El Cisma de Occidente
Tras la elección de Urbano VI, algunos cardenales, apoyados por el rey de Francia, Carlos VI, y la reina de Nápoles, Juana de Anjou, alegaron que la elección había sido arrancada con violencia y por tanto era nula y eligieron Papa a Clemente VII. Así se inició el Cisma que duró 39 años.
La desorientación que significó aquello para la Iglesia fue muy grande de forma que, en aquella época, era muy difícil decidir por parte de quien estaba el derecho y así hubo grandes santos que reconocían a uno o a otro papa. La causa principal de este cisma era que los diversos reinos apoyaban, por intereses diferentes, a uno u otro Papa.
Ante este desbarajuste, se convocó el Concilio de Pisa, en 1409, para intentar deshacer este entuerto deponiendo a los papas reinantes y eligiendo uno nuevo, pero no sucedió así, pues ninguno de los dos renunció y los dos colegios cardenalicios que representaban a los dos Papas acabaron eligiendo a un tercer papa, Alejandro VI, que murió al año siguiente y le fue nombrado un sucesor, Juan XXIII.
En esta situación el rey de Alemania, Segismundo, invitó al papa Juan XXIII a convocar un Concilio para regularizar la situación de la Iglesia. Éste lo convocó en Constanza, en 1414.
Este Concilio, después de muchos trabajos, pudo hacer renunciar al papa de Roma, Gregorio XII, a Benedicto XIII no le pudo hacer renunciar, pero Castilla y Aragón que eran los únicos seguidores le abandonaron, y finalmente Juan XXIII, que desde el primer momento pensó que él sería el papa legítimo, huyó al comprobar que no era así y fue perseguido, encarcelado y depuesto por el Concilio. Ello provocó que una minoría conciliarista apoyara la aprobación de un decreto, Haec sancta, que defendía el derecho del Concilio sobre el Papa. Aunque se aplicase esta norma con Juan XXIII no se aprobó este decreto.
Pedro de Ailly y Juan Gerson
Entre los hombres suscitados por Dios para defender la fe y trabajar en restablecer la unidad, hay dos con los que Francia se honra y que fueron también apóstoles fervientes del culto de san José: Pedro de Ailly y su discípulo, Juan Gerson.
Pedro de Ailly, sacerdote, geógrafo y teólogo, fue canciller de la Universidad de París, seguidor del papa Benedicto XIII, fue nombrado obispo de Le Puy y más tarde de Cambrai. En 1411 fue nombrado cardenal por Juan XXIII. En este momento había tres papas en la Iglesia. Con ello se puede ver la división y el desconcierto que existía entre los mismos teólogos en el tiempo del Cisma. Juan Gerson, filósofo, fue alumno y amigo de Pedro de Ailly y sucedió a éste en la cancillería de la Universidad de París.
Fueron grandes colaboradores en los intentos de poner fin al caos de la Iglesia tras el cautiverio de Aviñón. Participaron en el Concilio de Pisa, apoyando las tesis conciliaristas.
Tanto Pedro de Ailly como Gerson tenían una visión en cierta manera profética del recurso supremo reservado a la Iglesia en el culto de san José. Por ello, la propagación de este culto fue una santa pasión que les dominó y coronó todas las luchas de sus vidas.
Pedro de Ailly escribió un tratado sobre Los Doce honores de san José que, según afirma el teólogo Francisco Canals viene a ser uno de los primeros intentos sistemáticos de teología josefina.
Gerson tiene un célebre discurso sobre la Natividad de la Santísima Virgen, pronunciado en el Concilio de Constanza. El grito de su invencible confianza en san José tuvo un acento más enérgico y más arrebatador que nunca. Después de haber resumido su doctrina sobre los privilegios del gran patriarca y sobre el poder de su intercesión: «Mi gran deseo —exclamó— es ver que se celebre en la Iglesia una nueva solemnidad, ya sea en honor del matrimonio de san José, ya sea en honor de su bienaventurada muerte, para que, por la intercesión de María y por la intercesión de un patrono tan poderoso, que ejerce una especie de imperio sobre el corazón de su esposa, la Iglesia sea devuelta a su único esposo, el papa cierto que ocupa ante ella el lugar de Jesucristo».
Ese voto encontró un eco en todas las regiones del mundo católico. En la primavera de 1417 se celebró por primera vez esta fiesta (del matrimonio de san José) y, en noviembre del mismo año, la elección de Martín V terminaba el cisma, se devolvía la unidad a la Iglesia y el papado a Roma; y el fin de esta tempestad, que coincidía con el público homenaje rendido a san José, era como una confirmación divina a las palabras de Gerson: «Cuando el padre reza al Hijo, esta oración tiene una autoridad omnipotente».