Grandeza de la familia ASISTIMOS hoy a un espetáculo deplorable: el desquiciamiento de la familia, consecuencia fatal de la descristianización de nuestra sociedad. La familia lleva en si misma algo divino y, por lo mismo, algo religioso. Fundóse la familia con la intervención directa del mismo Dios, que quiso plasmar con sus manos omnipotentes la primera pareja humana, bendecir el primer himeneo y darle, con su bendición, la maravillosa fuerza de multiplicar la vida en el mundo. Jesucristo, al restaurar todo orden humano, quiso que la familia cristiana se fundara sobre un sacramento, el matrimonio, símbolo de la divina unión del Hijo de Dios con su Iglesia. La historia nos dice que en todas partes se consideró la familia como obra de la divinidad, bajo Enero 2024 | 39 cuya tutela vivió, en las civilizaciones refinadas como en los pueblos salvajes. Ningún pueblo separó jamás la familia de la religión… Es por ello que, cuando en nuestros días ha decrecido el espíritu y el sentido religioso del pueblo, se han aflojado los vínculos de la familia, perdiendo ésta su fuerza cohesiva, que es el mismo Dios, y ofreciéndonos la triste visión de sus ruinas, en todos los elementos que la componen: ruina del vínculo conyugal, de la santidad de las relaciones entre los esposos, del criterio que debe informarles en el régimen de la familia, de la obediencia y respeto de los hijos, de las funciones educadoras, del sentido de los destinos, de orden temporal y eterno, a que Dios llama a esta institución fundamental de las sociedades. Hacer la familia religiosa, es engrandecerla. Llevar a sus entrañas el fermento de los principios cristianos sobre los que Dios quiso se asentara, es vigorizarla y hacerla apta para los grandes fines que debe llenar en el mundo. Iluminarla, en su constitución y en sus funciones, con la luz brillante y cálida que para ella tiene la revelación cristiana, donde hay que buscar la verdadera grandeza de las humanas cosas, es obra de apología, de glorificación de la familia, de apostolado y, sobre todo, de defensa social. […] ¡Tema delicioso el de la familia! Porque el solo nombre y el solo recuerdo de la familia parece que inunda de luz nuestro espíritu, y que engendra en él el suave calor de las cosas amables, la dulce armonía de las cosas bellas. […] Tema de actualidad apremiante. Porque de este árbol de la familia cristiana, bajo el cual, pacíficamente sentada, ha visto la más grande de las civilizaciones pasar ya veinte siglos, el nihilismo pulverizador de nuestros días golpea con tremendos hachazos el tronco vetusto, las raíces vivas, para derribarlo, y para que perezca la sociedad en el desamparo de un día sin amor, en el torbellino de todos los egoísmos desencadenados. Tema profundamente cristiano. Porque yo me atrevo a llamar a la familia la pupila del ojo del cuerpo social cristiano, que no puede tocarse sin que todo él sufra gravísimo riesgo: porque disminuir el sentido cristiano de la familia, estancar las aguas vivas de nuestra religión para que no penetren en su sagrado coto, es debilitar el vigor cristiano de los pueblos, es parar el ritmo del corazón que debe hacerlos vivir en Cristo y por Cristo. Porque la generalidad de los cristianos de hoy no piensan, ni sienten, ni obran bien en lo que atañe a la familia; y es preciso se les diga a los pueblos: Ved la familia cristiana; vosotros quizás no hacéis caso de esta institución, ni trabajáis por ella; pero sabedlo: si se descristianiza la familia–y ello será si no la conocéis ni la ayudáis–, la vuelta a la paganización del mundo es fatal; habrá llegado su hora cuando la socie[1]dad no halle ya en el seno del hogar la savia cristiana que absorber, para llevarla de allí, por todas las articulaciones, hasta la periferia de la vida social… La familia como elemento social y político La familia, con toda su grandeza, es marco estrecho para la perfección a que Dios llama al hombre. Dios puso en su corazón el instinto social: ello le lleva a lo que los filósofos dicen la máxima sociedad natural, que es la conyugal: de ella brotan los hijos, como los pétalos del capullo, para formar la sociedad paternal; y ambas se completan con la sociedad heril. Y aquí tenemos salvada la primera etapa de la sociabilidad del hombre. […] La ciudad, en el sentido político que damos a esta palabra, es una exigencia de la misma naturaleza. No le basta la familia al hombre, porque en ella no puede lograr todos sus fines: por ello la familia, aun siendo una sociedad completa, es imperfecta. Dios impuso al hombre la ley de la conquista de la naturaleza: Dominad, someted… y las familias no podrían por separado adueñarse de los tesoros de verdad, de energía, de riqueza, que el mundo atesora. Es preciso que se junten familias a familias y mancomunen sus esfuerzos para estas difíciles conquistas. […] Y ved aquí la grandeza de la familia en el orden social: