Uno de los episodios más sorprendentes de la historia de la conquista de América es la Controversia de Valladolid, el debate sobre las conquistas españolas en América organizado en esta villa entre 1550 y 1551. La orden provenía de Carlos V, quien el 16 de abril de 1550 había ordenado la suspensión de todas las conquistas en el Nuevo Mundo, hasta que se aclarase “la manera como se hicieren estas conquistas, para que justamente y con seguridad de conciencia se hicieren.”
La preocupación por el modo de hacerse las conquistas estuvo presente desde el principio. Al poco de morir Isabel la Católica, el sermón de fray Antonio de Montesinos en el Adviento de 1511, en presencia del gobernador Diego Colón y de otros funcionarios reales criticaba las acciones injustas de algunos conquistadores. “Debéis saber que manteniendo oprimidos y fatigados a estos indios no podréis alcanzar la salvación de vuestra alma, ni nosotros podremos absolveros en confesión más que a los criminales que asaltan y matan por los caminos”, fue la amenaza que llegó a salir de sus labios.
En 1512, el rey-regente Fernando el Católico tomó el asunto en sus propias manos y recibió personalmente a Montesinos. Como resultado de la entrevista, Fernando convocó una junta especial a la que encargó proponerle las medidas necesarias, que se concretaron en las leyes de Burgos de 1513, las cuales trataban de garantizar que el sistema de la encomienda, creado por Isabel la Católica para asignar a un “español bueno” un grupo de nativos, cumpliera realmente su función de protección y evangelización.
Fernando también quiso que los dominicos, principales portavoces de la defensa de los indios, encabezaran la reforma de las encomiendas para ajustarlas a sus reivindicaciones, pero durante muchos años fue imposible encontrar un fraile que estuviera dispuesto a ejercer esa tarea en nombre del rey, ya que eran incapaces de trasladar sus exigencias a la realidad política. El rey, mientras tanto, continuó su labor legislativa, promulgando las Leyes de Valladolid, que reforzaban la protección de las mujeres indígenas casadas, las jóvenes indias, los niños indios y los trabajadores indios de las minas. Como legislación laboral, las Leyes de Valladolid se adelantaban trescientos años a las que se promulgarán en Europa en el siglo XIX.
Más adelante, esta preocupación tuvo nuevos portavoces. Destaca la figura de Vasco de Quiroga, laico promocionado directamente a obispo por el Consejo de Indias, que mostró con su trabajo el camino a seguir para buscar el bien de los indios de una forma práctica y aplicable a las circunstancias reales. Fundó hospitales-ciudades en los que se atendía a los niños abandonados, los enfermos, los pobres… No creía que fuera suficiente con bautizar a los indios y dejarlos dispersos, abandonados a sus propios medios. Hacía falta una educación y un trabajo humano para que la fe pudiera calar e impregnar la realidad de los indios, trabajo para el que se hacía necesaria la presencia de los españoles a través de la institución de la encomienda.
Por otra parte, la corriente crítica continuó protagonizando episodios como la petición al Papa Paulo III en 1537, a espaldas de la Corona, de intervenir en los asuntos de América unilateralmente a través de un breve, el Pastorale officium y una bula, Sublimis Deus, en las que contradecía la soberanía y la vicaría apostólica sobre América que sus predecesores, desde Alejandro VI hasta Adriano VI, habían concedido y confirmado a los reyes de España, con lo que ello conllevaba de desautorización de la obra de los españoles en América. Ambos documentos fueron revocados un año después, al hacerse cargo el Pontífice del terremoto que habían suscitado.
La cuestión seguía estudiándose en España: En 1539, Francisco de Vitoria expuso las famosas lecciones De Indis en las que se fundamentarán no solo los justos títulos de la conquista de América, sino también las bases de todo el derecho internacional. Vitoria considera que la donación pontificia hecha por el Papa a los reyes de España no es suficiente motivo para su legitimidad, ya que el poder temporal del Papa se limita a los Estados pontificios, y no tiene otro poder temporal fuera de ellos como para otorgarlo a nadie. Por otra parte, defiende que no es lícito de ninguna manera hacer la guerra a los indios para convertirlos al cristianismo, ya que el acto de fe debe ser libre, y dado que el poder temporal de los pueblos es una cuestión de orden natural, no se puede usurpar ese poder con la excusa de convertirlos.
