El pasado 5 de junio, al finalizar su catequesis semanal, el papa Francisco anunció que estaba preparando un documento para el mes de septiembre que, en el marco de la celebración del 350° aniversario de la primera manifestación del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque y recogiendo las reflexiones de los textos magisteriales anteriores y de una larga historia que se remonta a las Sagradas Escrituras, propondría de nuevo a toda la Iglesia este culto lleno de belleza espiritual. «Creo –decía entonces el Papa– que nos hará muy bien meditar sobre diversos aspectos del amor del Señor que pueden iluminar el camino de la renovación eclesial; y que también digan algo significativo a un mundo que parece haber perdido el corazón». Y acababa pidiendo que toda la Iglesia le acompañara con la oración en este tiempo de preparación del documento.
Pasó el verano y finalizó el mes de septiembre y el documento no apareció. Llegaban noticias de que se estaban ultimando las traducciones de un texto que, aunque el Papa no lo había especificado, todo el mundo daba por supuesto que se trataba de una exhortación apostólica.
Finalmente el 24 de octubre salía a la luz de forma inesperada una encíclica, la cuarta encíclica del papa Francisco que, bajo el título Dilexit nos («Nos amó»), reflexiona sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo. Se trata de la primera encíclica dedicada explícitamente a la devoción al Corazón de Jesús desde 1956 –en que Pío XII publicó la Haurietis Aquas–, manifiesta la importancia del mensaje que el Santo Padre quiere proponer a toda la Iglesia y constituye, sin duda, una clave interpretativa de todo su pontificado. De hecho el mismo papa Francisco afirma en la nueva encíclica que «este documento nos permite descubrir que lo escrito en las encíclicas sociales Laudato si’ y Fratelli tutti no es ajeno a nuestro encuentro con el amor de Jesucristo, ya que bebiendo de ese amor nos volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común» (Dilexit Nos, 217).
La revista Cristiandad dedicará más adelante algunos números a glosar y desarrollar lo que el Santo Padre enseña en Dilexit nos por lo que en este momento nos limitaremos a resaltar alguna de las características que hacen de esta encíclica, además de su rango magisterial, algo inesperado.
En primer lugar, y tal como había anunciado, podemos destacar que el Papa retoma el Magisterio de la Iglesia sobre la devoción al Sagrado Corazón recordando textos centrales de encíclicas anteriores como la Annum Sacrum, la Miserentissimus Redemptor o la Haurietis Aquas. En este sentido, el papa Francisco se inserta, tanto por el lenguaje como por el contenido, en la ya larga tradición de la Iglesia que ve en el Corazón de Jesús el «símbolo y la imagen expresa de la caridad infinita de Jesucristo» (Dilexit Nos, nota 69) y la tabla de salvación para el mundo moderno. Además, se observa un especial énfasis en responder a las objeciones históricas –y aún presentes en algunos ambientes– a esta devoción, como la acusación de ser fruto de revelaciones privadas, de ser una devoción meramente sentimental o simplona o de ser contraproducente fijarse en el corazón –mero órgano físico para algunos– y no en la misma persona de Cristo. Por este último motivo, por ejemplo, dedica toda la primera parte de la encíclica a destacar la importancia del «corazón».
En esta línea el Papa reconoce explícitamente el rol fundamental de santa Margarita María de Alacoque en la difusión de la devoción, citando extensamente sus apariciones y revelaciones, y sin la cual no se pondría tener una inteligencia adecuada de la devoción al Corazón de Jesús tal y como Él mismo se ha dignado revelárnosla en estos últimos tiempos. Y también de forma inesperada el Santo Padre da un paso más para comprender bien esta devoción al destacar, junto a la santa de Paray-le-Monial, la figura de san Claudio de la Colombiere, «notario» de la autenticidad de las apariciones, defensor, divulgador y autorizado intérprete de las mismas, destacando su célebre «Acto de confianza», precendente claro del mensaje de infancia espiritual de santa Teresita del Niño Jesús. San Claudio, advierte el papa Francisco, sintetiza admirablemente el mensaje transmitido por el Corazón de Jesús a santa Margarita y la espitirualidad de la Compañía de Jesús fundamentada en los Ejercicios ignacianos, que en cierto modo podemos ver como providencialmente transmitidos a la Compañía de Jesús en vistas al cumplimiento del suavísimo encargo que le ha confiado nuestro Señor Jesucristo de practicar, promover y propagar la devoción a su divino Corazón.
