El sociólogo canadiense Mathieu Bock-Côté escribe en La Nef sobre la última moda ideológica proveniente de los Estados Unidos, el «wokismo», aparecido alrededor de 2010 y caracterizado por imponer una visión racialista de la sociedad a través de una formidable manipulación del lenguaje.
Escribe Bock-Côté que: «Hasta hace poco, la palabra “woke” parecía pertenecer al vocabulario de los campus universitarios estadounidenses, y entre estos, a los más radicales. Se refería a una franja particularmente activa de estudiantes estadounidenses que se creían en una cruzada por la justicia social, y más particularmente preocupados por las cuestiones de “raza” y “género” y resueltos, por así decirlo, a realizar un juicio definitivo contra el mundo occidental, y más en concreto, contra el hombre blanco que lo encarna en toda su abyección. […] El wokismo hace tiempo que ha desbordado los campus universitarios y se está extendiendo en la vida pública como una epidemia ideológica. Aún más, se está imponiendo en el corazón de la vida pública a ambos lados del Atlántico y sus conceptos se están normalizando en el vocabulario de los medios de comunicación y en el discurso político y empresarial. Colonizan el imaginario colectivo, o al menos sus expresiones autorizadas…
Impregna el lenguaje de la gestión y la publicidad. […] Todo el poder del wokismo reside en su manipulación orwelliana del lenguaje: sus teóricos y activistas inventan una neolengua diversitaria que funciona como una trampa ideológica. La estrategia del wokismo es transparente, e incluso reivindicada abiertamente en algunos casos: se trata de tomar una palabra universalmente reprobada y adherirle
una nueva definición, que se dirá que ha sido científicamente validada porque será legitimada por los
militantes disfrazados de expertos que pululan por los departamentos de ciencias sociales. Hay muchos
ejemplos de ello, desde el racismo y la supremacía blanca hasta la discriminación y el discurso del odio. Con demasiada frecuencia, los comentaristas u observadores de buena fe son engañados. Se horrorizan, con razón, del significado tradicional de estas palabras, pero no se dan cuenta de que ya no se refieren a la misma realidad. […] En el corazón del wokismo, ahora queda claro, el hombre blanco encarna el mal absoluto. Radicaliza la corrección política, pasando de la crítica al hombre blanco muerto al hombre blanco Vivo, que debería, para emprender su reeducación, implicarse en un proceso de autocrítica permanente, que tomará la forma de una expiación sin redención, porque las patologías constitutivas de su identidad estarían tan inscritas en los procesos de socialización que lo definen que nunca podrá arrancárselas del todo. Pero al denunciarse a sí mismo, al criticar sus privilegios, al hacer todo lo posible por convertirse en el aliado de las “minorías”, enviará al menos la esperada señal penitencial.
[…] La ola woke parece llevárselo todo a su paso. Sin embargo, es necesario resistirse con fuerza. Esto sólo puede hacerse desencriptando su estrategia de manipulación del vocabulario, que nos hace vivir en un mundo paralelo, un mundo lleno de definiciones alternativas que cortan nuestra relación con la realidad y nos obligan a evolucionar bajo la autoridad de ideólogos acusadores que juzgan que quienes se resisten a ellos merecen el destierro social (no hablamos de cultura de la cancelación sin motivo). Pero esto también implica que no debemos contentarnos con oponer al wokismo la sola referencia al sentido común. Frente a un violento empuje ideológico, que ejerce una forma de encantamiento sobre las nuevas generaciones, que a menudo no conocen otra lengua que la suya y que están integralmente
socializadas por las redes sociales, donde el wokismo es dominante, es necesario redescubrir los principios fundamentales en los que se basa la civilización que quiere aniquilar».
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