Frente a estos argumentos en contra de la conquista, el dominico expone los títulos legítimos, que darían fuerza al hecho de que el emperador continúe manteniendo la presencia de los españoles en América. Entre los argumentos positivos, Vitoria defiende el derecho universal de comerciar y explotar las riquezas justamente, que se enunciará más tarde como principio de la libertad de los mares, uno de los principios del derecho internacional. También afirma que los españoles tienen derecho a predicar el Evangelio a los indios, siguiendo el mandato de Cristo. No de deponer a los príncipes idólatras, sino de garantizar que, a pesar de ellos, se pueda anunciar el Evangelio a todos, y si fuera necesario, para ello podría ser lícita la guerra.
Además, refuerza la legitimidad de la guerra contra los indios con el derecho de los españoles a proteger a los conversos, y para defender a los inocentes amenazados de muerte injusta, como las víctimas de sacrificios humanos, lo que hoy llamaríamos represión de crímenes contra la humanidad. Por último, contempla la posibilidad de que la soberanía española pueda establecerse sobre las Indias a partir de una elección voluntaria de los indios o de alianzas basadas en la amistad de los indios con los españoles, como de hecho ocurrió en la conquista de México con los tlaxaltecas o en el Perú con los huancas.
El hecho de que Vitoria negara la legitimidad de la donación pontificia no gustó a Carlos V, que rompió con él como consejero. Le sustituyó entonces en los asuntos de América fray Bartolomé de las Casas, el cual, con su defensa de la legitimidad de la donación pontificia, unida a su vigorosa campaña contra la encomienda, ponía al emperador en la posición que más le convenía: una retirada de la Corona de América a nivel político y militar, dejando sin embargo que los misioneros continuaran evangelizando libremente por su cuenta. No hay que olvidar que en 1550 el emperador se encontraba en un estado de total agotamiento, envuelto en guerras con Francia, con los sarracenos y con los protestantes. En estas mismas fechas, Carlos V escribe a su hermana: “Puedo aseguraros que no puedo más, estoy a punto de reventar.” Siguiendo los consejos de Las Casas, su conciencia quedaría tranquila porque no dejaría de estar cumpliéndose el mandato del Papa de evangelizar a los indios, pero al mismo tiempo se quitaría de encima el peso de la responsabilidad de las conquistas.
Como primera medida, con las Leyes Nuevas que surgieron de la influencia de Las Casas en 1542, se suprimía la encomienda, en contra del parecer de la mayoría de religiosos y el resto de españoles en América. Muy pronto fue patente que las medidas tomadas iban demasiado lejos, y toda América se alzó contra esta decisión. Influenciado por Las Casas, Carlos V se había alejado de la realidad por completo. Para apagar el incendio, el emperador tuvo que revocarlas en lo concerniente a la supresión de la encomienda, el 6 de abril de 1546. El testimonio de muchos obispos y religiosos de México y Perú continuaba siendo muy favorable al mantenimiento de la institución, como herramienta eficaz de evangelización, a juzgar por los resultados obtenidos hasta entonces. Cuando llega el año 1550, el tema estaba resuelto en la conciencia del emperador, y no fue objeto de debate en Valladolid.
¿Qué propósito tenía entonces al emperador para convocar esta controversia? El verdadero tema en cuestión, conocido por todos los miembros de la junta, era si los españoles debían seguir conquistando y evangelizando a los indios y de qué manera. Carlos V era un cristiano ferviente, que siempre se había tomado muy en serio sus responsabilidades en relación con América. En este año de 1550 en el que siente llegar su muerte y antes de decidirse a abdicar para retirarse a la oración en el monasterio de Yuste, piensa ante todo que rendirá cuentas a Dios de la Conquista americana. Esto es lo grandioso de la Controversia. Probablemente, como recuerda Lewis Hanke en La lucha por la justicia en la conquista de América, nunca, ni antes ni después, ordenó como entonces un poderoso emperador la suspensión de sus conquistas para que se decidiera si eran justas.
