En los últimos cincuenta años, los gobiernos e instituciones, apoyados por la UNESCO, seducidos por las promesas de estas utopías se han esforzado con todos los medios en someter a la utopía la realidad de la educación. Pero sus efectos son desastrosos. Del mismo modo que reconocemos un árbol por sus frutos, reconocemos la utopía pedagógica por sus efectos calamitosos: la generalización de la ignorancia y la parálisis de las inteligencias». Así concluye el libro Jean de Viguerie después de hacer un análisis exhaustivo de las teorías pedagógicas utópicas desde Erasmo hasta Meirieu. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? De Viguerie, junto al prólogo del libro, escrito por Gregorio Luri, nos invitan a pensar. Sencillo. Pensar y reconocer el verdadero bien del hombre.
Jean de Viguerie, profesor honorario de la Universidad Lille III y autor de numerosas obras alrededor de la educación y la historia de la Iglesia, nos presenta en su última obra un compendio de los pedagogos más influyentes de los últimos siglos y los que han revolucionado por completo la educación. Han erigido un nuevo modelo de hombre, una nueva antropología donde los niños son masas informes sin inteligencia que hay que modelar hasta erigirlos en los hombres del futuro. Esta nueva antropología se ha acogido con fervor, como todo lo novedoso;sin embargo, nadie se ha parado a pensar realmente el trasfondo de estas teorías pedagógicas y las consecuencias que conllevan. Este ensayo se propone desmantelar todas las falsedades que propusieron pensadores renombrados por la filosofía contemporánea como Erasmo, Rousseau, Locke o Condorcet.
¿Qué implicaciones tienen las teorías de estos pedagogos? Desde Erasmo hasta Meirieu observamos una degradación de la importancia del saber. Rousseau asegura que cuanto más se conoce más se puede uno equivocar y, ya no se percibe el saber como un bien en sí mismo, sino como algo totalmente utilitarista, solo hay que aprender aquello que nos sirva para alcanzar nuestros fines más inmediatos. Los pedagogos de la escuela activa, así se denominan, cuestionan el conjunto de los saberes escolares y la pregunta de fondo es ¿para qué la gramática? ¿Para qué el latín? ¿De qué sirve aprender de memoria? ¿Para qué leer?
Además, la figura del maestro desaparece para dejar paso al profesor, que es parecido a un mago porque es capaz de modelar al niño. Recae en el pedagogo toda la tarea educativa, sin tener en cuenta la inteligencia del niño y todas las posibilidades que él esconde. Asimismo, el niño es tratado como un animal enjaulado, un ser prisionero y manipulado al antojo del pedagogo. Rousseau en su obra Emilio o de la educación asegura «A esa edad hay que engañarlos» o «Los libros son el azote de la infancia», ¿por qué? Porque cuanto menos sepan, más manipulables serán.
El educador cristiano, el clásico y medieval, no crea ni tampoco modela. Solamente prepara y despierta al niño para que pueda hacerse bueno e incluso perfecto y dar lo mejor de sí mismo. Los pedagogos utopistas se consideran dioses y menosprecian la función de la enseñanza, del mismo modo que ignoran la necesidad del niño de aprender y saber. Además, desconfían y menosprecian a la familia y evitan a toda costa la influencia de ésta en la educación del niño, es un peligro para la sociedad. También proponen un medio de socialización totalmente contraproducente porque no creen en la sociabilidad natural del hombre y desconocen por completo las virtudes que hacen capaz al hombre de mejorar la sociedad.
La utopía pedagógica tiene unas características muy marcadas y es que rechaza por completo la realidad ya creada, apuesta por la fabricación completa del hombre por sí mismo y la sociedad, la exclusión de la familia y, finalmente, la negación del hombre, el odio al ser y el rechazo a Dios. Los nuevos pedagogos establecerán el reino mesiánico, aquella sociedad perfecta de hombres intachables, hombres perfectos. Los pedagogos deben ser los salvadores del mundo.
Editorial Nuevo Ensayo 2019