es el principio de la ciudad, la semilla de la república, como la llama Cicerón: Principium urbis, et quasi seminarium reipublicae. Es la célula de este organismo social. […] No toquéis la familia, a pretexto de que es una sociedad microscópi[1]ca dentro la sociedad universal de los hombres. El mal de la familia es el mal de la sociedad; la muerte de la familia es la muerte de la sociedad; como el mal y la muerte de las células vivas del cuerpo humano es no es sólo la suma de la grandeza de las familias, sino la enfermedad y la muerte del mismo cuerpo. Dios ha querido que la sociedad no fuera solamente el resultado de la yuxtaposición de muchas familias, sino que un como espíritu vital las uniera entre sí y las solidarizara para los grandes fines de la vida humana. Por esto el daño que se infiere a la familia es daño que se hace a la sociedad. […] Porque es así, ved un fenómeno histórico. Todas las herejías que no atentan sólo contra la verdad de un dogma en el terreno de la especulación teológica, sino que entrañan consecuencias de orden político y social –montanistas, valdenses, albigenses, protestantes–, todas han dirigido sus ataques contra la familia, y han sancionado, en mayor o menor escala, principios y orientaciones que tienden a destruir el concepto y el hecho cristiano de la familia. No hay que hablar de las teorías de Hobbes y Rousseau, de los excesos del filosofismo y de la revolución, que nos trajeron la relajación de la familia por el divorcio, y menos aún de las demoledoras doctrinas del comunismo rojo, que tiende a invadirnos. En cambio, ved a la Iglesia de Cristo sosteniendo, a través de los siglos, una lucha titánica contra los enemigos de la familia, en el orden de los principios y de los hechos, e inoculando sin cesar en la entraña misma de la familia la savia cristiana que la conserven en su vigor y pureza según Cristo.[…] * * * Por ello, y es este argumento pode[1]roso en pro de la grandeza de la familia, fue ella honrada por Dios en todo tiempo. Dios es quien personalmente trataba, bajo las frondas del Paraíso, con la primera familia que El mismo constituyera. Dios es el vengador del primer agravio inferido al amor fraterno, en la persona de Caín. Dios es el que salva al mundo por la familia de Noé, cuando toda carne había corrompido sus caminos. Dios sale por el honor del padre ultrajado, maldiciendo a Cam. Dios es quien funda su pueblo, «el pueblo de Dios», sobre la familia de Abraham. Dios es quien jalona los tiempos de su pueblo, has[1]ta que se llegue a la institución del reino teocrático, con la historia de los grandes patriarcas, que no el más que la historia de las familias en las que había Dios vinculado sus promesas. Dios es el que da a su pueblo una constitución esencialmente familiar, dividiéndolo en doce tri[1]bus, que son doce ramas de un mismo tronco de sangre; las tribus en casas, ramas secundarias de las tribus; y las casas en familias, según el concepto que de familia hemos dado. A cada página de las Escrituras del Testamento viejo se lee algo relativo a la familia. Por familias se ora; por familias se sirve a Dios en el templo; por familias se distribuyen las cargas y honores; hasta por familias se organizan los grandes duelos […] Y un día, para que vieran los hombres como Dios honra a la familia, una de estas genealogías, la que nos describe el evangelista San Mateo, terminaba con estas palabras: De Jacob nació José, esposo de María, de la que nació Jesús, que se llama el Cristo. Es la Sagrada Familia, a la que toda la cristiandad honra y venera. Tanto honró Dios a la familia, que quiso que la segunda persona de la Santísima Trinidad se hiciera Hijo de la familia, con el nombre de Jesús; que tuviera una Madre de familia, María; que tuviera un Padre legal, José, a quien constituyó Dios sobre su familia. Tanto honró Dios a la familia, que quiso que del costado de su Hijo naciera la santísima Iglesia; y esta Iglesia se llama a sí misma la Familia de Dios: Familiam tuam, quaesumus, Domine… Familia inmensa, donde todos somos hermanos, que tenemos el mismo Padre, Cristo, y la misma madre, María. Y quiso más Dios: quiso que, en las mismas entrañas de la familia, en esta gran familia de la Iglesia, se pusiera como divino fermento la gracia del Sacramento del matrimonio, para que quedara la familia santificada en su misma raíz. Y quiso, por ministerio de su Vicario en la tierra, que la Sagrada Familia fuese el divino modelo según el cual se conformaran todas las familias cristianas. Loado sea el Señor, que ha hecho tan grande a la familia: Ofreced al Señor familias de los pueblos; ofreced al Señor la gloria y el poder. Loado sea el Señor, que ha hecho de la familia el germen de toda grandeza en el mundo, y ha querido constituir sobre la tierra una Familia, a la que quiso pertenecer El mismo, para que en ella se miraran todas las familias del orbe.