Con cierta frecuencia la conmemoración de aniversarios y la irrupción de acontecimientos eclesiales imprevistos nos marcan el contenido de nuestra revista. Estaba programado dedicar el número de enero a la conmemoración de los 25 años del doctorado de santa Teresa del Niño Jesús, tan íntimamente ligada a la historia de Cristiandad, y cuando lo teníamos ya preparado nos llegó la noticia de la muerte de Benedicto XVI. Hemos pospuesto para febrero la casi totalidad de los artículos sobre la «pequeña y gran santa», porque creemos que es de justicia y agradecimiento recordar este gran papa que con la profundidad y firmeza de su doctrina y magisterio, como profesor, teólogo, obispo, cardenal, papa y papa emérito nos urge, en estos tiempos de confusión, a permanecer fieles a la fe de la Iglesia, y que con su vida sencilla y fervorosa constituye un ejemplo a imitar de amor a la Iglesia y de confianza en Dios.
Son muchos los aspectos de su magisterio que podrían ser glosados, sin embargo, a raíz de su defunción se ha subrayado de un modo especial como su pensamiento reflejado en numerosos artículos y libros, así como su magisterio gira en torno a las cuestiones más nucleares de la vida cristiana. Destaca en este sentido su decisiva colaboración en la dirección de la redacción del Catecismo de la Iglesia católica que realizó por encargo del papa san Juan Pablo II, cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuya necesidad y suma oportunidad ha quedado manifiesta en los años posteriores y ya como papa está confirmada esta centralidad en su primera encíclica, «Caritas in veritate» que se inicia con estas incisivas palabras: «La caridad es la verdad de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida». Esta triple referencia: caridad, verdad y Jesucristo constituyeron el eje de toda su labor magisterial. Así lo ratifican sus tres encíclicas sobre las virtudes teologales y su último libro sobre la vida de Jesús, obra que consideraba como la culminación de toda su labor teológica.
Una de sus últimas intervenciones públicas cono Sumo Pontífice realizada el 14 de febrero muy pocos días después de haber anunciado su renuncia, fue el discurso que dirigió a los párrocos y clero de Roma, y señala con una modestia singular que debido a su edad ya no ha podido preparar «un grande y verdadero discurso, como podría esperarse» y de forma casi improvisada les dirigió una charla sobre lo que fue el Concilio Vaticano II, en el que tuvo una participación importante como perito conciliar. Después de explicar algunas anécdotas en los prolegómenos del Concilio que reflejan la actitud de ilusión, entusiasmo que había generado el Concilio y al mismo tiempo la expectación sobre lo que se esperaba de él, comenta de una forma sintética las principales aportaciones doctrinales del Concilio que constituyen la enseñanza magisterial del Concilio de los Padres o concilio real que contrasta con el Concilio de los medios de comunicación o Concilio virtual.El resultado es que a pesar de la importancia doctrinal del Concilio real, el virtual ejerció una trágica influencia dentro y fuera de la Iglesia, cuyas desastrosas consecuencias caracteriza de modo muy significativo: «Era obvio que los medios de comunicación tomaran partido por aquella parte que les parecía más conforme con su mundo. Estaban los que buscaban la descentralización de la Iglesia, el poder para los obispos y después, a través de la palabra “Pueblo de Dios”, el poder del pueblo, de los laicos. Estaba esta triple cuestión: el poder del Papa, transferido después al poder de los obispos y al poder de todos, soberanía popular. Para ellos, naturalmente, esta era la parte que había que aprobar, que promulgar, que favorecer. Y así también la liturgia: no interesaba la liturgia como acto de la fe, sino como algo en lo que se hacen cosas comprensibles, una actividad de la comunidad, algo profano. Y sabemos que había una tendencia a decir, fundada también históricamente: lo sagrado es una cosa pagana, eventualmente también del Antiguo Testamento. En el Nuevo vale sólo que Cristo ha muerto fuera: es decir, fuera de las puertas, en el mundo profano. Así pues, sacralidad que ha de acabar, profano también el culto. El culto no es culto, sino un acto del conjunto, de participación común, y una participación como mera actividad. Estas traducciones, banalización de la idea del Concilio, han sido virulentas en la aplicación práctica de la Reforma litúrgica; nacieron en una visión del Concilio fuera de su propia clave, de la fe. Y así también en la cuestión de la Escritura: la Escritura es un libro histórico, que hay que tratar históricamente y nada más, y así sucesivamente. Sabemos en qué medida este Concilio de los medios de comunicación fue accesible a todos. Así, esto era lo dominante, lo más eficiente, y ha provocado tantas calamidades, tantos problemas; realmente tantas miserias: seminarios cerrados, conventos cerrados, liturgia banalizada… y el verdadero Concilio ha tenido dificultad para concretizarse, para realizarse; el Concilio virtual era más fuerte que el Concilio real».
Esta intervención pública realizada al final de su pontificado refleja una de las grandes preocupaciones del Papa sobre la situación de la Iglesia y que desgraciadamente, como podemos comprobar con todo lo que hace referencia al sínodo de los obispos alemanes, continúa estando muy presente en la actual crisis eclesial.
Razón del número
En el número anterior dedicamos las páginas de nuestra revista a reflexionar sobre el significado de los acontecimientos del mayo del 68 y constatábamos cómo su influencia, ha llegado hasta nuestros días, especialmente en el ámbito de los criterios...