La ley natural, fundamento de la vida social
Una de las consecuencias de mayor importancia social y religiosa del proceso de secularización que
han sufrido los países de tradición cristiana es la pérdida de la referencia al orden natural como
fundamento de la vida social. En una primera fase, este proceso secularizador afectó al ámbito religioso, se quiso relegar la religión al ámbito estrictamente privado. La misma libertad religiosa entendida como una equiparación jurídica de todas la religiones, llevaba consigo la ignorancia de la propia tradición religiosa de cada país y de hecho significó, en muchos casos, la desaparición de la fe cristiana como la raíz cultural que había impregnado durante siglos las leyes y las costumbres que vertebraban aquellas sociedades. Pero a partir de los últimos decenios del pasado siglo, de un modo continuado y mucho más explícito, se han multiplicado las iniciativas legislativas que manifiestan no solo la voluntad de marginar toda referencia a la ley natural, sino la de legislar abiertamente contra ella. Se inicia con la libre disposición de los anticonceptivos, con la admisión del divorcio, se continúa con la despenalización del aborto y se culmina, de momento, con la eutanasia, el derecho al aborto, el pretendido matrimonio homosexual, con la ideología de género y la regulación de la transexualidad.
Toda esta retahíla de anormalidades de diferente importancia moral, tienen en común el desprecio a la ley natural. Podemos preguntarnos cómo ha sido posible recorrer este camino tan insensato y tan abiertamente contrario al bien humano. Es absolutamente contrario a la realidad de los hechos justificarlo como respuesta a una demanda social mayoritaria.
Para llegar a esta deplorable situación ha sido necesario difundir de forma gradual y continuada, a través de la educación y de los medios de comunicación, una nueva mentalidad que ha sido impulsada por una minoría fuertemente ideologizada. Esto hemos podido comprobarlo casi en todos los casos. Un claro ejemplo de ello ha sido el modo en que ha ido evolucionando la justificación de las leyes sobre el aborto.
Inicialmente se trataba exclusivamente de despenalizar el aborto provocado, en unos supuestos excepcionales; se insistía que era inhumano penalizar a la madre que había pasado por esta traumática situación, pero se continuaba insistiendo en que el aborto era un mal rechazable en todos los casos. En la actualidad el aborto provocado es un derecho que la mujer tiene sobre su propio cuerpo y de lo que se trata es de garantizar el ejercicio de este derecho. Algo semejante ha ocurrido con el divorcio: en un primer momento se justificaba como una medida dirigida a defender el derecho a un matrimonio feliz, y aunque sea paradójico, se podían escuchar defensas del derecho al divorcio desde una perspectiva matrimonialista. En nuestro días, la legislación divorcista es la negación de la importancia jurídica del vínculo matrimonial. Solo esta gradualidad del proceso ha hecho posible vencer la resistencia que hubiera provocado inicialmente una legislación como ha sido la resultante final.
Las consecuencias de todo orden son de extrema gravedad: se pone en peligro la misma continuidad de
la vida social; la hecatombe demográfica que amenaza a toda la cultura occidental es la manifestación más evidente de ello, se quiebra desde sus raíces el orden jurídico, y se arruina la vida moral. Todo este conjunto de consecuencias que, como hemos afirmado, son resultado de la secularización, una vez han arraigado en la realidad social contribuirán a acelerar el proceso secularizador y hacerlo humanamente irreversible.
Sería también inexacto afirmar que este desprecio de la ley natural es el resultado de una sociedad
en que la búsqueda fácil del bienestar material constituye la principal preocupación de los gobiernos
y de gran parte de la población. No se puede negar que el desorden moral lleva consigo la ceguera de
la inteligencia y, por tanto, desaparece del horizonte político la ansiada y deseable búsqueda del bien
de la comunidad. Pero hay algo más que desorden moral, se trata de una actitud de rechazo radical de
todo aquello que no es fruto de nuestra voluntad individual o colectiva. Todo es visto bajo el falso e
irreal principio del derecho a decidir , lo «dado», por ser tal ya es menospreciado, y lo «más dado»
es lo «natural», lo recibido, aquello que en ningún caso el ser humano puede cambiar y gracias a lo
cual el hombre es lo que es. La aceptación gozosa de lo natural remite necesariamente a Dios, por
esto es aceptación gozosa. Cuando se quiere borrar a Dios de la vida de los hombres necesariamente
se tiene que recorrer el camino «extraño» e inhumano de negar la ley natural.
Una última reflexión. Vivimos una profunda crisis política que afecta a las principales instituciones
política de nuestra comunidad, pero para superar esta crisis hay que recordar lo que decía Ratzinger
el año 1992 en París en la Academia de Ciencia Morales y Políticas: «Sin convicciones morales
comunes las instituciones no pueden durar ni surtir efecto». Y solo hay un camino para conseguir
las convicciones morales comunes y es el respeto absoluto a la ley natural. En nuestros días solo se
podrá suscitar este tan necesario respeto cuando nos reconozcamos como criaturas de un Dios, que
en su infinita bondad todo lo ha creado para bien de aquel que ha creado a imagen y semejanza suya.
Solo en la recuperación de la fe cristiana se encontrará el camino que haga posible la superación de
la profunda crisis actual.