He aquí que en el umbral del Nuevo Testamento, como en el comienzo del Antiguo, hay una pareja. Pero mientras la de Adán y Eva vino a ser fuente del mal que inundó el mundo, la pareja de José y María constituye el vértice desde el cual se esparce la santidad por toda la tierra. El Salvador ha iniciado la obra de Salvación con esta unión virginal y santa, en la que ha manifestado también su omnipotente voluntad de purificar y santificar la familia, santuario de amor y cuna de la vida.»
Estas palabras de Pablo VI, pronunciadas en 4 de mayo de 1970, fueron citadas también por Juan Pablo II en su exhortación apostólica Redemptoris custos, fechada en 15 de agosto de 1989. Por dos veces aparece, pues, su referencia en el Acta Apostólica Sedis, el lugar propio de las referencias oficiales de los textos de autoridad pontificia. No puede ser desdeñado lo que dijeron estos dos papas, y hay que reconocer que Pablo VI introducía en el lenguaje del magisterio eclesiástico un modo de hablar nuevo, que podríamos calificar de sorprendente y novedoso.
Aun sin contradecir o alterar enseñanzas tradicionales, nos presenta a José como «el nuevo Adán» (lo que se había, hasta entonces, reservado al propio Jesucristo) y, desde luego, se afirma que «por la pareja de José y María el propio Salvador ha iniciado la obra de Salvación para toda la humanidad.
En la liturgia, la Iglesia ora diciendo que Dios, que había fundado admirablemente la dignidad de la sustancia humana, la restableció más admirablemente todavía. A este más admirable restablecimiento obrado por la Redención se refiere también al aludir al misterio significado por la mezcla del agua con el vino en la consagración eucarística, pidiendo a Dios que nos haga partícipes de la divinidad de aquel que se dignó, Él mismo, hacerse partícipe de nuestra humanidad. Toda la dispensación de la economía redentora se puede resumir en la dignación
El pasado miércoles 8 de diciembre el papa Francisco clausuró el Año de san José proclamado por el Pontífice con la «Patris corde», motivo por el cual iniciamos esta sección que concluirá con el presente artículo de Francisco Canals sobre la importancia de san José en la obra de la salvación.
divina de hacer que los hombres mismos reciban, por don divino, el poder de comunicar la gracia de Dios a la humanidad en pecado. Así, la Salvación viene a los gentiles por los judíos. La comunicación de Dios a los hombres la ha hecho Dios haciendo que los hombres hayan sido también «autores» de la Venida al mundo de Dios. El más frecuente modo de hablar en la Escritura del Hijo de Dios encarnado es recordando que Él mismo es «el Hijo del Hombre ». Con la expresión «hijo de David», alusiva a la promesa de la Encarnación como Venida al mundo del Rey Mesías, en el Evangelio se nombra a Cristo y a José.
Pero en la Iglesia se resistió durante siglos el lenguaje de los teólogos a admitir que la Mujer que por obra de Dios había traído al mundo al Redentor, el Hijo de Dios, había sido ella misma, en atención a los méritos de Cristo en su Muerte redentora, exenta de la herencia del pecado original. Hubo que aclarar algo tan obvio como que esta exención, es decir, la Inmaculada Concepción de María, no se debía a méritos de María, sino al mismo Sacrificio redentor de Cristo, a cuyo nacimiento se ordenaba la creación misma de su Madre. Y así se incluyó en la propia bula de 1854, en que se define como dogma de fe
No puede ser desdeñado lo que dijeron estos dos papas, y hay que reconocer que Pablo VI introducía en el lenguaje del magisterio eclesiástico un modo de hablar nuevo, que podríamos calificar de sorprendente y novedoso.la Inmaculada Concepción de María.
Como había visto ya el teólogo Francisco Suárez, en su designio de redimir a los hombres por la unión hipostática, es decir, asumiendo Dios Hijo, en unidad personal la naturaleza humana que venía a redimir, e instituyendo para ello un «orden hipostático», al que pertenecen el Verbo eterno hecho hombre, es decir, Cristo, su Madre, María, y también José, el esposo de María y que, como nos dijo Pablo VI, constituye con ella la pareja por la que Dios hace entrar en el mundo la gracia salvadora.
Esta gracia salvadora que introducen en el mundo José y María no viene de ellos mismos, sino de Dios por Cristo, su Hijo. Pero, al decir Paulo VI que Dios introduce por ellos el don divinizante de la gracia, los maestros de la Iglesia ofrecen a los cristianos y a los teólogos un lenguaje que es el mismo con el que, desde Suárez, se podían encontrar argumentos para llegar a afirmar que María había sido, por Cristo, concebida ella misma sin pecado original.
No pretendo afirmar, ni siquiera sugerir, lo que sólo el magisterio de la Iglesia puede decirnos.
Pero no puedo ocultar mi convicción o, mejor diríamos, mi esperanza de que el admirable e inusitado, hasta hoy, modo de hablar de Paulo VI y de Juan Pablo II podrá llevar a la teología católica a dar nuevos pasos hacia la comprensión de la función de José en la economía de la salvación humana y en la dispensación de la gracia santificante, y que en estos nuevos pasos podrán surgir argumentaciones análogas a las que emplearon, durante siglos, los que defendían la doctrina, que muchos otros combatían, y que llegó a ser enseñada como de fe dogmática por la Iglesia. Quiero decir que llegarán los teólogos a utilizar en favor de José los argumentos que emplearon a favor de María, porque María y José fueron, según Pablo VI y Juan Pablo II, puestos por Dios en la cima desde la que partir para comunicar la gracia redentora a la humanidad.
Nadie piense que me anticipo al magisterio eclesiástico o que quiero empujarlo en una determinada dirección. No podemos, los fieles católicos, anticiparnos al Magisterio, que hemos de seguir fielmente.
Mi deseo es solamente no dejar de atender con fervor al impulso que, evidentemente, dio Pablo VI a la enseñanza eclesiástica sobre san José, al poner al Patriarca, con su esposa María, como el «vértice es de el cual la santidad se esparce por toda la tierra» y mostrar el matrimonio de la Madre de Dios y del patriarca José como la «unión virginal y santa por la cual el Salvador mismo ha querido iniciar en el mundo la obra de Salvación».
Los silencios del papa Honorio y la infalibilidad pontificia
Durante los primeros años de las guerras sasánidas entre el Imperio bizantino y persa (602-628), Cosroes II, emperador sasánida conquistó toda la Anatolia, hasta Calcedonia, Siria y en 614 ocupó Jerusalén. Los persas incendiaron muchas de las iglesias de...