María y José viven ahora en la oscuridad, una oscuridad exterior, porque no se les conoce; ya no hay cánticos de ángeles, ni estrellas que brillen sobre la casa de Belén, ni reyes magos. No hay más que una pobre casa, probablemente excavada en la roca d e la colina en Nazaret. Y ahí llevan una vida ordinaria. José cumple con su función de padre de familia y de artesano; será uno de los artesanos del pueblo a quien se confían trabajos humildes. La Virgen María es una mujer, una madre de familia: tiene un niño, Jesús, un niño ciertamente precioso.
Pero este Jesús, en cuya divinidad ella ha penetrado, y cuya misión conoce, de momento no es más que un niño que se desarrolla como los demás, que crece en sabiduría, y estatura… ¿Es posible que el Hijo de Dios, el Verbo encarnado, crezca como todos? ¿Es por este camino de oscuridad, por este camino ordinario –porque exteriormente es un niño como tantos otros– por el que ha de llegar a ser el Gran Rey anunciado y realizar su misión? Su divinidad se oculta en la oscuridad; todo es oscuro.
La Virgen María y San José, que guardan todas las palabras de Dios en su corazón y conservan un recuerdo profundo de todos los acontecimientos vividos, nada comprenden; el misterio se les esconde. Sí, avanzan a través de la noche ¿Qué les depara el futuro? ¿Qué será Jesús el día de mañana? ¿Cuál será su destino?
La Virgen María sabe únicamente que. ella sufrirá (Le 2,35) ¿Cómo habrá de participar en 1a misión de su Hijo, ¿Qué será de ella? ¿Que será de San José? Nada saben … Verbum absconditum, el Verbo se oculta … Es la noche, la oscuridad: así es como ca minan; así es como avanzan.
Las preocupaciones diarias aumentan la oscuridad. Monotonía de la vida ordinaria, con todos sus cuidados y problemas que la Providencia no resuelve, sino que han de solucionar como puedan, el afecto paternal de José, entregado a su trabajo, y también la bondad maternal y dulce de la Virgen María. Oscuridad completa: los que los rodean, nada saben, nada comprenden. ¿Cómo es posible que Israel no conozca a Aquél que le ha sido enviado, sobre todo después de los signos que han acompañado su venida a la tierra? Todo esto está oculto en la sombra, ya no se sabe nada. José es un artesano, María es su esposa y Jesús es su hijo, esto es todo lo que se sabe, todo lo que se dice.
La rutina de la vida ordinaria lo cubre todo; parece que la luz naufraga en la oscuridad, como el sol poniente parece hundirse en el océano y ocultarse tras las nubes del horizonte. Ya no pasa nada: es la vida ordinaria.
Sin embargo, la Santa Iglesia celebra esta vida ordinaria. Nos presenta como modelo a la Sagrada Familia en la vida oculta de Nazaret porque, en cierta medida, nos pasa a nosotros lo mismo. También nosotros hemos tenido nuestros momentos de luz al principio; también hemos sido llamados; tenemos esa experiencia. Dios no nos ha trazad o los detalles de nuestro itinerario, pero nos ha fijado la meta e indicado el camino. Hemos recibido esa luz de Dios con alegría, con entusiasmo, con promesas de fidelidad y de entrega de nosotros mismos. y de pronto, o casi inmediatamente, nos vemos perdidos en la monotonía de la vida ordinaria. Aquella vocación, aquel ideal, quedan como enterrados en el ajetreo de los acontecimiento cotidianos, de las dificultades triviales, de las relaciones, a veces penosas, con los demás del trabajo diario, que exige un continuo esfuerzo. Parece que ya no se trata de lo mismo.
¿Cómo realizaremos entonces nuestro ideal? ¿Cómo se hará realidad a través de nosotros aquella luz de Dios que nos fue otorgada?, no lo sabemos: es la monotonía de la vida ordinaria, de la vida de Nazaret. Es el tiempo de las realizaciones: realización del trabajo cotidiano, del trabajo humano, intelectual o material. Es la hora del diálogo con los demás, la hora de la vida sencilla. ¿Qué hacer? ¿Para qué todo eso? Para que demostremos nuestra buen a voluntad. No le bastan a Dios la buena voluntad y la fidelidad, el don de sí, que realizamos sostenidos por su luz. Dios quiere que realicemos todo eso en la vida ordinaria, en la oscuridad de la fe.
La fidelidad que Jesús pide es, ante todo, fidelidad de la fe: es necesario creer. Tenemos que creer en lo que nos ha dicho, aunque no alcancemos ni penetremos todo su sentido. Debemos creer que es Dios quien nos ha hablado y que tiene un designio sobre nosotros. Tenemos que guardar esa palabra sin comprenderla ni penetrarla, permanecer fieles a ella, es necesario que, por encima de todo, creamos en Dios, en su llamada, en su designio, en su voluntad. Es preciso que creamos en estas realidades que el resplandor de su luz nos permitió entrever por un instante. (MM 118-121).
Extraído del libro Las páginas más bellas del padre Mª Eugenio del Niño Jesús, Monte Carmelo, 2008. Textos seleccionados por Teresa Garriz y presentados por el padre Tomás Álvarez.