Publicamos algunas de las reflexiones que Pierre Manent dio a Le Figaro con motivo de la publicación de su último libro: «La Iglesia, si se me permite decirlo, difunde y comunica en el tiempo un tesoro inagotable que le fue dado en el principio, pero apunta más allá del tiempo, al Día del Señor, cuando
el proyecto redentor será consumado. Esta Iglesia está fuertemente instalada en este mundo al tiempo
que se refiere constantemente al otro mundo… La Iglesia no está hecha para gobernar este mundo, y el otro mundo se hace esperar. A partir del siglo XVI los europeos se impacientan, pero fue en el siglo XVII cuando tomaron las grandes decisiones. Dos grandes decisiones para establecer la soberanía humana sobre el mundo: por un lado, el Estado moderno; por otro, la ciencia moderna.
[…] Hoy, el Estado y la ciencia están llegando al estadio final de su ambición. Nada escapa a la vigilancia del Estado del bienestar, nada escapa a la intrusión del ojo científico. ¿Qué significa «condición humana» cuando pretendemos cambiarla radicalmente? Lo que era una promesa peligrosa
se ha convertido en realidad desmoralizante para nosotros.
¿Qué puede decir todavía esta propuesta cristiana a un mundo que ha eliminado a Dios ¿Qué podemos hacer con el cristianismo? Reconocerlo como un hecho, un hecho significativo en la vida presente de los europeos, un hecho religioso, moral, social y, por tanto, también político. Pero no es el caso:
reconocido, no sin reservas, como un hecho pasado, su estatuto actual está sujeto a una precaria autorización. La cantidad espiritual, la cantidad de realidad que el cristianismo representa en la historia de Europa ha sido de alguna manera suprimida en el momento en que la nueva Europa, en lugar de situarse en continuidad con su historia, ha querido nacer de nuevo, en la inocencia y la ignorancia de esa historia. De este modo se ha vuelto con espíritu de venganza contra los componentes de la vida europea que supuestamente habrían causado las guerras, la violencia, las injusticias de nuestro pasado, ya se trate de las naciones o de las confesiones cristianas. El proyecto europeo se basa en la decisión de rechazar cualquier continuidad entre la nueva Europa y lo que la precedió, como para asegurarse de que no heredará ninguna mancha. En un país como Francia, el mantenimiento en el espacio público de signos cristianos está condicionado a una autorización precaria y deliberadamente
humillante, el pesebre sólo es aceptable en el espacio público a título de vestigio folclórico.
Al mismo tiempo que vacía el espacio público europeo de signos cristianos, Europa acoge incondicionalmente al islam. No sólo se reconoce al islam como un hecho religioso y social que hay que tener en cuenta con justicia y prudencia, sino que se le otorga una legitimidadespecial, como prueba del nuevo nacimiento de Europa, prueba de que no se trata de un «club cristiano».
[…] En un ambiente social y moral en el que la religión cristiana ha quedado confi nada a los lugares de culto y los fi eles han perdido la costumbre de defi nir y formular el objeto de su fe en el ámbito público, este objeto se desdibuja. Se deja entonces envolver en esa religiosidad que forma lo que puede llamarse la religión civil de Europa, e incluso de Occidente, a saber, la religión humanitaria, la religión
de la humanidad. Esta religión se basa en lo que Tocqueville llamó el «sentimiento de lo semejante».
La compasión por «el otro hombre» se convierte en el afecto social por excelencia. Es comprensible que
este afecto se confunda con el amor al prójimo que ordena el precepto evangélico. Los efectos de estas dos disposiciones son en parte similares.
Sin embargo, consideradas en sí mismas, estas dos disposiciones son profundamente diferentes.
Por la compasión, como muy bien ha analizado Rousseau, me identifi co con mi prójimo que sufre, me
pongo en su lugar, pero por supuesto sé que yo no sufro, e incluso, dice Rousseau, experimento necesariamente, a pesar mío, el placer de no sufrir. La caridad no se dirige en primer lugar al prójimo, sino a Dios, que está presente en el pobre, en el enfermo, en el preso… Esto parece «menos humano» que la compasión, y de hecho lo es, pero escapa al círculo de la semejanza «demasiado humana». La caridad supera, pasa por encima de las diferencias, pero no las elimina.
De lo contrario, la caridad no culminaría en el mandamiento de amar a nuestros enemigos, aquellos con los que es imposible identifi carse, por los que es imposible sentir compasión. Sólo quiero señalar que la perspectiva cristiana es completamente diferente de la perspectiva humanitaria. Esta última ve a la humanidad unirse por el contagio irresistible del sentimiento de semejanza. La similitud de los hombres haría que las diferencias entre las formas de vida de esos hombres fueran secundarias y, en última instancia, indiferentes. La caridad cristiana no las considera secundarias o insignifi cantes. ¿Cómo podría juzgar que las diferencias entre las religiones carecen de signifi cado real, y en última instancia son indiferentes, cuando el único principio verdadero de la unidad fi nal de los hombres reside para ella en Cristo?
La Hermandad de Hijos de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, fruto del carisma apostólico del padre Ramón Orlandis
EL pasado 12 de abril nos reuníamos los miembros de Schola Cordis Iesu, familias y amistades, en Sant Cugat del Vallés (Barcelona), junto a la tumba de nuestro querido padre Ramón Orlandis con motivo del 50 aniversario de su...