Olivier Babeau, presidente del Instituto Sapiens, por su parte, advierte en Valeurs Actuelles, sobre la emergencia de un Estado cuyo rasgo principal es la vigilancia de sus «¿ciudadanos?»:
«La amenaza terrorista ha justificado desde hace años el desarrollo de tecnologías de vigilancia… Pero sobre todo, esta tendencia corresponde a un movimiento de fondo en nuestra democracia. Avergonzado por sus fracasos económicos (desempleo masivo) y sociales (falta de movilidad social, división territorial), el Estado del bienestar ha hecho de la protección de la vida su principal promesa. La única que puede cumplir más o menos y cuyo costo es limitado. Otra ventaja decisiva: al desarrollar una red de protección cada vez más extendida, los poderes públicos justifican su existencia. Cada nueva intervención tiene una triple utilidad: se interpreta como una señal de eficacia, justifica el empleo de aquel que la concibe y exige la creación de un puesto para controlar su aplicación. La vigilancia no es, como en China, la traducción de una voluntad de conservar el poder, sino el producto natural de la actividad burocrática, ansiosa por seguir expandiéndose.
La crisis sanitaria que atravesamos acelerará la transformación del Estado de bienestar en un Estado de vigilancia. Las restricciones a nuestras libertades sólo pueden justificarse con dos condiciones: cuando se infringen las libertades de los demás y cuando no sabemos lo que es bueno para nosotros. Estas son exactamente, por desgracia, dos características del virus: podemos propagarlo sin saberlo y no ser conscientes del peligro que representa. Nuestros gobernantes no dejarán pasar esta oportunidad. Ayer, era en nombre de nuestra seguridad que la densa red de vigilancia de la población se desplegaba silenciosamente. Mañana, será en nombre de nuestra salud. De una forma u otra, y a pesar de las repetidas negaciones, los mecanismos de control de nuestras acciones seguirán fortaleciéndose. Tendremos que ser capaces de lidiar rápidamente con el próximo virus. El principio de precaución requerirá que un arsenal de dispositivos de rastreo de la población esté permanentemente en funcionamiento. Por desgracia, un político siempre temerá más ser acusado de no proteger lo suficiente que de quitar demasiadas libertades».
Xenófobos y xenófilos
El abogado y escritor Gilles-William Goldnadel señala desde las páginas de Valeurs Actuelles uno de los rasgos contradictorios de nuestras sociedades:
«Vivimos desde hace cincuenta años bajo un régimen de preferencia por el “otro”. El discurso político-mediático nos recuerda constantemente el preocupante resurgimiento de la xenofobia en nuestra sociedad, pero olvida su otra cara, que es mucho más frecuente entre nuestras elites: la xenofilia. Los xenófobos consideran al “otro” como fundamentalmente malo, los xenófilos como intrínsecamente bueno. El vicio es el mismo, pero se le juzga inaceptable en un caso y admirable en el otro».