El libro fue originalmente publicado en 2016 en sus versiones polaca e inglesa. En noviembre de 2020 aparece una versión en castellano, en Ediciones Encuentro donde Ryszard Legutko aborda las similitudes existentes entre el comunismo y la democracia liberal.
El autor nació en Polonia en 1949, vivió y sufrió el comunismo en sus propias carnes. Actualmente es copresidente del Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos en el Parlamento Europeo y también es profesor de filosofía en la Universidad Jagiellonian en Cracovia. Con este bagaje espera- ríamos encontrar un decidido defensor de la construcción europea, en contraposición al comunismo. Pero no es así. Legutko sostiene que, en realidad, la Europa que se está construyendo ante nuestros ojos se parece cada vez más al comunismo que dominó la Europa del Este durante la Guerra Fría.
El autor percibió por primera vez esos puntos en común en la década de 1970 cuando visitó Occidente. Es aquí donde vio cómo sus liberales preferían a los comunistas antes que a los anticomunistas; más tarde, con el derrocamiento del bloque soviético, vio a los liberales dar una calurosa bienvenida a los comunistas, pero no a sus oponentes anticomunistas.
¿Por qué?
De prosa fluida y concisa, Los demonios de la democracia, combina los conocimientos en filosofía del autor con un buen número de anécdotas personales que ponen en evidencia la semilla totalitaria de todo sistema político que rechace la concepción teleológica de la naturaleza humana. Empecemos por un breve resumen de lo que nos presenta Legutko.
Tanto el proyecto de modernización del comunismo como el de la democracia liberal comparten un trato de «simpatía mezclada con condescendencia» hacia el pasado, cuando no un olvido del mismo, y un entusiasmo por un futuro utópico (progresismo) que les conduce a querer transformar a los hombres de acuerdo con las demandas de igualdad.
Nos muestra las similitudes de los dos sistemas, tanto los demócratas liberales como los comunistas, que politizan la totalidad de la vida social, individual y comunitaria. Los comunistas creyeron que toda la vida social, incluso las artes y la filosofía, debería ser permeada por el espíritu del comunismo. Los demócratas liberales hacen exactamente lo mismo. Es decir, ellos creen que todo en la sociedad democrática liberal debe ser liberal democrático.
Esta actitud agresiva pretende imbuir toda la existencia humana con un conjunto de ideas. En ambos casos, esto implica que debe cortarse la herencia humana y todo lo que llegó antes en el ámbito de las ideas. Hay que olvidarse de los filósofos y pensadores de la antigüedad; cuanto menos conozcamos sobre ellos es mejor, debido a que ellos contaminan nuestra mente con ideas incorrectas.
Durante las últimas décadas, políticas deliberadas de gobiernos e instituciones también han desmantelado y redefinido la familia con el fin de crear un nuevo tipo de sociedad. Esto, también, es algo que nos recuerda al régimen comunista. Para establecer una nueva sociedad comunista, la familia fue el primer objeto de ataque.
El autor analiza cómo se han alcanzado destaca- das semejanzas entre la democracia liberal de los años siguientes al derrumbe de la Unión Soviética y el comunismo.
Empezando por la historia. Esencialmente, las verdades atemporales y los hechos evidentes de la vida son incongruentes con el sistema democrático liberal. La sociedad liberal democrática cree en el progreso de la naturaleza humana, y cree que la época actual es siempre superior a la época ante- rior (que es donde se origina su desprecio por la historia). El rechazo de las sociedades democráticas a aceptar la naturaleza del hombre como fija y defectuosa significa que estamos destinados a nuestra propia destrucción. Desafortunadamente, como el hombre moderno se niega a consultar la historia o a reconocer la verdad sobre la naturaleza humana, estamos condenados al mismo colapso que los regímenes comunistas. Las únicas distinciones serán los matices y sutilezas de los dos sistemas políticos.
