EL Occidente post-cristiano ha asistido impasible al éxodo forzado de más de 120.000 cristianos armenios que se vieron obligados a abandonar la región de Nagorno-Karabaj tras la invasión del territorio por parte del ejército de Azerbaiyán, país con un 98% de población musulmana chií. Con la entrada en vigor del decreto azerí que dictaminaba la disolución oficial de las instituciones armenias a partir del 1 de enero de 2024, se ha consumado la anexión. El reino de Armenia fue el primero en convertirse al cristianismo en el año 301 cuando el rey Trdat fue convertido por san Gregorio el Iluminado. El último reino en el territorio de la Armenia histórica desapareció en el siglo XI y no hubo ningún estado armenio hasta la proclamación de la República Democrática de Armenia el 18 de mayo de 1918. Aunque poblado en su mayoría por armenios, Nagorno-Karabaj fue integrado en la república soviética de Azerbaiyán en 1921 por Stalin. Tras el derrumbe de la URSS en 1991, Nagorno-Karabaj organizó un referéndum –boicoteado por la comunidad azerbaiyana– y luego proclamó su independencia de Azerbaiyán con el apoyo de Armenia. Esta independencia no fue reconocida por ningún estado miembro de la ONU. La invasión en septiembre de 2023 de Nagorno-Karabaj (que significa Karabaj montañoso o alto Karabaj en ruso, y es para los armenios la República de Artsaj) es la conclusión de un nuevo enfrentamiento que se suma a los de 1991, 2016 y 2020. En el conflicto de 2020 los azeríes invadieron un territorio que incluía todos los pasos fronterizos con Armenia, salvo el corredor de Lachin, finalmente cerrado por sus tropas en diciembre de 2022, fecha en que se cortó el suministro de gas y electricidad. Este asedio se vio agravado unos meses después, cuando se impidió además la entrada de medicinas y alimentos. En septiembre de 2023 tuvo lugar la invasión armada.
Redefinir la historia
En lo que respecta al patrimonio cultural armenio en Nagorno-Karabaj, había ya una honda preocupación antes de la invasión definitiva del territorio. Armenia había acusado a Azerbaiyán de destruir, profanar y apoderarse de iglesias y santuarios armenios, y Azerbaiyán alegaba que las iglesias armenias centenarias que hay en la región son «un legado de los albaneses caucásicos» y un «patrimonio armenio ficticio». Después de la invasión, en declaraciones a Aciprensa, el sacerdote armenio Tirayr Hakobyan denunciaba que «hay muchas iglesias armenias de los siglos V y VI que han sido destruidas en su totalidad». El padre Hakobyan afirmaba que Azerbaiyán pretende «eliminar cualquier pista de Armenia en Nagorno-Karabaj» con el objetivo «redefinir la historia». El propósito que persigue el islam con la destrucción del patrimonio cristiano es eliminar cualquier vestigio de la presencia del pueblo de la Cruz, como sucedió hace una década en Siria e Irak, a manos del ISIS (Estado Islámico o Daesh). Esta persecución afectó también a los cristianos armenios y su patrimonio en las mismas ciudades que habían sido escenario del genocidio de 1914-15.
Pasividad de Occidente
Decíamos más arriba que el Occidente post-cristiano (¿o anticristiano?) ha asistido impasible a estos acontecimientos. Realmente ya no sorprende que el teatro geopolítico mundial reaccione de modo diverso ante conflictos similares conforme a sus intereses económicos, políticos y estratégicos. Hace décadas que asistimos perplejos a las continuas manifestaciones de la hipocresía del Occidente democrático, por una parte y, por otra, a la aceptación acrítica y confiada de sus relatos por una población entrenada para creer todo lo que propugna la propaganda mediática occidental. Probablemente los contratos que Europa, Turquía o Israel tienen con Azerbaiyán para recibir el gas y el petróleo que abundan en su territorio explican en parte el silencio internacional frente a la invasión de Nagorno-Karabaj. Turquía, además, sueña con una alianza «musulmana y turco parlante» que restaure el poder del antiguo imperio otomano y ha suministrado armas, drones, asistencia y mercenarios a Azerbaiyán.
