¿Por qué leer este libro? Si queremos hacernos una idea exacta de lo que es o debería ser una
Universidad, no podemos eludir esta lectura. Su autor es uno de los grandes teóricos sobre la materia,
el cardenal inglés John Henry Newman (1801-1890), canonizado el año pasado.
En los Discursos sobre el fi n y la naturaleza de la institución universitaria, Newman aborda una serie de
reflexiones en torno a este tema, coincidiendo históricamente con la creación de la Universidad
Católica de Irlanda, en la que se le pidió que colaborase activamente como fundador.
A lo largo de nueve discursos, el prelado británico va exponiendo los temas, aportando interesantes reflexiones que darán luz al lector para plantearse la esencia de esta institución. El interés más concretamente a la universitaria, sea maestro o alumno.
Uno de los puntos más importantes que se expone en este libro es la defensa de la teología como una rama del saber. Esta es al menos igual en importancia a las demás –y en el fondo y la superficie, la más central, que ha de iluminar a todas–. Por lo tanto, merece y debe ser enseñada en el lugar cuyo nombre relacionamos con la universalidad de los saberes, por lo que excluir deliberadamente uno de ellos de la enseñanza universitaria sería mutilar su propia esencia. Por desgracia esto ha ocurrido en numerosos casos, aunque gracias a Dios no en todos.
Esto no quiere decir, ni mucho menos, que la teología deba suplantar la labor concreta de cada ciencia,
sino que la teología debe ocupar el lugar que le corresponde, y cada ciencia el suyo propio. De este modo
deben tender a la unidad, como nos enseña la Iglesia, ayudándose recíprocamente en la búsqueda de la Verdad. A la vez hay jerarquía en los saberes, y aquellos que nos hablan con más exactitud acerca de qué es el hombre y la Creación (la teología y la Filosofía, por ejemplo) tienen el derecho y el deber de iluminar a las demás, cuya labor, no obstante, ayuda en la comprensión global de la realidad.
Esta visión, novedosa y antigua a la vez, que permea la obra de Newman es lo que le hace tan certero. A cada uno lo suyo. Y, como hemos dicho, todos juntos hacia la Verdad.
A este respecto, el santo converso habla claro: «la verdad, del tipo que sea, es el objeto propio del intelecto». Sobre esto, para desmontar ciertos prejuicios que presentan a la Iglesia como temerosa de la
verdad en ciertos ámbitos, nos ilumina con la siguiente sentencia: «No es, por lo tanto, que los católicos teman los conocimientos profanos, sino que se muestran orgullosos del saber divino, y piensan que la omisión de cualquier saber, humano o divino, no representa conocimiento, sino ignorancia».
En cuanto al saber en general, el autor hace un interesante matiz: el saber impartido en la Universidad ha de ser un fi n en sí mismo, y no necesariamente un medio como preparación para un oficio –que es un error muy común a día de hoy–. También advierte que la excelencia intelectual no necesariamente traerá la excelencia moral, en definitiva, la virtud, como camino hacia la santidad. Esto ha de hacernos conscientes de la necesidad de que todas las facetas de la vida (y de la labor educativa) se hallen iluminadas por el Corazón de Cristo, que ha venido a reinar en todo el hombre, y en todo el mundo. Lograr una excelencia intelectual que no vaya acompañada de una vida virtuosa, ordenada a la santidad, generará un desequilibrio, al igual que –viceversa– una serie de virtudes que no se encuentren
acompañadas por una sólida formación intelectual. Evidentemente cada persona en la medida en que Dios le llame a ello. Unos serán más sabios que otros, pero todos han de buscar la Verdad, cuya síntesis es el Sagrado Corazón de Jesús.
Asimismo, queremos llamar la atención sobre dos aspectos que en este libro no se desarrollan mucho,
pero sí se apuntan con gran acierto. Por un lado, la Universidad –principalmente– es un lugar donde se enseña. Para el autor la investigación debería estar reservada a otras instituciones en otros lugares, y para aclarar esta diferencia toma las palabras del cardenal Guerdil: Las Universidades se establecen para enseñar las ciencias a los alumnos que allí se forman. Las academias se proponen realizar nuevas investigaciones para el progreso de las ciencias. Las universidades de Italia han proporcionado gente que ha honrado las academias, y éstas han dado a las universidades profesores que han ocupado las cátedras con la mayor distinción.
Por otro, la Universidad ha de ser un lugar donde nadie se sienta extraño: una universidad es, según su
denominación usual, un Alma Mater, que conoce a sus hijos uno a uno. No es un asilo, ni una casa de la moneda, ni una fábrica.
En definitiva, el pensamiento de Newman sobre la universidad nos estimula a cuidar esta etapa de la vida
–por la que una parte importante de los lectores seguramente ha pasado o está pasando– y este ámbito de
la sociedad, para conocer cómo ha de ser su funcionamiento en el orden de su propia naturaleza, y ser conscientes de que también en ella quiere reinar Cristo, también en ella es necesario que reine Cristo, también en ella va a reinar Cristo
Las fundaciones
Santa Teresa de Jesús o la osadía de una hormiga En veinte años fundó en total 17 conventos, sin un maravedí en su haber, ni unas posesiones, ni tesoros escondidos. Tan sólo la certeza de que Dios lo quiere...