San Sebastián es uno de los santos más representados en el arte religioso. Mártir del siglo iii, su ejemplo de perseverancia y su anhelo de conversión hicieron de su fe un ejemplo para los demás.
Hijo de familia militar y noble, nació en Narbona y fue criado en Milán. Se dice que se dirigió a Roma hacia el año 283 e ingresó en el ejército, con el propósito de ayudar a los confesores y mártires cristianos.
Sebastián sirvió a los emperadores Diocleciano y Maximiano. Siendo centurión romano, fue ascendido hasta ser capitán de la guardia personal del emperador, la primera cohorte de la guardia pretoriana. Era respetado y apreciado por todos, teniendo la estima de los emperadores.
En aquella época, a finales del siglo iii, la persecución a los cristianos era muy intensa. Algunos cristianos, como los compañeros de Sebastián, se tenían que refugiar en lugares seguros para no ser encontrados profesando la fe cristiana. Aun así, hay varios relatos de mártires que fueron sorprendidos orando ante la tumba de san Pedro o en la de san Pablo, mostrando su valentía, pues conocían el riesgo de tales acciones.
Sebastián, por su parte, cumplía la disciplina militar, pero no participaba de los sacrificios idolátricos. Como buen cristiano, ejercía el apostolado entre sus compañeros, visitando en secreto a sus compañeros encarcelados, dando ánimos a sus compañeros cristianos y consolándoles en el martirio o ayudando a enterrar a los mártires. Tan grande fue su celo apostólico que hasta llegó a convertir a algunos nobles –como el prefecto romano local–, que más adelante sufrirían martirio. Usaba la señal de la cruz y realizó algunos milagros con este signo. Todo esto hizo que Sebastián no pasara desapercibido.
En un momento determinado, encarcelaron a dos jóvenes llamados Marco y Marceliano. Se les concedió treinta días para renegar de su fe en Cristo o seguir creyendo en Él. Sebastián, entonces, bajó a los calabozos para consolarlos, animarlos y exhortarlos a permanecer constantes. Este hecho produjo muchas conversiones y martirios, y la fama de Sebastián aumentó. Fue entonces cuando fue denunciado al emperador.
El martirio de san Sebastián
Recordemos que el emperador Diocleciano, junto a los otros césares, decretó la llamada «Gran Persecución», la última y quizá la más sangrienta. Se destruyeron lugares de culto cristiano, se eliminaron los derechos legales de los cristianos y se exigía cumplir con las prácticas religiosas tradicionales romanas. Diocleciano, por su parte, mandó encarcelar y asesinar a cientos de cristianos.
En este contexto, el emperador se sintió traicionado al saber que Sebastián era cristiano, y le mandó elegir entre ser su soldado o seguir a Cristo. Eligiendo seguir a Cristo, el emperador le amenazó de muerte, pero Sebastián se mantuvo firme en la fe. Fue entonces cuando fue condenado a morir martirizado. Para ello, se ordenó que le ataran en un árbol semidesnudo, y que unos soldados le enviaran una lluvia de saetas hasta su muerte. Una vez tuvieron suficiente, le dejaron para que muriese desangrado.
Casi muerto, sus amigos y seguidores le recogieron y le llevaron a casa de Irene, una cristiana viuda del mártir Cástulo, para que le curase y le escondiese. Una vez restablecido, se le recomendó huir de Roma para que pudiera conservar la vida, pero Sebastián se negó rotundamente. Ardoroso del amor de Cristo, en vez de huir quiso ir a ver al emperador para reprenderle por su actitud anticristiana y denunciar la persecución de los seguidores de Cristo.
El emperador Diocleciano, asombrado de ver que aún seguía vivo, mandó apresarlo de nuevo y azotarlo «hasta que constase con toda certeza que lo habían matado, y que después arrojasen su cuerpo a una cloaca de manera que los cristianos no pudieran recuperarlo ni tributar a sus restos el culto con que honraban a sus mártires». Fue azotado cientos de veces hasta que murió. El año de su muerte no se sabe con certeza, pero las fuentes la sitúan entre el año 288 y el 305.
La tradición cuenta que la noche de su muerte, se le apareció a Lucina, una dama ilustre, para indicarle donde se encontraba su cuerpo. Así, su cuerpo fue recuperado de la Cloaca Máxima y enterrado en la Vía Apia, en un cementerio subterráneo que hoy lleva el nombre de catacumba de San Sebastián y donde hoy se levanta una basílica en su nombre.
Es un santo invocado contra la peste y contra los enemigos de la religión.
Fama durante la Edad Media
San Sebastián cobró gran importancia durante la Edad Media, pues se relacionó su primer martirio con la peste. En esa época se relacionaba la peste con una lluvia de flechas envenenadas –en algunos relatos medievales, se relaciona la peste con saetas envenenadas enviadas por ángeles malos–. Su capacidad «anti pestífera» aumentó su fama, e hizo crecer el fervor de la devoción al santo.
Estrictamente, no formaba parte de los «Catorce intercesores» –grupo de santos famosos por su intercesión milagrosa, que tuvo su origen en Alemania para luchar contra la peste, y cuya devoción fue propagada por Europa por las órdenes mendicantes–, pero habitualmente se le relacionaba como uno de ellos, propagando también su devoción.
Iconografía de san Sebastián
Grandes artistas como El Greco, Botticelli o Rafael han hecho importantes obras sobre san Sebastián. La forma más habitual de representar a san Sebastián en pintura y escultura es la de su primer martirio, atado a un árbol y siendo martirizado con una lluvia de saetas. Se suele realzar en estas obras la aceptación de su destino y el consuelo de los ángeles.
Menos habitual son sus representaciones de otros de sus momentos fuertes como su segundo martirio, la recuperación de su cuerpo de la cloaca por Lucina, o su sanación por parte de Irene.
Se le ha llamado también el Apolo cristiano, ya que es uno de los santos más reproducidos. Según algunas fuentes, su pronta aparición podría ser debida a la cristianización de un culto pagano.
Su veneración en España
Su fama se extendió especialmente por Europa Occidental, siendo un santo muy venerado en España, donde es patrón de multitud de municipios como la ciudad de San Sebastián. En nuestro país se le representa comúnmente vestido como un soldado y con la flecha en la mano, símbolo de su martirio.
Entre el siglo xvi y xvii aparece en España el libro Flos Sanctorum, una traducción de la famosa Legenda Sanctorum escrita por Jacobo de Vorágine, hagiógrafo dominico italiano, en el siglo xiii. En esta colección de vidas de santos, que fue muy importante para la iconografía del arte cristiano, hay un relato del jesuita Pedro de Ribadeneyra que narra así el martirio de san Sebastián: «Hízose así como el emperador lo mandó: arrebataron al santo caballero de Jesucristo los soldados y ministros de Satanás, lo sacaron al campo, lo desnudaron, lo ataron y descargaron tantas saetas en él, que su sagrado cuerpo no parecía cuerpo de hombre, sino un erizo».