Cristiandad
La Cristiandad es la sociedad cristiana. Precisemos, no se trata de que haya cristianos en una sociedad. Se trata de que una sociedad se constituye “en cuanto tal sociedad” bajo la influencia y parámetros de la fe y de la gracia. «Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no fielmente vivida, no enteramente pensada», dijo Juan Pablo II en su primer viaje a España. La fe, si se vive plenamente, tiende a crear cultura y por tanto llegar a configurar las sociedades en sus instituciones, héroes, ritos, obras etc… Una Cristiandad, es una civilización en la que la Verdad y el Bien del que la Iglesia es depositaria y pregonera, penetra hondamente todas las manifestaciones de la vida comunitaria: desde la cuna hasta la tumba, desde la familia hasta el Estado, desde las leyes hasta las artes, en el ocio y en el negocio, en lo solemne y en lo cotidiano… Se puede hablar con propiedad de Cristiandad cuando todas las expresiones de la vida social están, en sus rasgos fundamentales, inspiradas e iluminadas por la sabiduría celestial y la gracia salvadora recibida de Cristo y que guarda la Iglesia.
Por supuesto, no se trata de que la Iglesia o sus jerarquías usurpen funciones o se entrometan en campos que no son de su incumbencia, se trata más bien, de que el Pueblo de Dios que camina en la historia persiga en cada campo de su vida comunitaria el ideal de la consecratio mundi. De modo similar a como la gracia en el orden individual no destruye la naturaleza, sino que la supone, la purifica y la eleva haciendo que cada cristiano llegue a la santidad, la influencia benéfica de la Iglesia en el orden social no destruye o sustituye las manifestaciones de la vida cultural de los pueblos, sino que, suponiéndolas, las purifica y eleva fructificando en términos de Cristiandad.
La Cristiandad Occidental y Oriental.
Como es natural una época de Cristiandad tiene que ir precedida de un tiempo de intensa evangelización en que la fe sea vitalmente asimilada y transmitida generacionalmente dando un tiempo para crear una tradición y una cultura. La difusión del “cristianismo” es necesariamente previa a la constitución de una Cristiandad. Así ocurrió en los inicios de la historia de la Iglesia, con el tiempo la evangelización apostólica fue ganando el pulso a las persecuciones del Imperio Romano. Sólo en el siglo IV se llegaría a legalizar la fe cristiana (Edicto de Milán, 313) y hacia finales del mismo asumirla oficialmente (Edicto de Tesalónica, 380). Para finales del siglo IV, el Imperio Romano era ya confesionalmente cristiano: el germen de una Cristiandad.
Sin embargo, la división definitiva del Imperio en Occidental y Oriental llevada a cabo a la muerte de Teodosio en 395 marcó también la evolución de la Cristiandad dando lugar a una suerte de gemelación. En el futuro, la Cristiandad Occidental y Oriental tendrían trayectorias diversas, a veces paralelas y otras veces enfrentadas, dentro de un fondo de unidad común.
En Occidente, la fe cristiana, alrededor de la idea del Imperio Romano de Occidente y con el aporte de la sangre y costumbres germanas creó una civilización en el que Dios estaba en la base y la cúspide de todas las relaciones sociales, instituciones políticas o creaciones artísticas. Una civilización que tendría un desarrollo de más de mil años, pasando por periodos de incubación, cohesión, diferenciación y desintegración. En Oriente se desarrolló también durante un milenio lo que Juan Pablo II gustaba referir como el “segundo pulmón” de la Cristiandad: “no se puede respirar como cristianos o, mejor, como católicos, con un solo pulmón; hay que tener dos pulmones, es decir, el oriental y el occidental». Alrededor del Imperio de Oriente, con sus renacimientos y crisis, se cristianizaron pueblos como Moravia o la Rus de Kiev.
Estas dos Cristiandades, Occidental y Oriental, con sus similitudes y diferencias hunden sus raíces en la Edad Antigua y se configuran y tienen su esplendor a lo largo de los muchos siglos de la Edad Media. De un lado san Benito, del otro los Santos Cirilio y Metodio nos recuerdan en su patronazgo sobre Europa las dos vías de la Cristiandad medieval. Su rasgo común más fuerte es la omnipresencia de la doctrina cristiana en todas sus manifestaciones culturales, ambas son un conjunto de pueblos diversos (latinos y griegos, germanos y eslavos) unidos alrededor de la idea del Imperio y fecundados por la fe cristiana.