Los participantes constituían una junta, reunión especial de quince eminentes personajes españoles. Estos quince hombres debían oír, someter a discusión y juzgar el debate principal, en cuyo desarrollo se enfrentarían los alegatos, réplicas y contrarréplicas de dos figuras señeras en cuanto a la problemática americana: el doctor Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas. Todo ello con el objetivo de iluminar la decisión del rey en lo temporal como en lo espiritual.
Ginés de Sepúlveda era un reconocido intelectual humanista, cronista del emperador, cristiano viejo, antierasmista y antiluterano, que había escrito mucho en favor de la causa del emperador y del catolicismo. Fray Bartolomé de las Casas, en cambio, procedía de conversos del judaísmo, tenía una formación académica mucho más limitada y un carácter vehemente e impetuoso. Predicaba una postura radical de rechazo de la presencia de los españoles en América, defendiendo que se devolviese el continente a los indios y se dejase la evangelización exclusivamente a los religiosos, desde una visión utópica de la realidad de los indios. Sepúlveda, que no había estado en América, contaba sin embargo con el testimonio de personas expertas como García de Loaisa quienes, conocedores de la situación real de los indios, pensaban que sin la presencia de las instituciones y autoridades españolas, los religiosos poco podrían hacer en las tierras recién descubiertas. Resumimos a continuación las principales cuestiones debatidas entre ambos y el resultado de sus exposiciones.
¿Autorizan las bulas alejandrinas a someter a los indios?, se preguntan los contendientes en el debate, haciendo referencia a la donación que el papa Alejandro VI había otorgado a España en 1493 en relación con América. Las Casas interpreta que la sumisión de los habitantes de las tierras descubiertas, permitida por el Papa, se refiere a una preparación pacífica para que los indios puedan recibir la fe, mientras que cualquier conquista militar es inicua, tiránica y condenable. Sepúlveda, en cambio, asegura que la soberanía concedida por el Papa a España en América es plena y total, sin que ello sea un abuso por parte del Papa, ya que, aunque no hubiera concedido tal derecho, España lo habría recibido por derecho natural, ya que “el derecho de gentes adjudica las tierras descubiertas a sus descubridores.” Por lo que el Papa sencillamente habría procurado con las bulas mediar como árbitro entre los príncipes cristianos, para bien de la evangelización.
La condición natural de los indios, ¿justifica que se les someta? Sepúlveda considera que el estado de civilización en el que se encuentran los indios es inferior al de los españoles, en el sentido de que entre ellos la guerra es casi continua, ligada a la antropofagia guerrera en muchos casos, y la costumbre de los sacrificios humanos está profundamente arraigada en su cultura. Ello no significa que deban ser esclavizados, sino que deben ser gobernados y educados para su propio beneficio. Comparaba Sepúlveda los beneficios del imperio español sobre los indios con las ventajas que había supuesto para los pueblos antiguos ser pacificados por Roma y haber recibido el derecho romano.
Por su parte, fray Bartolomé de las Casas rebate que los indios no son infra-humanos para necesitar ser sometidos por la fuerza. Pero, en lugar de fundamentar su argumento en que todos los hombres son iguales en dignidad, lo hace apelando a que los verdaderos infra-humanos no están en América, sino en África, y son los negros… pues cuanta mayor cercanía hay a los polos, menos pueden desarrollarse las capacidades humanas. En su defensa de los indios, les atribuye todo tipo de cualidades, inteligentes, ingeniosos…, gracias al clima y las condiciones geográficas del continente. Al contrario que Sepúlveda, Las Casas reniega del imperio romano, negándose a reconocer ninguna bondad en él.
