El pasado 22 de octubre concluyó el XX Congreso del Partido Comunista Chino en Pekín. Tal como estaba previsto, el presidente Xi Jinping obtuvo su tercer mandato de cinco años como secretario general del Comité Central del Partido Comunista, presidente de la Comisión Militar central y presidente de la República Popular de China, excediendo así la limitación de dos mandatos establecida por Deng Xiaoping. Y, como se auguraba también, confirmó su posición de líder único en China reforzando su poder dentro del partido y continuando con la purga de cargos con voces distintas a las del presidente,
cuyo poder único recuerda cada vez más al de Mao Zedong.
A pesar de que durante el desarrollo del Congreso no se esperaban grandes sorpresas, sí se dio una curiosa imagen que ilustra el proceder de Xi Jinping. En el momento en el que se permitió el acceso a las cámaras de periodistas a la sala principal del Congreso, pudo verse como el expresidente Hu Jintao era expulsado de su puesto en la mesa presidencial.
Una imagen que, aunque luego fue justificada debido a problemas de salud del expresidente, significó
un castigo y una purga pública. Sea lo que fuere, ésta no ha sido la única purga que ha sucedido durante el Congreso. Más destacable incluso resulta la limpieza en el Comité Permanente del Politburó,
máximo órgano de liderazgo colectivo y decisión política de China. De los siete miembros que lo componen, cuatro han sido sustituidos por nuevos miembros, todos ellos pertenecientes al entorno de Xi.
Con esta renovación de la plana mayor del Partido, ahora en manos de leales a Xi Jinping, la era de relativa pluralidad que existía en el Partido Comunista Chino ha terminado. Tras diez años de «lucha contra la corrupción», que ha sido utilizada para justificar la limpieza del PCCh, el presidente se ha asegurado que nadie pueda hacerle sombra. El «Sueño chino» de Xi ha dejado de lado la tecnocracia de sus predecesores para volver a abrazar el maoísmo de mitad del siglo xx. Más allá del control estricto sobre el Partido, todo parece indicar que el control social va a continuar en aumento.
No es ya solamente la censura de las redes sociales extranjeras u otras influencias de Occidente, es que China ha implementado ya un sistema de reconocimiento facial que le permite monitorear las conductas de sus ciudadanos y premiarles o castigarles por ello. Los ciudadanos «poco fiables» para el Estado son aquellos con deudas, con comportamientos incívicos en la vía pública (captados por innumerables cámaras de alta precisión con tecnología de reconocimiento facial), o que han difundido
mensajes disidentes con la visión del Partido por redes sociales. Se calcula que, dentro de lo que la opacidad del país permite, unos 6 millones de chinos tienen prohibido circular en trenes de alta velocidad debido a haber agotado su «crédito social» y unos 27 millones no pueden viajar en avión.
Otra de las características de este control social es la llamada «sinización». Para el PCCh no es suficiente que las organizaciones extranjeras que operan en China tengan líderes chinos, sino que estos deben ser designados directamente por el Partido. Esta sinización afecta directamente a la Iglesia católica, la cual, según Pekín debe «ser compatible con el punto de vista marxista de la religión» hasta convertirse en una «teoría religiosa del socialismo con características chinas».
En este contexto, la Santa Sede renovó en octubre el acuerdo con Pekín según el cual, aunque una parte del mismo sigue siendo secreta, se obliga a que los obispos católicos establecidos en territorio chino sean reconocidos por las autoridades comunistas.
Al mismo tiempo que se renovaba el acuerdo, se ha intensificado la persecución religiosa, poniendo
esta vez en su punto de mira al cardenal Zen, detenido y llevado a juicio por su apoyo a los organizadores de las protestas en Hong Kong contra los recortes de libertades impuestos por China. No es de extrañar, pues, que sean cada vez más las voces que se preguntan por los resultados e idoneidad del acuerdo entre la Santa Sede y el régimen comunista chino.
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