La misma impasibilidad, el mismo silencio cómplice, la misma inmoral geopolítica, la misma hipocresía comprada con treinta monedas ha cubierto de modo vergonzante el genocidio en el que fueron exterminados un millón y medio de cristianos armenios a manos del Imperio otomano en 1915. Es un genocidio que no ha merecido grandes producciones cinematográficas, exitosas series de televisión o quintales de literatura. Veremos más adelante hasta qué punto es un genocidio olvidado y negado. Trataremos ahora de proporcionar algunos datos, que en ningún caso podrán describir las dimensiones del exterminio.
El genocidio armenio
En la Guerra Ruso-Turca de 1877 los armenios habían tomado partido por los rusos cristianos. La guerra acabó con la derrota turca, anexionándose el Imperio ruso – que había hecho de la protección de las minorías cristianas uno de los ejes de su política exterior– los territorios habitados por armenios en el norte de Irán y la Armenia Oriental. El sultán Hamid se vengó de los armenios: en 1891 se forman escuadrillas de ataque llamadas «hamidiyé», formadas en su mayoría por kurdos musulmanes que saquearon y asesinaron a armenios cristianos. En 1895 ya se había producido una masacre con una estimación de trescientos mil muertos. Entre el 6 de agosto y el 14 de septiembre de 1910 se celebró en Tesalónica un congreso secreto de dirigentes del comité de los Jóvenes Turcos. Allí se escucharon discursos sobre la estrategia política de homogeneización de Turquía, llegándose a afirmar que era «necesario adoptar una política centralizadora e imponer el panturquismo recurriendo, en caso necesario, al exterminio de los disidentes». El órgano central en la planificación de este exterminio fue el Ministerio del Interior, con Talaat Pasha –cofundador del Comité Unión y Progreso/Jóvenes Turcos– al frente. Sin embargo, la aniquilación de los cristianos armenios se organizó como una operación secreta, por lo que se creó una estructura paralela –incluyendo las chetes, bandas de delincuentes– que, en ocasiones, actuaba de manera coordinada con el aparato policial del Estado.
La masonería, que jugó un papel esencial en la caída del Imperio austrohúngaro, habría tenido también un rol importante en el genocidio armenio. Sostiene esta tesis el historiador alemán Michael Hesemann, que escribió un libro sobre el genocidio armenio basado en documentos contenidos en los archivos del Vaticano. «Obsesionados por una visión racista y nacionalista, los Jóvenes Turcos intentaron transformar el multinacional y multirreligioso imperio otomano en una homogénea «comunidad del pueblo» , [pero] como las características raciales son difíciles de determinar en la mixta población turca, la religión fue el indicador del «verdadero ser turco» : un «verdadero turco» tenía que ser musulmán sunita. Únicamente esa «pureza» –creían– salvaría a Turquía de los «microbios internos» y «parásitos» (cristianos armenios, griegos y siríacos).» En la mayoría de los casos, los Jóvenes Turcos habían estudiado en París. «Muchos de ellos fueron aceptados por las logias masónicas y, de hecho, la Logia de Tesalónica se convirtió en una especie de cuartel nacional para ellos». Talaat Pasha, ministro del Interior, era el Gran Maestro del Gran Oriente en Turquía. Él fue el autor del escueto telegrama por el que se ordenaba la masacre: «Yak– Vur–Oldur» (quemar, demoler, matar). El diario del propio Talaat Pasha es una fuente inestimable para determinar la cifra de muertos del genocidio armenio: 1.150.000 entre 1914 y 1917, el 77% del total de la población armenia.