¿Pueden ser sometidos los indios para evitar que adoren a los demonios? A esta pregunta, Sepúlveda contesta que sí, y Las Casas, que no. La negación se basa en la idea anteriormente enunciada por Francisco de Vitoria de que el acto de fe no podía ser impuesto por la fuerza, ya que es esencialmente libre. A pesar de tener los argumentos a su favor, Las Casas se enreda en su ambigüedad, queriendo llevar la contraria a Sepúlveda, y acaba reconociendo que él mismo había quebrantado en alguna ocasión los ídolos de los indios. Sepúlveda se reafirma en su convencimiento de que los príncipes cristianos tienen la obligación de someter a los indios por la fuerza, reprimiendo la idolatría, sin que ello signifique obligarles a recibir la fe contra su voluntad. Las Casas termina admitiendo la destrucción de ídolos en el caso de que los indios se sientan ya inclinados a abrazar la religión cristiana o si se someten voluntariamente a la jurisdicción española, casos que en 1550 eran prácticamente generalizados.
¿Se justifica el sometimiento de los indios para “salvar a los numerosos inocentes que esos bárbaros inmolan”? Ante esta cuestión, Sepúlveda responde afirmativamente, siguiendo la estela de Francisco de Vitoria, que ya había expuesto de manera rotunda la obligación de intervenir para defender a los inocentes de la muerte. Las Casas, en su afán por mantener la tesis de la bondad absoluta de los indios, llega a justificar los sacrificios humanos, argumentando que es obligación de todo hombre ofrecer a Dios lo más valioso que tiene, y dado que los indios no conocen al verdadero Dios, es natural que ofrezcan a sus dioses sus conciudadanos. Las Casas evita nombrar la desagradable costumbre del canibalismo que iba unida a los sacrificios humanos, así como el hecho de que para realizarlos se emprendían continuas guerras en las que se capturaban cientos de prisioneros destinados a dicha práctica.
¿Abrir camino a la propagación de la religión cristiana y facilitar la tarea de los predicadores justifica el sometimiento de los indios? Para Las Casas, la respuesta es negativa; alude a la actitud de Cristo y los apóstoles en los primeros tiempos del cristianismo. Si Cristo y los apóstoles predicaron sin la ayuda de las armas ni la protección de las autoridades, también los españoles deberían hacer lo mismo con los indios. Para reforzar su argumento, ponía como ejemplo la reducción dominica de indios que había contribuido a fundar en Guatemala, en la que todo español tenía prohibido entrar[1]. “Luego nosotros no sólo no podemos imponer la conversión por la fuerza, sino que tampoco debemos imponer nuestra predicación, porque ello equivaldría de hecho a predicar por la fuerza.”
Sepúlveda insiste en que “no hay otro método seguro para facilitar y hacer efectiva la predicación de la fe que el de someter a los indios a la autoridad española”, que es precisamente la tarea que les había confiado el Papa. También explicaría la misión del poder político como pacificador, tomando como modelo el imperio romano que, incluso siendo pagano, hizo posible gracias a la pax romana la predicación de los apóstoles. También se conoce el caso de los cristianos de Jerusalén, que treinta años después de la muerte de Cristo se refugiaron en la ciudad de Pella para ponerse bajo la protección romana y librarse así de los judíos. La evangelización necesitaba ya una fuerza protectora, aunque fuese pagana. ¿Con qué derecho podríamos renunciar a esta fuerza protectora ahora que es cristiana?, argumentaría Sepúlveda.
El resultado del debate fue la clara victoria de Sepúlveda, cuyo realismo se impuso a las reivindicaciones apasionadas de fray Bartolomé. Sin embargo, ambas corrientes, en su esfuerzo por buscar la justicia, habían contribuido a la primitiva formulación de los derechos humanos. La conquista de América era ya irreversible, y en aquellos momentos se había iniciado el Siglo de Oro tanto en el nuevo continente como en España. Una España que “legará al mundo el modelo universal de la afortunada fusión de dos civilizaciones.”
[1] El argumento no era del todo acertado, pues para fundar la reducción había necesitado la colaboración de indios convertidos en las encomiendas, así como del propio gobernador. Y pasados siete años, la reducción fue devastada por el ataque de otra tribu, asesinados los misioneros y los indios que se habían convertido, y entonces los dominicos pidieron auxilio a las autoridades españolas para que los defendieran. Pero esto todavía no había ocurrido cuando tiene lugar la Controversia de Valladolid.