En las elecciones de medio mandato en Estados Unidos la cuestión no es si el partido en la oposición gana (desde la Guerra de Secesión siempre lo ha hecho con tres excepciones: 1934, 1998 y 2002), sino la magnitud de la victoria. En esta ocasión las encuestas auguraban una importante victoria republicana, la «marea roja» la llamaron, que finalmente no se ha materializado. A falta de completar algunos recuentos parece que los republicanos consiguen alzarse con una exigua mayoría en la Cámara de Representantes. En cuanto al Senado, los demócratas han conseguido mantener su control. Un escenario que, a pesar de algunas alegrías puntuales, es claramente decepcionante para los republicanos. Biden verá limitada su capacidad de acción al perder el control de la Cámara de Representantes, pero el actual presidente aún podría nombrar algún nuevo juez para el Tribunal Supremo, que es el lugar donde se dirimen cada vez más las grandes cuestiones.
La campaña de estas elecciones de medio mandato se ha centrado, a grandes rasgos, en dos grandes cuestiones: el aborto y la economía.
Los demócratas han intentado presentar las elecciones como una especie de referendo sobre el aborto después de la sentencia del Supremo señalando que en la Constitución norteamericana no existe un derecho al mismo. Su gran oferta electoral (el Partido Demócrata ha dedicado la mitad de su presupuesto publicitario en octubre a esta cuestión) ha sido, en caso de mantener el control de las dos cámaras, convertir la ahora anulada sentencia Roe v. Wade en ley del país, impidiendo así que un estado legisle limitando el aborto. La promesa no se va a poder realizar, al haber perdido el control de la Cámara de Representantes, pero sí ha movilizado a una parte significativa del electorado demócrata.
Los republicanos, por su parte, han intentado poner como centro de la campaña la cuestión de la economía, que está pasando por sus peores datos de inflación durante los últimos 40 años, junto con cuestiones de seguridad, que todos los indicadores señalan que se está erosionando.
¿Cuál de las dos cuestiones ha sido más relevante para los estadounidenses a la hora de movilizarse y orientar su voto? A la luz de los resultados parece probable que ambas, actuando cada una sobre un conjunto del electorado diferente.
Este comportamiento político fragmentado no hace más que reflejar la transformación política que han experimentado los Estados Unidos durante los últimos años. En el pasado lo habitual era que un partido obtuviera una holgada mayoría, a veces gracias a complejas e incluso tensionadas coaliciones, hasta que algún cambio de peso reconfiguraba el escenario con una nueva cómoda mayoría. No ocurre así en el siglo xxi, en el que el electorado está mucho más polarizado y quienes se plantean ir cambiando el sentido de su voto son cada vez menos. Esto se traduce en que cada partido tiende a pensar que está a punto de iniciar un largo periodo de dominio tras una victoria, sólo para ver cómo esa supuesta «nueva era» se desvanece apenas dos años después. Lo cierto es que el país está fragmentado en dos mitades y la realidad es que las dos últimas elecciones presidenciales se han decidido por unos pocos votos en unos pocos estados.
No todo han sido decepciones para los republicanos. La victoria de J.D. Vance en Ohio, que lleva al autor de «Hillbilly, una elegía rural» al Senado, está cargada de profundo significado. Pero si hay un protagonista de estas elecciones de medio mandato es el gobernador de Florida, Ron DeSantis, que con casi el 60% de los votos consigue una espectacular victoria en un estado que no hace tanto era considerado un swing state, un estado donde ninguno de los dos partidos era dominante. En 2018, DeSantis superó a su oponente demócrata por tan solo un 0,4% (32.000 votos sobre los algo más de 8 millones emitidos; ahora ha conseguido una ventaja de más de un millón de votos. Pero es que además ha conseguido la victoria en los condados de Miami-Dade y Palm Beach, tradicionales bastiones demócratas donde ahora DeSantis ha ganado con márgenes de 10 puntos. Entre el electorado hispano, el gobernador de Florida ha pasado de un apoyo del 44% al 57% en solo 4 años. Y por si fuera poco, ha obtenido un notable 49% de los votos en el grupo de edad de 18 a 29 años.
