La primera misa en las ruinas del Monumento
Tenemos una relación minuciosa en una carta del requeté Javier Urbiola y Sáenz de Tejada transcrita en su folleto por el padre Sáenz de Tejada
«Toledo,· 9 noviembre de 1936. Querida madre: El día 8 salimos, después de comer en Getafe, fuimos al Cerro de los Ángeles, que se había tomado el día anterior por la séptima bandera del Tercio del Alcázar. El monumento está hecho trozos y nosotros éramos los primeros que llegábamos después de tomarlo. Estuvimos recogiendo los restos principales. Encontramos el Corazón partido en dos trozos.
Lo pusimos en una especie de mesa y fuimos a un pueblo a por flores y banderas y las pusimos alrededor. Después nos sacamos unas fotografías encima del monumento. Desde allí vi la cabeza del Sagrado Corazón. Llamé a Fal Conde y estuvimos todos besándola, pues tiene muchos balazos y está muy destrozada. La quisimos poner en un buen sitio pero no pudimos, pues es muy grande. Después, todos de rodillas, rezamos el primer rosario en desagravio de la burrada que habían hecho con este monumento. Si llegas a estar, madre, cuando rezamos el rosario, de la emoción te da algo, pues además de nosotros estaban rezando de rodillas muchos legionarios…»
El 9 de noviembre celebraba la primera misa sobre aquellas ruinas el jesuita andaluz padre Mariano Ayala, que había ido con sus requetés. Se había izado allí la bandera nacional y fue admirable la devoción de todos, jefes, oficiales y tropa; hasta derramar lágrimas muchos de los legionarios que estaban todavía. Al abandonar éstos aquel lugar para seguir las operaciones, quedaron allí con preferencia los requetés. Era una posición estratégica.
Alguien anota que aquel mismo día de la primera misa sobre las ruinas, uno de los asistentes –legionario o requeté– tomó espontáneamente su gorro para iniciar la primera colecta simbólica para reconstruir el monumento. Lo que sí consta es que poco antes de reconquistarse el Cerro, el 4 de octubre, fiesta de san Francisco, los terciarios franciscanos de Alfaro dirigieron una petición al general Franco, que acababa de ser proclamado Caudillo en Salamanca, para que ordenase la reconstrucción del monumento una vez terminada la guerra, pero sugiriendo que la imagen fuera fundida con los cañones tomados al enemigo.
El Mensajero del Corazón de Jesús, que volvió a aparecer apenas liberado Bilbao, comenzó a publicar una encuesta sobre la mejor manera de reparar aquel ultraje. Las respuestas des todas partes muestran el sentir de la España cristiana. Son sus principales promotores los jesuitas el padre Remigio Vilariño (superviviente de largos meses de prisión) y el padre José Saénz de Tejada. La citada revista (marzo de 1939) publicó unas cuartillas enviadas desde Getafe, donde estaba de capellán de aviación, el jesuita padre Mario Sauras (antiguo misionero en Filipinas), que pudo visitar aquellas ruinas con el padre Pedro Ilundáin, también jesuita, capellán de la octava bandera de la Legión:
«Desde que lo perdieron definitivamente, el Cerro de los Ángeles ha sido el blanco predilecto de la artillería enemiga; tanto, que algunos han dado en apellidarlo “Cerro de los cañonazos”, aunque la providencia del Sagrado Corazón ha sido visible y manifiesta para las tropas que lo vienen defendiendo, pues son rarísimas las bajas que han tenido.
El día 7 de julio del año 1938, el tercio del Requeté del Alcázar, que era entonces el batallón que lo defendía, a las siete y treinta de la mañana estaba en la iglesia para celebrar la fiesta de su patrón, san Fermín, cuando las baterías todas del frente de Madrid dispararon contra el Cerro tal cantidad de cañonazos que los expertos en calcular aseguraron que pasaron de seiscientas las bombas que en cosa de veinte minutos cayeron sobre el Cerro. Yo, que desde mi ventana puedo contemplar el Cerro, vi cómo toda la colina fue, durante largo espacio de tiempo, nada más que un monte de polvo y humo. ¡Ni una sola baja sufrieron los valientes requetés!
Hoy día, el Cerro es una posición estratégica de gran valor militar que domina una inmensa llanura, y es una fortaleza inexpugnable que con sólo piedras puede ser defendida. Desde él, nuestros bravos soldados, con sus baterías y ametralladoras, están dispuestos a defender Getafe, Villaverde, Leganés y los dos Carabancheles.
