Sabemos que el Mesías debía venir de la tribu de Judá. Menos sabido es que la Biblia también enseña que, antes, un Mesías de la casa de José vendría de Galilea para morir en expiación por los pecados del mundo. Es «el gran secreto del judaísmo rabínico»: «es José, el Justo, el que expía por el mundo, y el mundo se sostiene por Él» (Sefer Hazohar). Mitchell es un biblista que ha publicado el primer estudio completo sobre dicho «Mesías ben José». Incluye múltiples referencias del Antiguo y Nuevo Testamento, manuscritos del Mar Muerto, targums y cientos de referencias rabínicas. Afirma que, de haberlos leído Pau Cristià, la Disputa de Barcelona hubiera acabado con la derrota de Nahmánides.
Si Jesús era de la tribu de Judá y de la tribu de José, une en su persona ambos Mesías y a todo Israel.
Jesús, tomando como padre a José, se hizo «hijo de José» (Jn 1, 29). Haciéndose galileo, se estableció en tierras de la tribu de José.
Puede que, además, tuviera sangre de la tribu de José a través de la Virgen María. La Virgen tenía sangre sacerdotal (era pariente de Isabel, «hija de Aarón») y sangre real (su padre era de la casa de David). Mitchell propone que también tenía sangre de la tribu de José a través del linaje de Omrí, rey de Efraím. Su nieta Atalía se casó con el rey de Judá, llegando a ser reina y uniendo ambas estirpes (2 Re 11; 2 Cro 22).
José significa «Dios añadirá». Al dar a luz a su primer hijo, Raquel «le llamó José, diciendo: Dios añadirá (Yossef) para mí otro hijo» (Gn 30, 24).
«De esto aprendemos que el Mesías nacerá de José», dice la tradición judía (Midrash Yelamdenu). En el Antiguo Testamento no hay figura de Cristo más perfecta que José, hijo predilecto de Jacob. Se profetizan maravillas de él, que trascienden su figura histórica, pues se producen cuando él ya está muerto. Se refieren a alguien de su estirpe, a un «hijo de José».
José, el hijo de Jacob, era el perfecto justo, que caminó puro entre tentaciones de adulterio, idolatría y avaricia. José es el amado de su padre, y el primogénito de su amada.
Su padre le dio espléndidas vestiduras y autoridad sobre todos (Gn 37, 2-14).
Más importante es lo que dijo de él al bendecirle, antes de morir. La de José es la bendición de las bendiciones. Es la más larga entre las de los doce hermanos. Mucho más larga que la de Judá (71 palabras vs 55). Su bendición es la consumación del libro del Génesis, que acaba con la muerte de Jacob y José, mientras que la de Judá y el resto de hermanos ni siquiera es mencionada.
Jacob le nombró nazir o príncipe consagrado, puesto aparte (Gn 49, 26) y le dio el doble de herencia que a sus hermanos (Gn 48, 22).
Jacob enumera las veces en que José fue atravesado. Atravesado por las aflicciones infringidas por los traficantes de esclavos, las de la mujer de Putifar, las del copero del Faraón y su tremenda ingratitud. La flecha más afilada, la herida más profunda, la traición de sus propios hermanos.
En todo esto, José no se apartó del camino recto del Señor.
Jacob concluye: «de allí el Pastor, la Roca de Israel» (Gn 49, 24). La interpretación de este versículo por parte de san Jerónimo coincide con la de Rashi, Ibn Ezra y del targum Onkelos: de José vendrá, saldrá el Pastor y Roca de Israel. Es decir, el Mesías vendrá de José.
Vayamos ahora al final del Deuteronomio. Moisés está a punto de morir, y pronuncia otra bendición colosal, también mayor que la de cualquier otra tribu: «la gracia del que vive en la zarza vendrá sobre la cabeza de José, y sobre la corona del que es príncipe (nazir) entre sus hermanos» (Dt 33, 16ss).
¿Qué efecto tendrá esa gracia?
