En lo que algunos califican como el mayor retorno de la historia política norteamericana, Donald Trump, quien fuera presidente de los Estados Unidos durante el periodo 2016-2020, regresa a Casa Blanca como el 47 presidente del país. Un regreso triunfal, pues además de conseguir ganar en los 7 estados en disputa (los “swing states”, donde los apoyos de los dos candidatos están muy igualados), ha ganado en voto popular, con el apoyo de 75 millones de electores, al tiempo que el Partido Republicano mantenía el control de la Cámara de representantes y recuperaba el Senado, que ahora controla cómodamente. Una situación que deja a Trump en un contexto inmejorable, legitimado en las urnas y casi sin oposición en el Congreso.
Un camino difícil
No siempre las expectativas fueron así. Si algo hay que reconocerle a Trump es su capacidad de superar adversidades, algo que simbólicamente quedó reflejado en su grito “¡luchad!” tras caer herido en el primero de los tres intentos de asesinato que ha sufrido a lo largo de la reciente campaña electoral. Pero cuando en 2022 anunció su voluntad de intentar regresar a la presidencia sus apoyos eran pocos: la mayoría de republicanos, después del fallido intento de 2020, pensaban que su momento había pasado y que convenía apostar por un candidato más joven y que, aunque no provocara el entusiasmo que Trump genera en algunos, tampoco provocara el intenso rechazo que genera en otros. Pero Trump, con una determinación digna de encomio, fue superando obstáculos y consiguió la nominación republicana a la presidencia.
El otro momento bajo lo vivió Trump tras la proclamación de Kamala Harris como candidata demócrata. El candidato inicial, el actual presidente Joe Biden, cayó en la trampa que le tendió el aparato de su partido al proponerle algo inédito: un debate antes de la nominación. Trump, que a su fuerza de voluntad une importantes dosis de soberbia, cayó también en la trampa y aceptó. Aquello a duras penas puede calificarse como debate: un Biden desorientado era incapaz de acabar sus argumentos y Trump confesaba que no entendía lo que quería decir. Se desató así una campaña para forzar a Biden a renunciar, algo que no podría haber hecho después de la nominación, y colocar como candidata a su vicepresidenta, Kamala Harris. Asistimos entonces a un interesante experimento sociológico: los mismos que unos meses antes criticaban duramente a Harris, ahora la ensalzaban como la estadista que iba a unir de nuevo al pueblo norteamericanos y llevarlo a un esplendoroso futuro (además, era la única que podía usar los más de 90 millones de dólares recaudados ya por Biden y, para rematarlo, ¿quién se atrevería a criticar a una mujer negra?). Y con los medios de comunicación tradicionales lanzando ese mensaje día y noche y numerosas celebridades de Hollywood o del mundo de la música mostrando su apoyo a Kamala, por un momento pareció que esta operación de manipulación a gran escala estaba funcionando. En realidad duró lo que tuvieron a Kamala alejada de las cámaras: cuando no quedó más remedio que someterla a una entrevista, incluso en un entorno amigo, su incapacidad para ofrecer alguna idea articulada, no digamos ilusionante, quedó en evidencia. Fue entonces cuando Kamala cambió de tono y acusó a Trump y a sus votantes de ser nazis, afirmando que eran una amenaza para la democracia y, sobre todo, para “las mujeres” y su sagrado derecho al aborto. Luego Biden añadió más leña al fuego, calificando a los votantes de Trump como “basura”. La estrategia no parece haber dado muy buenos resultados.
Trump mejora resultados en todos los grupos
Trump, por su parte, ha conseguido mejorar sus resultados de modo muy transversal, también entre las mujeres y los negros, aunque de manera más intensa entre la población hispana, que ya son con mucho la minoría étnica más numerosa de los Estados Unidos. Es muy significativo el diferente modo de enfocar la campaña de los dos candidatos: cuando los demócratas detectaron que estaban perdiendo fuerza entre los hombres negros, Harris lanzó una serie de promesas destinadas a ese colectivo (entre las que se incluía la legalización de la marihuana y de los negocios de venta de esta droga para “crear oportunidades para la comunidad negra en este nuevo negocio”). La respuesta de Trump fue no proponer nada específico para este o cualquier otro colectivo: sus políticas de más seguridad, aranceles más altos y una política exterior menos proclive a fomentar guerras se dirigían a la totalidad de los norteamericanos. No es de extrañar pues que algunos afirmen que la victoria de Trump es el fin de las “políticas de identidades”. Un poco exagerado quizás, pero lo cierto es que esta batalla la han perdido.
