca una complacencia en uno mismo o una vanagloria en experiencias o en esfuerzos humanos, sino un indescriptible abandono en Cristo que llena la vida de paz, de seguridad, de decisión. El Papa cita entonces su célebre oración de la confianza que tanto parentesco tiene con los desarrollos que más tarde haría santa Teresita del Niño Jesús cuando afirmaba que «la confianza y nada más que la confianza nos llevará al Amor».
«Que otros esperen la dicha de sus riquezas o de sus talentos; que descansen otros en la inocencia de su vida, o en la aspereza de su penitencia, o en la multitud de sus buenas obras, o en el fervor de sus oraciones; en cuanto a mí toda mi confianza se funda en mi misma confianza […]. Confianza semejante jamás salió fallida a nadie. […] Así que, seguro estoy de ser eternamente bienaventurado, porque espero firmemente serlo, y porque eres tú, Dios mío, de quien lo espero».
Para el Papa, «en la espiritualidad de La Colombière se produce una hermosa síntesis entre la rica y bella experiencia espiritual de santa Margarita y la contemplación tan concreta de los Ejercicios ignacianos». [128]. El director de santa Margarita es a la vez un fiel hijo de san Ignacio. En él vemos de una manera concreta cómo los Ejercicios nos enseñan a penetrar en el Corazón de Cristo. Así escribe en sus meditaciones de tercera semana:
«Dos cosas me han conmovido sumamente y me han tenido ocupado todo el tiempo. La primera es la disposición con que sale Jesucristo al encuentro de los que le buscan […]. Su corazón está anegado en un mar de amarguras: todas las pasiones se han desencadenado en su interior, toda la naturaleza está desconcertada, y a través de estos desórdenes y de todas estas tentaciones, su Corazón va derecho a Dios, no da un paso en falso, no vacila en tomar el partido que la virtud y la más alta virtud le sugiere. […] La segunda cosa es la disposición de este mismo Corazón con respecto a Judas, que le traicionaba; a los Apóstoles, que cobardemente le abandonaban; a los sacerdotes y a los demás, que eran los autores de la persecución que sufría. Es cierto que todo ello no fue capaz de excitar en Él el menor resentimiento de odio ni de indignación […]. Me represento, pues, a este Corazón sin hiel, sin acritud, lleno de verdadera ternura para con sus enemigos».
Cuando santa Margarita se quejaba al Corazón del Señor de las dificultades que encontraba ella para cumplir su misión, Jesús le dijo, «no te preocupes, yo te enviaré a mi siervo fiel y perfecto amigo». ¡Ciertamente no hay título más hermoso al que pudiera él aspirar!
Enrique Ramière, el «teólogo» y «apóstol» del divino Corazón
Cuando la devoción al Corazón de Jesús no era algo tan conocido, Dios envió a san Ignacio para disponer el corazón de los cristianos en el orden de sus afectos y espíritu caballeresco. Cuando Dios quiso revelar al mundo las inagotables riquezas de su Corazón en Paray-le-Monial, envió a san Claudio para que discerniera, confirmara y difundiera el carisma profético de santa Margarita. También en los inicios del que ha sido llamado «el siglo de oro» de la devoción al Corazón de Jesús (segunda mitad del siglo xix y primera del xx), tiene un protagonismo especial el nombre de otro jesuita: el padre Enrique Ramière.
Tal como explica Orlandis, el padre Ramière fue un gran teólogo del Corazón de Jesús a través de sus escritos, proponiendo todo un sistema de ciencia sobrenatural que daba cuenta de dos verdades fundamentales: el Corazón de Jesús como «fuente y origen de todas las gracias y dones que Dios hace al hombre, de todos los beneficios que le otorga en orden a su santificación». Punto admirablemente explicado en La divinización del cristiano y El Apostolado de la Oración. Pero sin olvidar, como nos recuerda el Papa, que esta espiritualidad debe tener una dimensión social, misionera y reparadora de una civilización en ruinas por las heridas de nuestro pecado. De ahí el segundo principio: «el Corazón de Jesús es principio único y divinamente eficaz de toda restauración y renovación social en el reinado de su amor». Ramière lo desarrolla con maestría en La soberanía social de Jesucristo, haciendo un diagnóstico del mundo contemporáneo y en Las esperanzas de la Iglesia, ofreciendo la única medicina válida para nuestra sociedad enferma, así como la promesa de su sanación.