El 24 de abril de 1915 la comunidad armenia de Constantinopla se descabezaba con el arresto de su elite cultural, política e intelectual, que fue deportada al interior, sobreviviendo una mínima parte. A esta masacre siguió la de la población armenia, con una metodología recurrente: los hombres eran detenidos y asesinados, y las mujeres y los niños se deportaban a pie a través de los desiertos de la actual Siria. Muchas mujeres serían violadas, otras secuestradas o vendidas, mientras la mayoría de los deportados morirían de hambre, sed y agotamiento. A las embarazadas se les arrancaban los hijos de las entrañas. En Trebisonda, barcazas llenas de armenios se lanzaban al Mar Negro y se provocaba su hundimiento (como sucediera en las Noyades de las matanzas de la Vendée).
«La evidencia del genocidio armenio es abrumadora. Nos ha llegado de testigos directos, relatos de supervivientes, apuntes de algunos de los asesinos, informes de misioneros, diplomáticos y soldados extranjeros, y oficiales del ferrocarril turco. A pesar de las medidas tomadas para que no quedaran evidencias fotográficas, algunos testigos horrorizados, como el médico alemán Armin Wegner, consiguieron tomar fotografías de las atrocidades. Pero tal vez la más terrible evidencia de todas es el hecho de que las zonas del oeste de Turquía que habían sido el hogar de los armenios durante cientos de años ahora forman una “Armenia sin armenios»”. El genocidio armenio de 1914 se viene calificando como el «genocidio olvidado», quizás porque para los intereses de las potencias occidentales se trata de un genocidio incómodo, lo que se manifiesta claramente en el hecho de que solo una treintena de los 193 países representados en la ONU lo han reconocido. Ni siquiera Israel, que padeció su propio genocidio, se encuentra entre esos treinta países. Algunos de los países en los que hay importantes comunidades armenias, como Francia, Rusia y Argentina, sí lo han reconocido oficialmente. El papa Francisco en una misa celebrada el 12 de abril de 2015 en la basílica de San Pedro para conmemorar, con la presencia de miles de fieles armenios, los cien años del martirio armenio, utilizó la palabra genocidio, lo que provocó un conflicto diplomático con Turquía. El jefe de la diplomacia turca, Mevlut Cavusoglu, afirmó que las declaraciones del Papa estaban «alejadas de la realidad histórica y legal». El definir como genocidio las masacres que sufrieron los cristianos armenios por parte del Imperio otomano ha causado no pocos conflictos diplomáticos con Turquía, como el desencadenado con Alemania en 2016. Días antes de que el Parlamento de Alemania utilizara este término políticamente incorrecto en una declaración casi unánime, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan había alertado de que el voto a favor de la resolución perjudicaría las relaciones diplomáticas, económicas, sociales, políticas y militares entre los dos países. La UE se jugaba mucho en este conflicto diplomático, ya que Turquía era –y lo es cada vez más– un socio importante en las alianzas que están conformando esa nueva frontera de Europa que forma un gran muro de retención para millones de migrantes.
Una persecución inacabada
¿Podría la expulsión de los cristianos armenios de Nagorno-Karabaj ser el último capítulo de su larga historia de persecución y sufrimiento? Todo hace pensar que no. El presidente azerí Ilham Aliyev ha anunciado, una vez anexionado Nagorno-Karabaj, que irá más lejos, con un objetivo: establecer una continuidad territorial entre su territorio y Turquía, abriendo un corredor entre el territorio armenio y el enclave azerbaiyano de Najicheván, para exportar sus hidrocarburos a Europa. Además, dijo que «si ve un rearme de Armenia iniciará una operación militar», es decir, quiere negar el derecho de cualquier país soberano a disponer de un ejército fuerte y eficaz. Si esto llegara a suceder, ¿quién defenderá a Armenia?
El periodista Farid Élie Aractingi, a su regreso de Armenia en octubre de 2023, relataba que muchos ciudadanos armenios esperan el auxilio de una Europa que califican de cristiana. Para Aractingi la respuesta a esa demanda es clara y terrible: «¿Están locos estos armenios? ¿Nosotros, cristianos? (…) Nos recordáis demasiado las raíces que hemos olvidado y el cristianismo que hemos liquidado, por una gota de petróleo».