En palabras del autor, «pocos dudan hoy que el comunismo fue una unidad política, ideológica, intelectual y sociolingüística. Vivir en ese sistema significaba tener que obedecer las minuciosas directivas del partido en el poder hasta el punto de que tus palabras, pensamientos y actos fueran indistinguibles de los de millones de conciudadanos. Respecto a la democracia liberal, todavía se mantiene la creencia de que el sistema posee una enorme diversidad, pero esto se ha ido alejando tanto de la realidad, que ahora parecemos estar más cerca de la visión opuesta. Este sistema es un potente mecanismo uniformador, que borra las diferencias entre las personas, imponiendo homogeneidad de visiones, comportamientos y lenguaje».
Sin embargo, acepta que los fundamentos morales tanto del comunismo como de la democracia liberal provienen de la misma «inclinación no particularmente buena del hombre moderno». Se pregunta sombríamente si el resultado final de las sociedades democráticas liberales es el de las sociedades comunistas.
Argumenta, el liberalismo comparte con el comunismo una fe poderosa en las mentes raciona- les que encuentran soluciones que se traduce en un impulso para mejorar al ciudadano, modernizarlo y moldearlo en un ser superior. En consecuencia, ambas ideologías politizan y, por lo tanto, degradan todos los aspectos de la vida, incluida la sexualidad, la familia, la religión, los deportes, el entretenimiento y las artes.
Ambos se dedican a la ingeniería social para crear una sociedad cuyos miembros sean «indistin- guibles, en palabras, pensamientos y hechos» unos de otros, apuntando a una población en gran parte intercambiable sin disidentes que causen proble- mas. Cada uno asume sublimemente su visión es- pecífica que constituye la mayor esperanza para la humanidad y representa el fin de la historia, la etapa final de la evolución de la humanidad.
El problema es que estos grandes planes para mejorar a la humanidad conducen inevitablemente a una gran decepción; resulta que los seres huma- nos son mucho más tercos y menos maleables de lo que les gustaría a los soñadores. Cuando las cosas van mal (por ejemplo, la producción de alimentos para los comunistas, la inmigración sin restricciones para los liberales), siguen dos consecuencias desagradables.
En primer lugar, los ideólogos se refugian en la fantasía que tratan de imponer fervientemente a los sujetos que no quieren. Los comunistas hacen esfuerzos colosales para convencer a sus vasallos de que prosperan mucho más que los miserables que viven en países capitalistas; los liberales convierten dos sexos en 71 géneros o hacen desaparecer los delitos contra los inmigrantes. Cuando las cosas van grave- mente mal en sus proyectos, ambos responden no re- pensando sus premisas, sino ilógicamente, exigiendo la aplicación de un comunismo o liberalismo cada vez más puro.
En segundo lugar, cuando los disidentes aparecen inevitablemente, tanto los comunistas como los liberales hacen lo necesario para reprimir sus opiniones. Dicho de otra manera, ambos están dispuestos a coaccionar a sus ignorantes poblaciones «por la libertad», como dice Legutko. Esto significa, por supuesto, controlar e incluso suprimir la libertad de expresión. En el caso comunista, las oficinas de censura del gobierno excluyen todo lo negativo sobre el socialismo, con lamentables consecuencias para cualquiera que persista. En el caso liberal, los proveedores de Internet, los gigantes de las redes sociales, las escuelas, los bancos, los transportes públicos, los hoteles y las líneas de cruceros hacen el trabajo sucio de los críticos de la eliminación de las plataformas que se involucran en lo que se llama discurso de odio, lo que podría significar afirmar escandalosamente que hay solo dos sexos.
Como su predecesor, Tocqueville, quien terminó su trabajo con una nota bastante pesimista, Legutko no es demasiado optimista sobre las perspectivas de la democracia liberal. Su sombría evaluación es casi idéntica a lo que creía Tocqueville: «la democracia era más un problema que una solución».
Editorial Palabra