En este año jubilar josefino, el mes de marzo, dedicado tradicionalmente a san José y su fiesta el 19 de marzo tienen un eco singular en todos los devotos del santo. Esta gozosa circunstancia es para Cristiandad una invitación a dedicarle de nuevo nuestras páginas.
Desde el pontificado de Pío IX con la proclamación, hace ahora 150 años, de san José como patrono
de la Iglesia universal, el magisterio de los Papas ha subrayado reiteradamente el carácter
providencial de esta renovada y creciente devoción. Cómo podemos leer en la «Patris Corde», ningún santo después de María, ocupa tanto espacio en el magisterio pontificio como su esposo José, no obstante como recordó Juan XXIII: «requirió tiempo antes de que su culto penetrase de los ojos al corazón de los fi eles y de él sacasen especiales lecciones de oración y confiado abandono. Estas fueron las alegrías fervorosas reservadas a las efusiones de la edad moderna ¡qué abundantes e impresionantes!»
La presencia de san José en los evangelios de san Mateo y de san Lucas, como es muy conocido, no es muy extensa pero si la leemos con atención podemos descubrir la importancia decisiva de su ministerio en la obra redentora de su Hijo Jesucristo. El evangelista san Lucas nos presenta a la Virgen María, con ocasión de la anunciación del ángel, como la esposa de un varón llamado José de la casa de David. Esta primera presencia tendrá continuidad a lo largo de toda la infancia de Jesús hasta su vuelta a Nazaret donde podemos contemplar la vida de la Sagrada Familia que a través de la tareas cotidianas de la vida sencilla de una familia tendrá lugar el periodo más largo de la vida de Jesús. Aun en la vida pública de Jesús los vecinos de Nazaret sorprendidos lo identificaran simplemente como el hijo del carpintero. El hecho de que los evangelistas no recojan ninguna palabra de José no significa que su presencia paternal no esté ligada directamente con el misterio de la Encarnación, sino al contrario, como señala Juan Pablo II en la «Redemptoris Custos»: «san José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente “ministro de la salvación”». Si la virginidad de María está ligada esencialmente con la divinidad de Jesús, la paternidad de José da testimonio de la mesianidad de Jesús: Él es el Mesías, descendiente de
David, anunciado por los profetas.
Es importante y creemos providencial, dadas las circunstancias que vivimos, el hecho de que la Patris Corde esté centrada en el tema de la paternidad. Por primera vez un documento del magisterio pontificio sobre san José esta totalmente centrado en la paternidad de José. Se han tenido que superar algunos malentendidos teológicos para que con fidelidad al Evangelio la exhortación apostólica se inicie afirmando: «Con Corazón de Padre: así amó Jesús, llamado en los cuatro evangelios “el hijo de José”». Por otro lado, la fi gura del padre parece haber caído no solo en el olvido sino que viene rodeada de descalificaciones ideológicas hasta tal punto que se ha podido afirmar que estamos asistiendo a la muerte de la fi gura del padre. A la crítica ideológica a la paternidad se ha unido el hecho triste, de una trascendental gravedad, de tantos niños que no han tenido ni tendrán un padre como referencia educadora en su vida, como consecuencia de la profunda crisis que ha afectado a la vida familiar. Si ya son graves las consecuencias desde una perspectiva psicológica y social, mucho más aún en la vida cristiana. La vocación a la paternidad es propia de todo hombre y se ejerce de modos diversos: no solo los padres biológicos realizan esta vocación sino también aquellos que por su tarea educativa o espiritual ejercen de otro modo la paternidad. Tanto unos como otros tienen como misión especial hacer que sus hijos descubran la paternidad de Dios, origen de toda paternidad y constitutivo esencial de la fe cristiana. Así lo afirmamos cuando nuestra oración se dirige a Dios: «Padre nuestro» y así lo confesamos cuando hacemos nuestra profesión de fe: «Creo en Dios Padre». Desde esta perspectiva, podemos contemplar la paternidad de san José, él que ha sido llamado «padre del Verbo», como podemos leer en el himno de Laudes correspondiente a la solemnidad de san José: es el modelo más perfecto que nos permite entrever lo que es propio de la paternidad de Dios. La devoción a san José es el camino seguro para reconocernos como hijos de nuestro padre Dios. Esta paternidad de san José se realiza en el seno de la familia de Nazaret que es, especialmente en estos tiempos de desconcierto, la referencia esencial para poder recuperar el sentido cristiano de la vida familiar. En el seno de la familia el niño descubre que es amado por Dios a través de la experiencia gozosa del amor de sus padres, lo que le permite mirar con confianza su futuro, cada vez más incierto, porque sabe que, a pesar de las dificultades y problemas que puedan presentarse en su vida, siempre tendrá a su lado un Padre que está en los Cielos que velará por él. Además sabrá que cuenta con la omnipotente intercesión de María y de José, que de igual modo que cuidaron de Jesús, ahora cuidan de todos los hijos de Dios.
La manifestación del hombre de iniquidad
En nuestros días al leer la segunda carta de san Pablo a los Tesalonicenses (2,1-12) se nos puede fácilmente plantear la cuestión de si aquellas palabras del Apóstol están dirigidas también de un modo especial a la actual generación....