Si seguimos leyendo, en el mismo texto sigue Moisés explicando que, como resultado de esa gracia, será «primogénito del buey (shor) su gloria, y sus astas como astas de uro (rem). Con ellos conducirá a la unidad a los pueblos» (Dt 33, 17). Moisés compara a un José del futuro con dos tipos de buey: el buey doméstico (bos taurus) y el uro (bos primigenius), un toro salvaje gigantesco extinguido hace siglos.
Todo israelita sabía que el buey doméstico o shor es como un esclavo, un cautivo que dedica su vida a arrastrar pesadas cargas.
Sin embargo, el primogénito de un buey no se dedicaba a esos arduos trabajos, pues la Ley de Dios mandaba: «no trabajarás con el primogénito de tu buey» (Dt 15, 19).
El motivo por el que al primogénito del buey no se le hacía trabajar porque estaba destinado a morir en expiación: «al primogénito del buey no lo redimirás: son santos. Rocía su sangre sobre el altar» (Nm 18, 17).
Por lo tanto, en un primer momento, Moisés profetiza que la gracia del que vivía en la zarza hará de uno que nacerá de José un siervo que morirá por los pecados del mundo. Y esa muerte sacrificial y expiatoria será su gloria.
En un segundo momento, se profetiza que el buey se coronará como un animal distinto. «Sus astas (o cuernos) como astas de un uro».
El contraste entre lo que significa el primogénito de un buey y un uro no puede ser más grande.
El uro era un animal salvaje, libre, poderoso y temible, «un poco más pequeño que los elefantes, de enome fuerza, no respeta ni a hombre ni a bestia, ni puede domesticarse» (Julio César, Guerra de las Galias).
¿Qué significa, pues, la comparación que hace Moisés?
Significa que la gracia del que vivía en la zarza provocará una transformación: el buey pasará a ser un uro. El shor será un rem. El siervo inmolado será coronado de majestad. El siervo será un rey, en virtud de su inmolación expiatoria. Su cornamenta es una corona, y hará de todos los pueblos un solo pueblo.
Los profetas de Judá retuvieron la tradición de un rey sufriente como José. El Hijo de José podría ser el Siervo de Yahvé del profeta Isaías. Ambos son amados y escogidos, ambos traicionados y se les quiere matar. Por sus sufrimientos, ambos dan vida a su pueblo y son finalmente exaltados. Ambos son «atravesados» por las flechas de la traición (Is 53, 5; Gn 49, 24).
El profeta Miqueas, tan importante que todos recurrieron a él para explicarle a Herodes dónde nacería el Mesías (Mt 2, 4-6), había profetizado que nacería «en Belén de Judá» (Miq 5, 2-3).
Mucho antes de que Belén fuera la ciudad de David, lo había sido de Raquel.
Y Raquel representa a sus hijos, José y Benjamín.
Cuando Raquel murió en el camino entre Belén y Efratá, su esposo Jacob la enterró. Un poco al sur plantó su tienda en «la torre del rebaño» (Migdal Eder), sobre una colina llamada la «hija de Sión». Desde allí los pastores no sólo vigilaban las ovejas. Desde allí seleccionaban, de entre todas las ovejas de la zona, el cordero pascual. Ese era «el lugar en que el Mesías Rey se revelará al final de los días» (targum Yerushalmi de Gn 35, 23). Allí nacería el moshel o guía de Israel. «Sus días son eternos», y guiará a su rebaño con la fuerza del Eterno (Miq 5, 2-4).
Mitchell concluye destacando las implicaciones de su libro para la comprensión del pueblo judío sobre la identidad de Jesús, y con un testimonio personal: «cuando descubrí la profecía de un Mesías galileo que moriría por los pecados del mundo se convirtió en una roca para mi fe. ¿Cómo pudieron Jacob y Moisés predecir esto, si no fuera por el poder de Dios? ¿Y a quién podría señalar finalmente sino a Jesús de Nazaret?»