Tras ocho años de presencia militar francesa para erradicar el terrorismo islamista de la región el
último grupo de soldados franceses de la Operación Barkhane abandonó Mali el pasado 15 de agosto con destino a Níger, donde se han ido estacionando las tropas francesas en retirada desde hace meses. De este modo se pone fin a una misión militar que ha involucrado a más de 5.000 soldados para combatir las actividades de los grupos yihadistas afiliados a Al Qaeda y al Estado Islámico, muy activos en amplios territorios del país desde 2012.
Una vez más, el despliegue de fuerzas militares occidentales sobre el terreno no ha logrado erradicar la yihad. De hecho, en ningún país africano las misiones de mantenimiento de paz y las tropas militares extranjeras han conseguido derrotar a los grupos armados que prosperan en territorios donde los ejércitos gubernamentales, mal equipados y debilitados por la corrupción que contamina todos los estratos del gobierno, son incapaces de asegurar un mínimo de seguridad.
Ante esta situación, tanto en Mali como en Burkina Faso los militares tomaron recientemente el poder en un golpe de Estado: en enero de 2022 en Burkina Faso y en mayo de 2021 en Mali. En ambos países miles de personas salieron a las calles en Uagadugú y en Bamako para mostrar su apoyo a los militares. Pero las expectativas de que los gobiernos militares pudieran proporcionar mayor seguridad se han desvanecido muy pronto: tanto en Mali como en Burkina Faso han aumentado los atentados yihadistas contra la población y el número de víctimas: en sólo un mes, el pasado marzo, se produjo la cifra récord de 790 civiles muertos en Mali.
La reacción ante el creciente descontento de la población por parte de los nuevos gobernantes ha sido el manido recurso de desviar la ira hacia otros sujetos. Así, las dos juntas militares culparon de la creciente inseguridad a las tropas extranjeras francesas, acusándolas de no haber conseguido derrotar a los grupos yihadistas, algo que es cierto pero en lo que comparten responsabilidad los militares locales. En este contexto, el presidente francés Macron deploró, a finales de julio, las masacres de civiles llevadas a cabo por los militares malienses (cientos de muertos solo en la ciudad de Moura) a lo que la Junta militar reaccionó con el tópico recurso de acusar a Francia de neocolonialismo, paternalismo y racismo. El siguiente paso ha sido la retirada de las tropas francesas del país.
Además de la persistencia del yihadismo que se nutre del vacío de poder en amplias regiones y de las lealtades religiosas y tribales, la confrontación con Rusia está jugando un importante papel en la reconfiguración del escenario político africano. Ya desde el proceso de descolonización la Unión Soviética jugó un importante papel en estos países, alimentando el resentimiento contra Occidente. Ahora Rusia vuelve a ser el principal aliado de los gobiernos militares que se presentan como contrarios a un supuesto neocolonialismo. Pero mientras el país se debate entre la influencia occidental o rusa, los yihadistas no cesan de ganar posiciones: a mediados de julio consiguieron llevar a cabo un atentado a pocos kilómetros de la capital, Bamako, en una región que hasta ahora apenas se había visto afectada por el terrorismo y el 7 de agosto atacaron la ciudad de Tessit, matando a 42 soldados. Francia, gobiernos militares, Rusia… todos se muestran incapaces de frenar un avance que no augura nada bueno para la región.
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