No obstante, entre sus diferencias, hay que notar que el Imperio de Occidente fue “restaurado” por parte del Papa (en Carlomagno, año 800), lo cual marcaba mejor la primacía del poder espiritual, así como la distinción y articulación de ambas esferas. La latina fue en general una Cristiandad más homogénea en sus ritos y costumbres. Por su parte, en el Imperio de Oriente, que no había tenido esta cesura, el Emperador siempre estuvo más tentado de cesaropapismo, el hecho de que frecuentemente primaran motivos políticos en el gobierno de estas iglesias hará que haya mayor presencia de herejías y cismas, lo cual junto a la mayor riqueza y diversidad oriental propicia que esta Cristiandad se caracterice por una gran pluralidad, a nuestros ojos a veces desconcertante.
A entrar en la Edad Moderna dos fechas simbólicas nos dan idea del declive de la Cristiandad Oriental y Occidental: por un lado, la caída de Constantinopla en manos del islam (1453) hará que esta se reconfigure alrededor de Rusia, por otro lado, en Occidente la ruptura religiosa de Lutero (1517) clavará un germen de continuas divisiones en el futuro. Sin embargo, la fecundidad de la Iglesia en términos de civilización cristiana no se agota en los límites de la Edad Media. Entrambas fechas hay otro hito histórico: los españoles hicieron uno de los más grandes descubrimientos de la historia de la Humanidad que había de ser también terreno propicio para una nueva Cristiandad: el Nuevo Mundo (1492).
Nueva Cristiandad de Indias
“La Cristiandad destas Indias” era la expresión que el arzobispo de Lima, santo Toribio de Mogrovejo (1538-1606), utilizaba en sus escritos pastorales. Nos sirve como testimonio de que ya a mitad del siglo XVI se podía considerar que en Hispanoamérica se había constituido una verdadera Cristiandad.
El hecho de que fuera España la que descubriera el nuevo mundo permitió en varios sentidos esta rápida construcción. Entre todos los pueblos de la Cristiandad Occidental, pocos como en los de la península se había mantenido con tanta fuerza el ideal de una sociedad unida bajo la fe cristiana, por el simple hecho de que se pasaron ocho siglos bajo el impulso de la Reconquista. Esto marcaría en muchos sentidos su devenir. Así, una vez descubierta América, la corona española de Isabel y Fernando se preocuparon primeramente de que aquellos pueblos pudieran ser evangelizados, sacándolos del infierno pagano en que estaban sometidos. Las grandes gestas de la exploración y conquista llevadas a cabo durante el reinado de Carlos V siempre fueron acompañadas de un proceso de “evangelización” con tan buenos resultados que pocos años prácticamente se podía decir que en América se había creado un nuevo conjunto de pueblos cuyas manifestaciones culturales de todo tipo estaban configuradas por la fe cristiana.
Los PP. Zubillaga y Egaña, autores de la Historia de la Iglesia en América hacen por ello una división de sus épocas a partir de una analogía. A los años de los Reyes Católicos y Carlos V les llama la Edad Antigua (1492-1556), porque son los años de la difusión del cristianismo necesariamente previos a la constitución de la Cristiandad. A partir del Felipe II y con los Austrias habla de una Edad Media (1556-1700), en el sentido en que en ellos se da la plenitud de la Cristiandad de las Indias. A partir de la llegada de los Borbones quizá hay una cierta decadencia, y claramente empieza el retroceso con las revoluciones liberales, aunque en un grado mucho menor que en Europa.
Que la fe cristiana en Hispanoamérica fue plenamente acogida, vivida y pensada lo demuestra que pronto generara una cultura propia y cristiana en sus diversos aspectos. En lo religioso se dio el mayor impulso misionero desde la época apostólica, numerosos pueblos fueron acogiendo la fe, las apariciones de la Virgen de Guadalupe (1531) sería para ello el refrendo sobrenatural. Si el Papado por su parte vivía en estos años las dificultades del Renacimiento, el instrumento jurídico del Patronato permitió que, como una suerte de delegación, la corona española pudiera proveer a la creación y organización de iglesias en América. Se refleja en este impulso la idea fundamental de que todo hombre tiene un alma inmortal que debe salvar por Cristo.
