Se nos ha hecho la observación: «¿Por qué habláis tanto de historia?» Podríamos decir la vieja frase de que la historia es maestra de la vida, que subsiste con toda su verdad, pese a las diferentes modificaciones que ha sufrido la concepción histórica modernamente hasta llegar a convertirla en una verdadera ciencia.
Ha pasado ya el concepto clásico según el cual para «saber historia era preciso tener en la memoria la lista de los reyes visigodos con las fechas de su coronación y de su muerte» y otra serie de listas análogas con las fechas correspondientes. La historia se aprendía en pequeños manuales sobrecargados de nombres y fechas.
Hoy se atiende más al carácter y espíritu de las épocas y a la significación y trascendencia de los hechos. Por esto la filosofía de la historia ha alcanzado una tal preponderancia y puede decirse que, a veces, es más significativa una anécdota que una batalla.
Este es el aspecto de la historia que nosotros aspiramos a desarrollar en nuestra revista. Aparte de su valor formativo y de su aspecto agradable responde a otras varias finalidades que vamos a analizar brevemente.
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En un artículo publicado en el número de prueba y titulado El porqué de esta revista se decía que los principales enemigos del ideal que propugna Cristiandad y por tanto a los que se proponía combatir en primer lugar, son el naturalismo y el liberalismo. Y seguía así:
«Naturalismo y liberalismo son, pues, los principales enemigos del ideal de Cristiandad. No son los más violentos, pero son, indudablemente, los más insidiosos. Bajo aspectos de prudencia o de equidad, minan las convicciones mismas de los buenos católicos. Todos los demás se originan de ellos, o son matices suyos. Una vez han llegado a introducirse, queda la puerta abierta para todas las formas, de gravedad creciente, que se escalonan por las pendientes del ateísmo y de la Revolución.
«El naturalismo y liberalismo tienen, en este momento, una gravedad especial: empapan hasta tal extremo nuestro ambiente, nos son tan connaturales, que escapan constantemente a nuestra observación, por lo que a veces, es casi imposible reaccionar contra ellos».
Ahora bien; estos dos enemigos nuestros principales han actuado, han intervenido en la sociedad y por decirlo así, han hecho historia. Y es evidente que una manera de demostrar su importancia y su perniciosidad es mostrarlos en su actuación y en sus esfuerzos para descristianizar al mundo y en su oposición a la Iglesia.
Otra finalidad de nuestra revista es la de despertar un amor consciente a la Iglesia católica. Si además de poseer la fe, gracia inapreciable de Dios, se tienen argumentos para convencer y hacer sentir a sí mismo y a los demás de que la Iglesia a que pertenecemos es la auténtica fundada por Jesucristo y perpetuada a través de los siglos, no hay duda de que nuestra posición, incluso espiritual, es más firme y satisfactoria.
Muchos de estos argumentos, y no de los más débiles, se hallan en la historia. Esta nos muestra a la Iglesia en sus esfuerzos dos veces milenarios para perfeccionar al hombre, y en su lucha, igualmente larga, contra una multitud de enemigos, ya manifiestos, ya solapados, y como puesta muchas veces, aparentemente, al borde del abismo y pareciendo que inevitablemente debía precipitarse en él, ha reaccionado vigorosamente, y por medio de sus energías interiores y con la aparición de personalidades providenciales, ha salido del peligro más unida y más fuerte que nunca, revelando su origen divino y la asistencia que le dispensa el Espíritu Santo.
A lo largo de la historia hallamos además la existencia de una anti-Iglesia, del «misterio de iniquidad » como dice san Pablo en su segunda Epístola a los Tesalonicenses, que ha constituido la oposición organizada y constante a la misión individual y social de la Iglesia católica. La existencia y conocimiento de esta anti-Iglesia y de su actuación nos da la clave de muchos hechos históricos que de otra manera no la tendrían.
Las flaquezas y prevaricaciones de algunos servidores de la Iglesia, expuestos con seriedad y sin apasionamiento, no son el menor argumento en pro de la divinidad de la misma.