Como curiosidad, es de destacar la movilización de los amish (un grupo anabaptista que rechaza la tecnología moderna) que contra su costumbre fueron a votar a Trump, con especial incidencia en el estado clave de Pensilvania, como modo de castigar a la administración demócrata que, con sus asfixiantes normativas, habían llegado a clausurar una de las granjas amish.
La cuestión del aborto y el voto católico
Lo hemos señalado antes: una de las grandes bazas de Harris era su defensa del aborto, algo que resultó eficaz para movilizar a su electorado hace dos años pero que ahora no ha funcionado tan bien. Trump, por su parte, se desmarcó del asunto diciendo que él ya había hecho su trabajo y que ahora era una cuestión a decidir en cada estado, según ha establecido la sentencia Dobbs. A continuación dio una de cal y una de arena: sí, prometió dejar de financiar con fondos públicos la multinacional abortista Planned Parenthood que, en tres años, ha recibido 1.600 millones de dólares del “católico” Biden, pero por otro lado anunció que apoyaría la extensión de la fecundación in vitro. Su cálculo era que, siendo Kamala Harris una abortista tan visceral (en la convención demócrata había un camión donde se practicaban abortos gratis a quien lo deseara) y además, sus sectarismo anticatólico tan evidente, los pro-vida y los católicos le acabarían votando como mal menor. Y así ha sucedido: si el “católico” de origen irlandés Biden consiguió en 2020 un poco más de voto católico que Trump, en esta ocasión el vuelco ha sido enorme y Trump ha ganado a Harris entre los católicos por 15 puntos de diferencia.
Por cierto, en estas votaciones estaban en juego varios referéndums sobre el aborto. En tres estados, Florida, Nebraska y Dakota del Sur, se rechazaron las propuestas abortistas, mientras que en otros siete estados la victoria fue de los enemigos de la vida. También cabe señalar que, por poco más de 5.000 votos, Virginia Occidental aprobó una enmienda constitucional que prohíbe el suicidio asistido en ese estado. En el caso de Florida, donde permanecen en pie las estrictas restricciones al aborto que impuso el gobernador Ron DeSantis, Soros gastó (y perdió) 40 millones de dólares en promover la enmienda abortista.
¿Unas elecciones íntegras?
Otra de las grandes cuestiones era ver si se iban a volver a producir situaciones “extrañas” en el recuento de los votos, como sucedió hace cuatro años cuando, tras ciertos cambios sorpresivos, Biden remontó en el recuento de votos. El aliado de Trump y dueño de Twitter, Elon Musk, abogaba por una victoria tan grande que fuera imposible de amañar. Otros se han organizado desde hace cuatro años para impedir situaciones proclives a las trampas, especialmente en las garantías del voto por correo, y para animar a los votantes republicanos a votar también con antelación. El resultado fue que, a pesar de que el ex presidente Barack Obama anunciara que el recuento podría durar días, si no semanas, la misma noche electoral Trump fue reconocido como ganador de una elecciones en las que, casualidad o no, Kamala Harris ha ganado en todos los estados en los que no se exige identificarse con un documento con fotografía.
Y ahora, ¿qué prioridades?
Queda ahora por ver qué políticas y prioridades van a marcar esta segunda presidencia de Trump, en la que ha conseguido un apoyo superior al de 2016 y en la que no tiene que hacer cálculos de cara a un siguiente mandato al no poder presentarse en 2028 (quien sí lo podrá hacer es su vicepresidente J.D. Vance, católico converso con una preciosa historia de superación personal que ha salido muy reforzado de una campaña en la que derrotó sin necesidad de palabras gruesas a su contrincante demócrata). Por de pronto Trump ha anunciado que prohibirá a los hombres biológicos competir en pruebas deportivas femeninas y que convertirá en delito la promoción de la ideología de género en las escuelas. Asimismo ha anunciado una política de inmigración mucho más restrictiva, la lucha contra los narcotraficantes, el abandono de las políticas “verdes” que frenaban el crecimiento económico del país y un acuerdo que ponga fin a la guerra en Ucrania. Son, todos ellos, retos enormes, pero quizás el mayor al que se va a enfrentar Trump es el desmantelamiento de lo que se denomina el “Estado profundo”. Es muy consciente de que en su primer mandato la administración, incluido el FBI y la CIA, no se comportó de manera neutral sino que, trufada de izquierdistas, se dedicó a boicotear muchas de sus medidas. En esta ocasión Trump ha prometido hacer limpieza y despedir a todos aquellos funcionarios que se colocan por encima de los gobernantes. La batalla que se avecina promete hacer historia.