Es conocido que una de las notas características de nuestro tiempo es su profundo relativismo,
la aseveración de múltiples y pretendidas verdades absolutas, que suponen, entre sí, una profunda contradicción.
La percepción de dicha contradicción provoca en la persona un enorme desconcierto, que se
Catherine L’Ecuyer evidencia también en el mundo educativo: padres y maestros se pueden abrumar fácilmente ante la creciente cantidad de propuestas pedagógicas, tantas veces opuestas y siempre apremiantes.
Catherine L’Ecuyer lleva años sembrando cordura en el convulso diálogo educativo posmoderno y lo ha vuelto a hacer en su última publicación –una novela–: Conversaciones con mi maestra. En ella, L’Ecuyer sostiene que el niño, por naturaleza, tiene el «deseo genuino de conocer» (p. 311), lo cual se manifiesta en su capacidad de maravillarse ante la realidad. Esta capacidad, que denomina asombro, consiste en «la apertura total de la persona ante la realidad» (p. 122); una realidad cuya existencia se presupone y que es cognoscible por la razón humana.
En este sentido, entiende L’Ecuyer que ni la realidad ni el conocimiento pueden ser una construcción de la voluntad del hombre.
Por el contrario, defiende que «la realidad se descubre» (p. 110). Dicho de otro modo: el conocimiento
implica el «reconocimiento interior y personal de la verdad» (p. 207), esto es, asumir como propia una realidad que nos trasciende.
Por otro lado, esta comprensión de la realidad transforma al niño y le hace más humano: «conocer es una actividad interna que transforma al que aprende» (p. 302). Por ello, educar sería mostrar al niño la realidad y acompañarle para que haga un juicio verdadero sobre ella y, así, alcance la perfección de su humanidad.
Se podría alegar que la propuesta de L’Ecuyer no es novedosa, pues se inscribe en una tradición antropológica antiquísima, la de los grandes filósofos griegos, enriquecida por el cristianismo. La propia autora manifiesta con agradecimiento nuestra deuda hacia los clásicos, citándolos abundantemente. Entonces, ¿por qué volver sobre lo que ya está dicho? La respuesta se halla precisamente en ese desconcierto que genera el laberinto de teorías pedagógicas al cual se enfrentan los educadores de hoy en día: estimulación temprana, aprender haciendo, inteligencias múltiples, educación emocional, por nombrar solo unos pocos. Es decir, aunque «la naturaleza del ser humano es la misma hoy que hace tres mil años […], ha cambiado el mundo que le rodea» (p. 247) y, por ello, hay que pensar sobre lo antiguo y sobre lo actual y tratar de redescubrir la guía de una educación conforme a la naturaleza
del niño. Al fin y al cabo, como decía C.S. Lewis en Mero cristianismo: El conocimiento implica el «reconocimiento interior y personal de la verdad» ¿Acaso pretenden los maestros que se conozcan y retengan sus pensamientos, y no las disciplinas que piensan enseñar cuando hablan? Porque ¿quién hay tan neciamente curioso que envíe a su hijo a la escuela para que aprenda qué piensa el maestro? Mas una vez que los maestros han explicado las disiciplinas que profesan enseñar, las leyes de la virtud y la sabiduría, entonces los discípulos consideran consigo mismos si han hecho cosas verdaderas, examinando según sus fuerzas aquella verdad interior. Entonces es cuando aprenden; y cuando han reconocido interiormente la verdad de la lección, alaban a sus maestros. San Agustín, De magister, cap. XIV, 45 “a veces, el progreso significa dar un giro de ciento ochenta grados y volver al camino correcto” (2015, pp. 45-46).
Esa es la gran virtud de Conversaciones con mi maestra y de su autora: saber hacer nuevo lo viejo y saber dar razón del complejo panorama contemporáneo desde una perspectiva que, por ser verdadera, es siempre actual. En este sentido, Conversaciones con mi maestra es un magistral ejercicio de síntesis de las diferentes teorías de la educación, de sus raíces antropológicas y sus implicaciones
políticas y de sus consecuencias en el aprendizaje y desarrollo de los niños. Es una obra singular,
a medio camino entre la novela y el manual, que supone en sí misma una original propuesta pedagógica.
En primer lugar, para hacer comprensible el complejísimo entramado de teorías educativas, L’Ecuyer recurre a una novela, pues la literatura es un medio privilegiado para transmitir la verdad de lo humano con sus “innumerables matices” (p. 248). La historia tiene dos protagonistas: Casilda, una profesora jubilada, que había dado clases en la universidad sobre Teoría de la educación y Matías, un joven estudiante que busca el consejo de su antigua maestra.
En segundo lugar –y haciendo honor a su título–, la novela se desarrolla al ritmo de una serie de conversaciones entre ambos, en una entrañable emulación del maestro Platón: «los griegos solían transmitir el conocimiento de forma oral, hablando, dialogando, caminando, como nosotros ahora» (p. 206), admite Casilda La dinámica de los diálogos revela, que el principal protagonista de la educación es el alumno [y que] eso no es incompatible con decir que el rol del maestro es clave también (p. 207). Las preguntas y objeciones de Matías y las pacientes y fundamentadas respuestas de Casilda descubren al lector cómo es la educación verdaderamente humana: aquella en la que un maestro, que conoce la verdad, la transmite a alguien que quiere conocerla, que la quiere asumir como propia (p. 209).
Conversaciones con mi maestra es la brújula necesaria para los padres y maestros de nuestro tiempo, que hace asequible para todos algo que es complejo, pero importante. Al fi n y al cabo, «la fi losofía de la educación no es un lujo, una ocurrencia reservada en exclusiva a cuatro eruditos» (p. 309), sino que es una necesidad irrenunciable porque lo que está en juego tiene un valor infinito. Si no entendemos los qués y los porqués de lo que se hace en las escuelas y en los hogares, «seguiremos perdiéndonos […] y llegará un día en que los alumnos, manipulados, serán incapaces de discriminar lo que les conviene saber y lo que se les oculta […] y nos sentiremos obligados a rendirnos» (p. 311-312) al discurso ofi cial del poder, que en los últimos tiempos, se ha encarnado en las ideologías posmodernas y las multinacionales tecnológicas.
Conversaciones con mi maestra sabe dar razón de estas ideologías deconstructoras de lo humano y alienta a rechazar su injerencia en la educación y en la escuela, que es el «primer y último espacio de libertad» (p. 313). Una llamada a hacer algo de lo que la propia novela es ejemplo: «Ir a contracorriente
no es un camino fácil y cómodo, pero es posible» (p. 315).
Abre la mente, pero que no se te caigan los sesos
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