En lo político ya hemos señalado como a nivel local la tradición municipalista de los conquistadores permitió la rápida creación de ciudades en cuyas plazas mayores se situaban las instituciones representativas de su concepción política (la casa del gobernador, la iglesia parroquial, el cabildo). A nivel mayor las tierras descubiertas se organizaron políticamente como virreinatos, con similares instituciones y derechos que los otros reinos de la península. El Rey los gobernaba a través de sus virreyes y del Consejo de Indias. Se ve reflejada en estas instituciones la concepción cristiana del hombre como un ser social por naturaleza y de la sociedad como análoga a un organismo vivo con células y tejidos especializados y jerarquizados, según los principios de subsidiariedad y solidaridad.
A nivel social se dio también un fenómeno del que hablaremos en este número: el mestizaje. La Cristiandad de Indias se iba a formar con el aporte étnico de los numerosos pueblos indígenas (quechua, mexica, aymara, guaraní…) que progresivamente iban cristianizándose y mezclándose con los españoles. La idea de la dignidad personal de cada hombre, pues es criatura de Dios hecho a su imagen y semejanza propició esta inmensa y mutua “transfusión de sangre” creando los pueblos “hispanos”.
También en el Derecho se pudo ver la influencia de las ideas teológicas que fundaron Hispanoamérica. Ahí queda la famosa controversia de Valladolid (1550) ¿Cuándo se ha visto que un imperio detenga su expansión y reúna a sus sabios para discutir los derechos de conquistadores y conquistados? Las famosas Leyes de Indias serían el mayor reflejo de esta derivada legislativa de la nueva Cristiandad, con ellas se pretendía proteger el derecho de los indígenas, así como organizar el sistema de encomiendas, la organización administrativa etc…
La fe cristiana, por contener una doctrina, un contenido veritativo, necesariamente ha de tener repercusión en el mundo del saber, en lo académico y científico. Así fue en Occidente, y así también en América florecieron la institución por excelencia del saber: las Universidades. Incluso los sabios de América participaron a su manera incluso en la llamada “segunda escolástica” desarrollada entre los siglos XVI y XVII.
Otras de las manifestaciones de la cultura que quedaron penetradas de las ideas católicas fueron las bellas artes. El arte indiano se desarrolla con figuras señeras en arquitectura, literatura, pintura, escultura. Son técnicas y obras que sirven como punto de encuentro entre las diversas tradiciones previas y generan unas características propias. Se refleja en esta fecundidad la idea de la belleza como reflejo de la esencia divina y camino de encuentro con Dios.
En conclusión, el abrirse en los albores de la modernidad un mundo nuevo descubierto por las naos españolas propició que, tras una o dos generaciones de exploración, conquista y evangelización se creara en las Indias, al menos desde mediados del siglo XVI, una nueva Cristiandad con sus características propias y marcadamente “hispanas”. San Juan Pablo II en Zaragoza en 1992 lo explicó así: “el descubrimiento y de la evangelización de América, tuvo una enorme trascendencia, para la humanidad y para España. Para ésta constituye una parte esencial de su proyección universalista. Allí se inició una gran comunidad histórica entre naciones de profunda afinidad humana y espiritual, cuyos hijos rezan a Dios en español”.
Redescubriendo la Hispanidad.
Probablemente el enemigo más fuerte de la Cristiandad Occidental fue su desunión interna a raíz de la ruptura protestante. En el caso de la Cristiandad Oriental resultó más dañina su obstinación en el cisma, así como la agresión musulmana. En el caso de España y sus reinos de ultramar, el factor más desintegrador de la Cristiandad no fue de hecho ni el islam, ni los protestantes. Los españoles de uno y otro hemisferio sintieron una ruptura espiritual a raíz de la difusión de las ideas ilustradas y de las posteriores revoluciones liberales. No entraremos ahora en el proceso de las independencias o en las guerras civiles decimonónicas. Sí que nos interesa resaltar cómo a partir del siglo XX se da un proceso general de redescubrimiento de la hermandad existente entre todas las naciones que comparten una fe, un idioma, una cultura, oscurecido durante años de leyenda negra y confusionismo identitario.
