La batalla para liberar Mosul del Daesh ha dejado al millón de personas que quedan en la ciudad en una situación «muy difícil», contaba recientemente a Alfa y Omega desde Irak monseñor Alberto Ortega, nuncio en este país y en Jordania. Desde la ofensiva del Daesh en 2014, en Mosul «apenas quedan cristianos. Tuvieron que irse para no renegar de su fe»; como los del resto de la llanura de Nínive. Tras expulsar a los yihadistas de gran parte de esta zona, desde el 17 de octubre las fuerzas iraquíes y una coalición internacional disputan a los yihadistas, barrio a barrio, la capital de la provincia. Escasean el agua, la electricidad y los alimentos, y es muy difícil conseguir asistencia sanitaria. Más de 100.000 personas han abandonado la ciudad. «La mayoría están en campos de refugiados», explica el nuncio. Afortunadamente, «está llegando ayuda internacional», y varias instituciones de la ONU «y otras se están empeñando seriamente» en asistirlos. A través de Cáritas, también «la Iglesia intenta ayudar en la medida de sus posibilidades».
Y a medida que el Daesh se retira, nos van llegando noticias de lo que han pasado los cristianos en los territorios ocupados por los yihadistas. Testimonios tanto del triunfo de Cristo, manifestado en los mártires, como de las debilidades humanas, que nos urgen a orar con más ahínco por los cristianos perseguidos en todo el mundo.
Hace dos meses, Ismail (16 años) consiguió escapar de dicha ciudad con su madre viuda Jandark Behnam Mansour Nassi (55 años), después de haber sobrevivido durante más de dos años bajo el terror del Daesh. Actualmente, Ismail y Jandark viven en Erbil, en la región autónoma kurda de Irak. En una entrevista a Ayuda a la Iglesia Necesitada madre e hijo nos ofrecen el testimonio de la situación que han vivido algunos de los cristianos perseguidos en ese país, echando la vista atrás al tiempo pasado en el «Estado Islámico».
El relato comienza con la invasión por los terroristas de su pueblo natal de Bartella en agosto de 2014: «Mi madre y yo –relata Ismail– estábamos en Bartella, una de las aldeas cristianas de las planicies de Nínive. Cuando nos despertamos una mañana de agosto, la ciudad había sido tomada por Estado Islámico. Tratamos de escapar, pero nos secuestraron los yihadistas; fuimos capturados y llevados a Mosul.
»Tenía mucho miedo. Tenían escritos nuestros nombres –recuerda su madre, Jandark–y no teníamos ni idea de dónde estábamos ni lo que iba a suceder con nosotros. Estábamos completamente apartados del resto del mundo. Poco después nos permitieron volver a Bartella; pero en un punto de control nos dijeron que teníamos que convertirnos al islam. Al negarnos a hacerlo, nos pegaron. A mi hijo le llevaron a la cárcel; tenía entonces tan solo catorce años.
»Me llevaron a la cárcel de Bartella –corrobora Ismail–. Un día, un chiita fue asesinado directamente enfrente de mí. Los terroristas me dijeron: “si no quieres convertirte al islam, te pegaremos un tiro también a ti”. Entonces fue cuando me convertí al islam; desde entonces ocultamos que éramos cristianos».
Ismail fue liberado de la cárcel y, con su madre, llevado de un lugar a otro: de Bartella a varios barrios de Mosul; y después al pequeño pueblo de Bazwaya, situado a tan solo unos pasos de Mosul.
«Nos dieron un documento del Estado Islámico que decía que éramos musulmanes –continúa Ismail–. De ese modo podría salir a la calle en Mosul; pero en la calle uno no podía estar seguro de sobrevivir. En una ocasión me golpearon porque llevaba los pantalones demasiado largos. Una vez, cuando me dirigía a la mezquita con los yihadistas, temprano por la mañana, nos encontramos con el camino bloqueado. De repente pasaron a nuestro lado hombres vestidos con un traje naranja, dirigidos a punta de pistola por un grupo de niños del Estado Islámico. Los niños los ejecutaron con placer.
»En otra ocasión me topé con una gran multitud en la calle. Estaban alrededor de una mujer, atada de pies y manos. Los terroristas del Estado Islámico trazaron un círculo alrededor de ella. Si conseguía salir del círculo, la dejarían vivir; pero era imposible porque estaba atada. Mientras que sus familiares lloraban y suplicaban que la perdonaran, los yihadistas arrojaron piedras sobre ella hasta que murió.
»El Estado Islámico me llevó a un campo correccional; allí tuve que dejarme crecer el cabello y la barba. A mi madre le dieron un largo vestido negro; pero no le estaba permitido salir a la calle. Los guerreros del Estado Islámico quisieron que me casara; así podría ser uno de ellos. Repuse que era demasiado joven, que solo tenía quince años. Eso no les impresionó porque incluso niños de trece años estaban casados. Los terroristas me pidieron que me uniera a ellos. Estaban convencidos de que su Estado sobreviviría a todo.
»En el Estado Islámico, obligaron a mi hijo a practicar el islam, y yo fui torturada por no conocer nada del islam y del Corán», corrobora su madre.
»Sí; estoy avergonzado por haber tenido que profesar el islam. Los guerreros del Estado Islámico me obligaron a rezar –dice Ismail–. Me dieron una alfombra de oración sobre la que debía dirigirme a Alá. Los hombres están obligados a rezar en la mezquita los viernes. Quien se atreve a andar por las calles durante la oración del viernes puede ser golpeado. En la mezquita nos decían que los asirios son malos y que los cristianos no tienen la fe verdadera. Mi madre debía rezar en casa, pero no rezó a Alá.
»Entonces, los guerreros del Estado Islámico descubrieron mi cadena con una cruz, señal de que soy cristiano. Los yihadistas me golpearon y me hicieron estudiar el Corán durante un mes. Me daban golpes cuando no sabía responder a sus preguntas del modo en que esperaban de mí; a mi madre la pinchaban con unas agujas largas porque no había estudiado nada del Corán.
»Un día oímos que Qaraqosh, otro pueblo cristiano de la llanura de Nínive ocupado por el ISIS, había sido liberado y que las tropas de liberación habían expulsado a los yihadistas de Bartella. Poco después comenzaron los ataques aéreos a Mosul, y muchas personas huyeron. También el Estado Islámico huyó y, con las prisas, dejaron varias armas. Sin embargo se llevaron consigo a varias personas en su camino a través de Mosul; entre ellos estábamos también mi madre y yo. Durante tres días estuvimos bajo el control de un yihadista.
»Cuando los terroristas estuvieron demasiado ocupados con la batalla, nos abandonaron. De nuevo oímos que el ejército estaba avanzando. Tomamos un taxi hacia el frente, hacia la libertad; pero los yihadistas bloquearon el camino. Más tarde volvimos a intentar escapar. Así terminamos en el frente: francotiradores del Estado Islámico intentaban hacer fuego sobre nosotros. Corrimos a refugiarnos en una casa. Después de varias horas de lucha, mi madre y yo pudimos salir de la casa, portando una bandera blanca. Soldados del ejército de liberación iraquí nos dieron la bienvenida. ¡Éramos libres!».
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