La iglesia, la ermita, el convento y el hotel (u hospedería), que son los edificios levantados en el Cerro, exteriormente parecían conservarse en buen estado, pero interiormente estaban deshechos y acribillados a cañonazos. No pocas granadas sin estallar están incrustadas en los muros y paredes.
La iglesia de las carmelitas, donde yo he celebrado varios días festivos y dado la comunión a no pocos fervorosos y valientes soldados, tiene varios grandes boquetes, y su interior está lleno de metralla por las bombas que dentro han estallado. Cosa singular: los dos mosaicos de los altares laterales, de Nuestra Señora del Carmen y de san José, se conservaban intactos la última vez que, poco ha, estuve allí: ni la rabia de los rojos ni la metralla de sus cañones habían impreso en ellos las huellas de su furor.
La imagen de Nuestra Señora de los Ángeles, a quien los vecinos de Getafe profesan tierna devoción, con su carroza, bastantes joyas y varios mantos, lo mismo que un precioso crucifijo, ornamentos y muebles del convento de las carmelitas, se han conservado providencialmente gracias a las abnegadas religiosas ursulinas, a las caritativas nazarenas y a algunas personas decididas que los han guardado y conservado como cosa propia.
El monumento
Está convertido en un montón de piedras. Veo ante ellas ¡cuántos sacrificios, horas de oración, comuniones y aun peregrinaciones silenciosas de no pocos soldaditos de Franco!
Hace poco más de un año que el comandante de Infantería (siento no recordar su nombre) que entonces mandaba las fuerzas recibió por ferrocarril un cajoncito dentro del cual encontró una pequeña imagen del Sagrado Corazón. Como con ella no llegó carta ni explicación alguna, el cristiano y fervoroso comandante le construyó una capillita y en ella colocó la imagen, que desde entonces ha vuelto a mirar a la capital de España sobre las ruinas del antiguo monumento.
Lo que fue cabeza de la imagen del Corazón de Jesús es hoy un informe bloque de piedra que el mismo señor comandante colocó al pie del monumento sacándola del montón de ruinas. Ya no conserva forma ni facciones de cabeza.
El grupo de imágenes que había a la izquierda del monumento apenas sí sufrió los efectos de la dinamita, pero la rabia de los sin Dios las mutiló a golpes, destrozándoles los ojos, cabezas y manos … » (Hasta quí el padre Sauras.)
Reparación nacional obligada
La mañana del 25 de mayo de 1939 aparecieron como cubierta de amapolas toda la explanada del Cerro.¡Eran los requetés del tercio del Alcázar y Cristo Rey, en representación de los que habían hecho realidad aquella reconquista al precio de su heroísmo y de su sangre!
En el altar de las ruinas se celebró una misa en la que comulgaron muchos como hacían en el frente, y a continuación cantaron con su voz juvenil la Salve a la Virgen. Allí estaba su comandante, don José Sanz de Diego, con el comandante Alemán, ambos héroes del Álcazár. Dirigió una vibrante arenga Sanz de Diego, explicando el sentido de aquel acto, y propuso iniciar allí mismo una colecta entre todos que se ofreció a recogerla en su gorra militar el laureado general Varela. Ofrenda modesta pero preciosa, por lo que suponía y simbolizaba, que se puso en manos del señor Obispo de Madrid, don Leopoldo Eijo-Garay. Les respondió en una carta emocionada el 30 de junio de aquel año, de la que copiamos algunas frases:
«Recibo su carta con el precioso donativo de sus requetés como primera piedra para el nuevo monumento ¡Que Dios se lo premie a usted y a sus valientes soldados, que después de escribir con su sangre la página gloriosa de la defensa del Alcázar de Toledo, sellaron su hazaña defendiendo con sus vidas las ruinas del monumento que la piedad de España levantó en el centro geográfico de la Península al Corazón sacratísimo de Jesús! Este donativo, grande por su cuantía y mucho más por el sacrificio que supone, y más todavía por la calidad de los que contribuyeron a él, es el mejor fundamento que podemos poner a esta suscripción nacional, con la que toda España contribuirá al altar de la Patria, al Sagrado Corazón. ¡Que la sangre de los que allí cayeron sea el riego generoso que dé fecundidad insuperable a la obra…! Hago presente a todos los oficiales y soldados del valiente tercio que usted tan dignamente manda, mi emocionado agradecimiento, con la seguridad de que les tengo a todos muy presentes en mis oraciones, y cuando llegue el momento –que Dios quiera que sea pronto– de inagurar el nuevo monumento, los heroicos requetés del Alcázar rendirán guardia de honor ante él, honor al que tienen derecho por su valentía probada y por su amor demostrado de la forma mejor que se pude mostrar, que es dando la vida por el Amado».