En 1917, el gobernante argentino Hipólito Yrigoyen decretó fiesta nacional el día 12 de octubre, conmemorando el Descubrimiento y con términos muy elogiosos a la Madre Patria. Durante algunos años se celebró popularizándose la expresión del “Día de la Raza”. Sin embargo, un sacerdote vasco misionero en la Argentina, el P. Zacarías de Vizcarra escribió en 1926 un pequeño artículo en que proponía cambiar la denominación por “Día de la Hispanidad”. Parecía un contrasentido llamar día de la Raza a una gesta que estaba caracterizada por el mestizaje, además de su matiz peyorativo para con las demás “razas”. Era una expresión “poco feliz y algo impropia”. Por su parte proponía tomar la palabra hispanidad (que ya existía) y darle dos nuevos sentidos:
«Estoy convencido de que no existe palabra que pueda sustituir a ‘Hispanidad’… para denominar con un solo vocablo a todos los pueblos de origen hispano y a las cualidades que los distinguen de los demás. Encuentro perfecta analogía entre la palabra ‘Hispanidad’ y otras dos voces que usamos corrientemente: ‘Humanidad’ y ‘Cristiandad’. Llamamos ‘Humanidad’ al conjunto de todos los hombres, y ‘humanidad’ (con minúscula) a la suma de las cualidades propias del hombre. Así decimos, por ejemplo, que toda la Humanidad mira con horror a los que obran sin humanidad. Asimismo, llamamos ‘Cristiandad’ al conjunto de todos los pueblos cristianos y damos también el nombre de ‘cristiandad’ (con minúscula) a la suma de las cualidades que debe reunir un cristiano. Esto supuesto, nada más fácil que definir las dos acepciones análogas de la palabra ‘Hispanidad’: significa, en primer, lugar, el conjunto de todos los pueblos de cultura y origen hispánico diseminados por Europa, América, África y Oceanía; expresa, en segundo lugar, el conjunto de cualidades que distinguen del resto de las naciones del mundo a los pueblos de estirpe y cultura hispánica.»
Poco a poco la palabra y la nueva idea que esta encerraba fue extendiéndose y siendo admitida en círculos cada vez más extensos. Uno de los pensadores que más influyó en esta difusión fue Ramiro de Maeztu. Siendo embajador en Buenos Aires (1928-1930) conoció al P. Zacarías quedando encantado por sus ideas hispanistas. Durante los años de la II República escribiría en Acción Española los artículos que luego se reunirían bajo el título de Defensa de la Hispanidad. En ellos explicaba las claves del humanismo español, se contrasta el ideal hispánico con la tríada de libertad, igualdad y fraternidad, se explica el sentido de la obra misionera de España, incluso las claves del éxito del pequeño comercio de los españoles en América, amén de algunas reflexiones sobre el ser hispano y el caballero español.
“Estamos describiendo la quinta esencia de nuestro Siglo de Oro. Podemos ya definirla como nuestra creencia en la posibilidad de salvación de todos los hombres de la tierra. De ella nacía el impetuoso anhelo de ir a comunicársela. (…) Esta creencia es el tesoro que llevan al mundo los pueblos hispánicos.”
En 1933 el episcopado argentino, en un ambiente de fervor católico e hispanista aprobó para el día 12 de octubre, que se pudiera celebrar Misa votiva de la Santa Cruz, agradeciendo el don de la fe e invocando explícitamente a la Inmaculada y al apóstol Santiago. Con motivo de esta novedad el P. Zacarías escribiría un librito llamado La Vocación de América, en que iba explicando la relación de América con la Fe, la Virgen y el Apóstol a la luz de la Historia y de las Sagradas Escrituras, concluyendo que la vocación de América, como la de cualquier pueblo cristiano, es vocación a la Cristiandad.
“ese día, [12 de octubre] en el plano superior de los intereses morales, constituye también el Día de la Vocación de América a la Fe de Cristo y al seno de la Iglesia Católica, de la misma suerte que la solemnísima festividad de la Epifanía (6 de enero) es el Día de la Vocación de los Gentiles del Viejo Mundo al reino de Cristo, en la persona de los Reyes Magos. La primera Epifanía del 6 de enero se celebra en la Iglesia con el más solemne de los ritos litúrgicos, prolongado con dan octava privilegiada. En cambio, de la segunda Epifanía del 12 de octubre, en que fué llamada al reino de Cristo la gentilidad de la mitad desconocida del mundo, no se hacía la menor conmemoración litúrgica.”