Históricamente es indiscutible este servicio que la Compañía de Jesús ha prestado a la Iglesia, donde sobresale de forma especial los escritos y obras del padre Enrique Ramière, que no es citado en la encíclica pero que toda ella bebe de su «optimismo nuclear», de la esperanza en la transformación del mundo por la entrega de nuestra vida al amor del Corazón de Cristo. No obstante, habrá que esperar casi doscientos años desde las apariciones para que la Compañía de Jesús se consagrara al Corazón de Jesús (diciembre de 1871) y aceptara oficialmente este «munus suavissimum» del Sagrado Corazón en una de las últimas Congragaciones generales presididas por el padre Beck (1883). Dicha aceptación sería ratificada posteriormente en la Congragación general que eligiría como Prepósito general al padre Ledochowski en 1915 e incluída en el texto del Epítome del Instituto de la Compañía (851.1). Dicha consagración fue renovada cien años más tarde por el padre Arrupe en 1972 y el actual Prepósito general, el padre Arturo Sosa, ya la ha renovado dos veces: la primera al finalizar el año ignaciano el 31 de Julio de 2022 en Loyola y la segunda el pasado 28 de septiembre en la capilla de las Apariciones de Paray-le-Monial.
Y junto a san Ignacio de Loyola y san Francisco de Sales, principales precedentes que preparan la recepción de la moderna devoción al Corazón de Jesús, el Papa destaca, no obstante, cómo esta devoción ha ido acompañando la vida de los santos –san Ambrosio, san Agustín, santo Tomás de Aquino, san Bernardo, san Vicente de Paúl– y especialmente en los últimos tiempos, donde cita a san Carlos de Foucauld y, sobre todo, a santa Teresita del Niño Jesús, cuyo magisterio doctoral es imprescindible para comprender y practicar adecuadamente la devoción al Corazón de Jesús.
Bajo esta guía el papa Francisco aborda en la encíclica uno de los dos aspectos más intrínsecos de la esta devoción, la reparación. Y lo hace, de forma inesperada, desde una nueva perspectiva que asume y profundiza la comprensión tradicional de la reparación tal y como la presentó el papa Pío XI en la encíclica Miserentissimus Redemptor. La reparación, explica el Santo Padre, no debe ser vista únicamente como el dar consuelo al Sagrado Corazón mediante ciertas obras externas, que son indispensables y a veces admirables, sino como «liberar los obstáculos que ponemos a la expansión del amor de Cristo en el mundo, con nuestras faltas de confianza, gratitud y entrega» (Dilexit Nos, 194), como un «ofrendar al Corazón de Cristo una nueva posibilidad de difundir en este mundo las llamas de su ardiente ternura» (Dilexit Nos, 200) con el espíritu que expresó santa Teresita en su «Acto de ofrenda al Amor misericordioso».
Desde esta nueva perspectiva y como fruto de la contemplación del Corazón de Jesús, la reparación se convierte así en un acto apostólico y misionero, en el principio vital que anima y se consuma en la consagración. La consagración al Corazón de Cristo, dice el Papa, «se ha de poner en relación con la acción misionera de la Iglesia misma, porque responde al deseo del Corazón de Jesús de propagar en el mundo, a través de los miembros de su Cuerpo, su entrega total al Reino» (Dilexit Nos, 206). Así pues, la reparación, «que es cooperación apostólica a la salvación del mundo», mueve a la consagración personal, familiar, parroquial, empresarial, nacional al Sagrado Corazón como medio para «construir la tan deseada civilización del amor» (Dilexit Nos, 182), para extender el Reino de Cristo a todo el mundo y que se produzca el «milagro social» (Dilexit Nos, 28), como decía el padre Ramiere y confirma la nueva encíclica, por el que «el reino del mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Cristo, y reinará por los siglos de los siglos» (Ap 11, 15).
Acabamos estas breves líneas agradeciendo filialmente al Santo Padre esta inesperada y luminosa encíclica donde vemos confirmado por la autoridad pontificia el magisterio y las esperanzas que el padre Orlandis transmitió en Schola Cordis Iesu –que el próximo año celebra su centenario– y que la revista Cristiandad tiene por lema: Al Reino de Cristo por los Corazones de Jesús y María. «De la herida del costado de Cristo –concluye al Papa– sigue brotando ese río que jamás se agota, que no pasa, que se ofrece una y otra vez para quien quiera amar. Sólo su amor hará posible una humanidad nueva» (Dilexit Nos, 219).