¿Cuál ha sido la clave de su éxito? No precisamente el haber abandonado, en aras de la moderación, los temas de la denominada «batalla cultural». Al contrario, De Santis ha ganado asumiendo un nítido liderazgo en esas cuestiones, enfrentándose incluso a la poderosa Disney. Su discurso tras conocerse los resultados es de todo menos ambiguo:
«Rechazamos la ideología woke. Luchamos contra los woke en la asamblea legislativa. Luchamos contra los woke en las escuelas. Luchamos contra los woke en las corporaciones. Nunca, nunca nos rendiremos frente a la panda woke. Florida es donde lo woke va a morir».
Pero, y esto es muy importante, DeSantis no solo ha dado discursos, sino que ha sido capaz de tomar decisiones y ejecutarlas, ha demostrado ser un político competente, consciente de por donde se mueve la opinión pública y hábil a la hora de elegir las batallas en las que involucrarse. Ha demostrado que al menos una versión de «trumpismo» liderada por un político que sabe lo que hace (y que no es Donald Trump) puede ser una fórmula de éxito. Precisamente por ello no es casualidad que un Trump que ya mira a su candidatura en 2024 haya abierto fuego contra DeSantis aplicándole uno de esos motes despectivos («DeSanctimonious», «DeMojigato») que tanto le agradan.
Mucho se está discutiendo sobre los resultados de los candidatos republicanos apoyados por Trump. No se puede afirmar que en todos los casos haya sido un lastre, pero si su apoyo es clave para vencer en las
Ron DeSantis, gobernador de Florida y triunfador de las elecciones de medio mandatoprimarias, lo es mucho menos o incluso puede llegar a jugar a la contra en las votaciones finales. Especialmente cuando el candidato apoyado pertenece a la franja más pintoresca del trumpismo. El caso más evidente es el de Mehmet Oz, candidato republicano a senador por Pensilvania, que ha perdido contra uno de los candidatos demócratas con más evidentes limitaciones, John Fetterman. El perfil del doctor Oz, norteamericano y turco, estrella televisiva de la mano de Oprah Winfrey y publicista de remedios alternativos de dudosa eficacia está en las antípodas de un Ron DeSantis.
Estas elecciones se han aprovechado también, como de costumbre, para realizar diversos referéndums, algunos tan pintorescos como el que elimina en el estado de Tennessee todas las formas de esclavitud. La enmienda que elimina de la constitución del estado un artículo que permite la esclavitud como castigo por ciertos crímenes ha conseguido el 79,54% de los votos (lo que supone que un sorprendente 20% de los votantes se declararon a favor). También en Tennessee se ha aprobado prohibir los tratamientos «trans» a menores.
Pero los referéndums que más han captado la atención son los relativos al aborto. Tras la sentencia Dobbs la cuestión del aborto regresa a cada estado y en cinco de ellos se votó al respecto el pasado martes entre una lluvia de millones (hasta 500) en campañas abortistas. En tres casos (California, Michigan y Vermont) se ha introducido el derecho al aborto en la constitución estatal. En los otros dos (Kentucky y Montana) las propuestas para proteger la vida del no nacido han sido rechazadas. En Kentucky, donde gracias a la mayoría republicana, el aborto está prohibido con las excepciones de salvar la vida de la mujer o prevenir riesgos graves para su salud física, los ciudadanos han votado en contra de una propuesta de enmienda (52,4% contra 47,6%) que pretendía incluir en la constitución estatal la afirmación de que el estado no protege el aborto. El caso de Montana, donde el aborto está permitido hasta la semana 24, es más terrible: se sometía a votación la Proposición 131 que pretendía obligar a los profesionales sanitarios a adoptar las medidas necesarias para preservar la vida de un niño nacido vivo tras un aborto. El resultado: un 52,4% de los votantes la ha rechazado.
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