En 1934, se celebró el Congreso Eucarístico Internacional en Buenos Aires. En ese contexto el cardenal Isidro Gomá, primado de España dio un largo discurso luego publicado como Apología de la Hispanidad, en él se describía a América como una obra de España mediante una fusión de sangre, de lengua y de ideal:
“el ideal personal del hombre libre, que no se ha hecho para ser sacrificado ante ningún hombre ni siquiera ante ningún dios, sino que se vale de su libertad para hacer de sí mismo un dios, por la imitación del Hombre-Dios. Y el ideal social, que consiste en armonizarlo todo alrededor de Dios, el “Super Omnia Deus”, para producir en el mundo el orden y el bienestar y ayudar al hombre a la conquista de Dios. Esto es la suma de la civilización, y esto es lo que hizo España en estas Indias”.
Otro gran pensador iba a saltar a la palestra desde Argentina. En 1937 Manuel García Morente, que poco antes había experimentado el “hecho extraordinario” de su conversión a la fe durante su exilio en París, pronunciaba en Buenos Aires dos conferencias sobre el tema de la hispanidad: España como estilo y El Caballero cristiano. Más tarde serían recogidas en un libro publicado bajo el nombre de Idea de la hispanidad (1938).
“Tradición es, en realidad, la transmisión del “estilo” nacional de una generación a otra. No es, pues, la perpetuación del pasado; no significa la repetición de los mismos actos en quietud durmiente; no consiste en seguir haciendo o en volver hacer las mismas cosas. La tradición, como transmisión del estilo nacional, consiste en hacer todas las cosas nuevas que sean necesarias, convenientes y útiles, pero en el viejo, en el secular estilo de la nación, de la hispanidad eterna. El tradicionalismo (…) consiste en que todo el progreso nacional haya de llevar a cada uno de su momentos y elementos el cuño y estilo que definen la esencia de la nacionalidad.”
Y a la hora de describir esta tradición o estilo propio de la hispanidad no encuentra mejor símbolo que el tipo ideal del caballero cristiano que describe profusamente: paladín defensor de una causa, grandeza contra mezquindad, arrojo contra timidez, altivez contra servilismo, más pálpito que cálculo, personalidad fuerte, culto al honor, la vida como preparación a la muerte, la prevalencia de lo privado sobre lo público, y una religiosidad caracterizada por una “impaciencia de eternidad”. Años más tarde siendo ya sacerdote vuelto a su cátedra en Madrid, impartiría discurso inaugural de curso publicado como Ideas para una filosofía de la historia de España (1942-43), en que profundizó en la misma línea, dándonos un esquema de la historia de nuestro país desde el ángulo de la hispanidad.
“La idea religiosa constituye el hilo, en que los hechos históricos españoles se ensartan, para dibujar en el tiempo una trayectoria continua e inteligible, la trayectoria de una vida personal que, siendo cada día distinta, es, sin embargo, siempre la misma. En su primer período -en el período de preparación- fráguase la substancia de la hispanidad; y se fragua justamente fundiendo los elementos naturales preexistentes -los dados por Roma y los legados por la población indígena- en el crisol purísimo de la fe cristiana. En el segundo período, la substancia de la hispanidad se constituye, se afirma, se consolida y se revela a sí misma durante la lucha multisecular con el infiel. España como nación se reconoce consubstancializada con la idea de la unidad católica. Durante el tercer período, de esplendorosa expansión universal, España aspira a organizar en el mundo la cristiandad, la humanidad cristiana, y a establecer sobre la tierra el reinado -no de su propia raza española- sino de Cristo salvador. Por último, en el cuarto período, España se retira de la escena política europea; precisamente por el afán de no contaminar la pureza de su espiritualidad religiosa con la apostasía del pensamiento llamado libre.”
Tras estos cuatro jinetes -Vizcarra, Maeztu, Gomá y García Morente- vendrán una pléyade de autores, españoles y americanos que aún hoy siguen redescubriendo los lazos y vínculos que nos unen a todos los países de la Hispanidad. En este proceso hemos siempre de recordar a aquellos pioneros “redescubridores” que supieron reconocer en la Hispanidad una concreción histórica (que esperamos no será la última) del ideal de Cristiandad que la Iglesia lleva consigo en su peregrinar sobre la tierra.