Si a esto unimos la publicación y comentario de documentos pontificios y episcopales, que representan, especialmente los primeros, el pensamiento, por decirlo así, oficial de la Iglesia, creemos haber recurrido a uno de los mejores procedimientos para demostrar la unidad, catolicidad y santidad de la Iglesia, para hacerla amar como a nuestra Santa Madre y proporcionar argumentos para su defensa.
No quiere esto decir que sea la historia el único medio de probar y hacer sentir la divinidad de nuestra Santa Madre la Iglesia, pero sí que es uno excelente y que está más al alcance nuestro ya que no podemos sentar cátedra de teólogos ni filósofos, por lo menos la mayor parte de nosotros.
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Por otra parte, como inspirados y seguidores del Apostolado de la Oración y de su santo y genial fundador el padre Enrique Ramière, creemos firmemente que el lema adaptado, y conocido por todo el mundo Adveniat Regnum tuum, no es un ideal inasequible sino que la existencia de un reinado social del divino Maestro, en un plazo más o menos largo, tras desastres mayores o menores, será un hecho.
Nos confirma en nuestra opinión las encíclicas de los últimos pontífices –de los cuales se ha hablado a menudo en nuestra Revista y se volverá a hablar una y otra vez– que frecuentemente y de una manera clarísima manifiestan sus esperanzas de que este ideal sea un hecho. Tomemos por ejemplo la encíclica Ubi arcano Dei, la primera de las publicadas por Pío XI, cuando veía al mundo desquiciado por las consecuencias de la Gran Guerra y se podía prever ya el fracaso de la Sociedad de Naciones. Sostiene que la Iglesia tiene virtualidad para dar la paz al mundo e instaurar el Reino de Cristo, expresándose así:
«Pero hay una institución divina que puede custodiar la santidad del derecho de gentes; institución que a todas las naciones se extiende y está sobre las naciones todas, provista de la mayor autoridad y venerada por la plenitud del Magisterio: la Iglesia de Cristo; ella es la única que se presenta con aptitud para tan grande oficio, ya por el mandato divino, ya por su misma naturaleza y constitución, ya por la majestad misma que le dan los siglos».
La historia da la explicación de alguna de las afirmaciones que aquí hace Pío XI.
Fieles discípulos del padre Ramière, creemos con él que la sociedad es algo más que una especie de buque-transporte de la humanidad, para que según los individuos vayan cayendo a la derecha o a la izquierda se salven o se condenen.
Tenemos la firme convicción de que Dios tiene un plan sobre la sociedad y que ésta progresa indefectiblemente hacia adelante, pese a retrocesos circunstanciales.
Esto es a lo que el padre Ramière llamó la «Teología de la historia». A este tema se dedicó el número octavo (15 de julio de 1944) de Cristiandad.
La idea de la intervención de la Providencia en la marcha de la sociedad no es exclusiva ni original del padre Ramière. En realidad la inició san Pablo y san Lucas. Pero el que la desarrolló fue san Agustín que en obra genial, La Ciudad de Dios, nos presenta la lucha, en el mundo, de las fuerzas opuestas que se disputan el triunfo, que ha de acabar siendo de la Ciudad de Dios. Poco desarrollada hasta Bossuet, ha llegado a ocupar en nuestros días un lugar destacado en la obra de insignes pensadores, aun cuando no le den precisamente este nombre. Especialmente Berdiaeff está lleno de esta idea. Probablemente entre los que afirman que la historia no se repite se hallaría en su base, la idea providencialista en una u otra forma.
Nosotros al decir «Teología de la historia» nos referimos a la posibilidad de considerar los hechos históricos a la luz de la Revelación, con lo cual podemos explicarnos la esencia íntima de muchos acontecimientos. También, con prudencia y discreción, es posible, algunas veces, prever la marcha, por lo menos en líneas muy generales, de los acontecimientos futuros.
Pero para esto es preciso conocer la historia, por lo menos las tendencias de las distintas épocas, a menudo bien manifiestas en alguno o algunos hechos concretos.
Esto es lo que intentamos hacer con nuestros artículos sobre temas históricos, que no tienen nunca una finalidad de investigación o de simple divulgación sino que nos sirven para confirmar opiniones sustentadas por nuestra revista.