Habían pasado setenta y cinco años desde que el ejército del rey Borbón, Felipe V, había arrasado Cataluña y eliminado todos los privilegios que tenía el Principado. Los catalanes, al día siguiente de esta derrota, se pusieron a trabajar como si no hubiera pasado nada, para sorpresa de sus vencedores. Los años siguientes fueron, para Cataluña, de una fuerte expansión y la situación económica mejoró considerablemente después de la total destrucción de la industria catalana del siglo anterior.
En 1789, con el inicio de la Revolución francesa, empezaron a huir de Francia todas aquellas personas que temían por su vida, no sólo los monárquicos, gente de la nobleza y defensores del Antiguo Régimen, sino también, y principalmente, obispos, clérigos, religiosos y pueblo sencillo que no estaba dispuesto a renunciar a su fe. Esta emigración se incrementó después de la proclamación de la Constitución Civil del Clero, votada por la Asamblea el 12 de julio de 1790 y tuvo un tercer momento intenso después de la fuga nocturna de Luis XVI y su captura en Varennes, en junio de 1791.
Barcelona, y como consecuencia Cataluña, fue uno de los principales centros de reunión de todos los emigrantes, desde donde se intentaba promover un movimiento de contrarrevolución para reinstaurar al rey Borbón francés.
Después de la guerra de Sucesión española, donde los catalanes lucharon, no para independizarse, sino para defender la unidad de España con un rey austríaco, a los revolucionarios franceses les dio la sensación de que Cataluña era un punto débil en la unidad española y a fin de crear una rotura en dicha unidad iniciaron una campaña de implantación de la Revolución en Cataluña.
Robespierre y Couthon, jefes de la Revolución francesa, conocían bien la historia de Catalunya: la resistencia de 1714 y la posterior represión. Con esos elementos sobre la mesa, decidieron crear una red de agentes en Barcelona con la misión de preparar un escenario político y social favorable a una revolución. El general Dugommier, el militar más prestigioso de la primera Francia republicana, informó a sus superiores: «Los catalanes son valientes, activos y trabajadores, enemigos de España. Aman siempre la libertad, y están preparados para la revolución». Este era el plan de la creación de la República de Cataluña.
La ejecución del rey francés creó en España, y especialmente en Cataluña, un clima de horror por la violencia con que la Revolución usaba la guillotina contra el pueblo, y de ansia de defensa contra aquellos que querían ampliar su revolución a los países vecinos. «Un grito de horror, un clamor frenético de venganza, recorre de un extremo a otro la Península. La muerte del rey es un toque de arrebato que», dice Miquel S. Oliver, «despertó en Cataluña la conciencia española, tradicional y monárquica»
A partir de este momento, el movimiento revolucionario se da cuenta de que Cataluña no está dispuesta a seguir el camino de la Revolución pues, como dice Chantreau, en sus comunicaciones a Francia, «el pueblo se ha fanatizado y desde hace meses se prepara para una guerra que considera como una guerra de religión». Toda la atención española se concentra en Cataluña, pues esta guerra contra los franceses, en defensa de la religión y el rey, «había de ser una guerra catalana más que española».
Pocos meses antes de iniciarse la guerra murió repentinamente el capitán general de Cataluña, el conde de Lacy, hombre de gran personalidad que era muy querido de todos los catalanes. La llegada del general Ricardos, nuevo capitán general, a Barcelona fue apoteósica. Toda la ciudad salió a su encuentro y todo el pueblo de forma voluntaria se preparó para defender al país. Después de ochenta años se les devolvieron las armas que de forma oprobiosa les habían sido retiradas, pero sólo fueron para la defensa de la nación. Se creó como en otro tiempo la Coronela, batallón formado por ciudadanos y volvió a crearse el somatent en todo el país, que en todo momento se pusieron al lado del ejército español arriesgando libremente todos sus bienes y su misma vida. Todo ello en unos años de crisis económica, en la cual escaseaba incluso el pan y la carne. El abastecimiento del ejército y los voluntarios era un problema. «Para Cataluña aquella guerra fue como el despertar de su espíritu tantos años dormido. Con la gloria militar presente, recuerda sus hazañas de otros días».
Dice Miquel S. Oliver: «Casi un siglo de paz, de esclavitud, de arrasamiento, no había bastado para borrar de la memoria de los catalanes las reminiscencias de su antigua institución. (…) Ni la implacable dureza del intendente Patiño, ni las cinco puntas de la Ciudadela clavada en el pecho de la capital vencida consiguieron apagar todo el rescoldo que yacía bajo las ruinas y cenizas».
En este ambiente de defensa de la unidad española, comenzaba la «Guerra Gran o del Rosellón» contra la Francia revolucionaria.
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