Pero además de poner su ciencia teológica y social al servicio de la devoción al Corazón de Jesús, el padre Ramière puso en marcha una cantidad sorprendente de iniciativas que impulsaron esta espiritualidad en la Iglesia como «un verdadero río que alegra la ciudad de Dios» al decir de Pío XII. Gracias, entre otros factores, a la difusión de las ideas de Ramière en El Mensajero del Corazón de Jesús y a la extensión del Apostolado de la Oración, los jesuitas volvieron corporativamente a centrar su mirada en esta espiritualidad. Francisco nos recuerda un doble fruto de este gran impulso: «en diciembre de 1871 el padre Peter Jan Beckx consagró la Compañía al Sagrado Corazón de Jesús» y años más tarde, en 1883 una congregación general asumió oficialmente el munus suavissimum: «la Compañía de Jesús acepta y recibe con un espíritu desbordante de gozo y de gratitud, la suavísima carga que le ha confiado Nuestro Señor Jesucristo de practicar, promover y propagar la devoción a su divinísimo Corazón». Pero incluso, más allá de los límites de la Compañía de Jesús, Ramière estuvo en el origen de la consagración de la Iglesia al Sagrado Corazón que hiciera Pío IX en 1875 (y por tanto indirectamente en la que León XIII hizo del género humano en el umbral del nuevo siglo). Así también fue un gran promotor de la fusión de la devoción corazonista con la idea-fuerza del reinado de Cristo que asumiría el Magisterio de una forma palmaria en la Quas primas de Pío XI. En fin, un teólogo y un apóstol, un hombre providencial, dirigido y llevado por el Espíritu de Dios, para la profundización y difusión de este culto que aún no cesa de dar frutos admirables en la Viña del Señor.
Incluso en tiempos más recientes, posteriores al Concilio Vaticano II, la Compañía y la Iglesia no han dejado de reconocer la necesidad –más imperiosa que nunca– que tenemos de volver a esta fuente de misericordia. Francisco recuerda las palabras del padre Arrupe en 1972, «en la llamada “devoción al Sagrado Corazón” está encerrada una expresión simbólica de lo más profundo del espíritu ignaciano y una extraordinaria eficacia –ultra quam speraverint– tanto para la perfección propia como para la fecundidad apostólica». Y también la carta de san Juan Pablo II en 1986 al padre Kolvenbach, invitando a los jesuitas a vivir y difundir esta devoción que corresponde más que nunca a las esperanzas de nuestro tiempo. Lo hizo –comenta Francisco– «porque reconocía los íntimos lazos que hay entre la devoción al Corazón de Cristo y la espiritualidad ignaciana, ya que el deseo de “conocer íntimamente al Señor” y de “mantener un diálogo” con Él, corazón a corazón, es característico, gracias a los ejercicios espirituales, del dinamismo espiritual y apostólico ignaciano, todo él al servicio del amor del Corazón de Dios».
En efecto esta experiencia de unión es propia de los grandes jesuitas, como hemos podido comprobar en el mismo san Ignacio, en san Claudio y en el santo padre Ramière, quizá los tres eslabones más importantes «de una larga cadena de sacerdotes jesuitas que se han referido explícitamente al Corazón de Jesús, como san Francisco de Borja, san Pedro Fabro, san Alonso Rodríguez, el padre Álvarez de Paz, el padre Vicente Caraffa, el padre Kasper Drużbicki y tantos otros»
Pidamos al Señor para que, gracias al fruto de la nueva encíclica en la Iglesia, pronto haya que poner en esta cadena al papa Francisco, primer papa jesuita de la historia, que fiel a la doble condición de sucesor de Pedro y de hijo de san Ignacio nos ha confirmado en la fe y alentado en la esperanza con esta encíclica para gloria del Corazón divino y humano de Nuestro Señor Jesús.