La importante obra misional que el padre Montfort desarrolló en los diez años de su apostolado se injerta en una tradición misionera bretona y francesa de mitad del siglo xvi y principios del xvii desarrollada especialmente por san Vicente de Paúl y sus misioneros, pero con notables novedades. Los paúles predicaban misiones mirando de no gravar ningún coste sobre las poblaciones misionadas, mientras que los misioneros montfortianos requerían, para el buen desarrollo de la misión, la ayuda de la gente. San Luis María prefería predicar en pequeñas poblaciones o en los barrios de las grandes ciudades, pero con una actividad que movía a toda la población. La duración de una misión dependía del tamaño de la población o del barrio de la ciudad donde se daba, pero solía durar entre dos y cinco semanas.
El programa de las misiones montfortianas era muy denso y estaba dirigido a todas las personas de la población, hombres, mujeres y niños. El día se iniciaba con la santa misa y a lo largo del mismo había tres predicaciones, catecismo para adultos y niños, rosario íntegro. Todo ello estaba complementado con la creación de un ambiente festivo para alegrar a la población y así procuraba celebrar procesiones, llegando a realizar siete en una misión. Durante el desarrollo de la misión utilizaba medios muy convincentes, como los quince estandartes del rosario, uno por misterio, y una serie de cánticos compuestos por él mismo con la música de canciones muy conocidas. El momento culminante de la misión montfortiana estaba constituido por la renovación de las promesas bautismales. Cada participante, postrado ante el libro del Evangelio, decía: Creo firmemente todas las verdades del santo Evangelio de Jesucristo. A continuación, delante de la pila bautismal se recitaba la siguiente fórmula: Renuevo de corazón las promesas del bautismo y renuncio para siempre al diablo, al mundo y a mí mismo. Por último, ante el altar de la Virgen, se reconocía la propia consagración: Me doy enteramente a Jesucristo por las manos de María para llevar mi cruz en su seguimiento todos los días de mi vida. El santo logró elaborar fórmulas sencillas, un programa claro que tenía en cuenta la sensibilidad de su tiempo, y que no desdeñaba utilizar incluso folletos, como el Contrato de alianza con Dios, una especie de compromiso bilateral que cada uno debía suscribir de propio puño y letra.
Nunca hablaríamos bastante sobre la importancia de los cánticos compuestos por el padre de Montfort que, en veinte años escribió veinticinco mil versos, sobre gran cantidad de temas, contra los libertinos, sobre los esplendores de la oración o el triunfo de la Cruz y naturalmente sobre la devoción a María. Sus cánticos son a menudo verdaderos tratados de teología y de mística, cantados sobre la música de canciones profanas, por ejemplo El triunfo de la Cruz sobre la canción popular Mi dueña es la alegría. Los resultados fueron espectaculares: un acrecentamiento de la piedad en el campo, el culto de la Cruz, del Sagrado Corazón, del Rosario, la erección de numerosos calvarios a lo largo de las carreteras, de los bosques, renovación de los retablos de las iglesias, más respeto a los cementerios, la disminución sensible de los desórdenes, de las violencias, de las borracheras y un afecto reforzado por las peregrinaciones.
Un elemento fundamental en la misión del santo era la erección de una obra que permaneciera en el pueblo y que recordara a toda la población. Normalmente era un vía crucis con un calvario monumental, pero dependiendo de la población también podía ser reparaciones en la iglesia parroquial o la construcción de una escuela.
Es importante destacar, tal como se ha indicado, que en las misiones montfortianas la Providencia jugaba un papel muy importante, pues san Luis María, e igualmente sus sucesores, no aceptaban recibir donativos de personas ajenas al pueblo y lo confiaban todo a la generosidad de la población. La casa donde vivían los sacerdotes y hermanos, durante la misión, era llamada la casa de la Providencia, y allá se recibían los pobres donativos de la población. La obra memorial de la misión era construida por los mismos varones de la población, ellos ponían la mano de obra y los materiales. Debe recordarse como el monumento más conocido el vía crucis de Pontchâteau, que tardó quince meses en ser construido, y debido a su tamaño vinieron a colaborar gente de otros lugares, llegando incluso a colaborar gente procedente de otros países, entre ellos España. La polémica que causó esta bella construcción entre los hugonotes y los jansenistas hizo que el día antes de su inauguración una orden del rey Luis XIV, a través del obispo de Nantes, obligara a su suspensión y destrucción.
El movimiento de renovación espiritual que provocaban estas misiones era muy grande, prácticamente toda la población se confesaba y comulgaba y colaboraba en todos los actos organizados, por lo que aprendían el catecismo e incluso, de paso, aprendían a leer y escribir muchas personas que no habían podido ir a la escuela. Esta era la labor de los hermanos que ayudaban a san Luis en las misiones.
El efecto que producía la predicación de la misión era muy importante para el bien espiritual de la población y así era normal que todos los párrocos de la región solicitaran al padre Montfort y a sus misioneros su colaboración para la recristianización de su parroquia.
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