En este año jubilar hemos podido escuchar repetidamente como el papa Francisco insistía en sus catequesis en que una de las prioridades pastorales que tiene hoy día la Iglesia es la vuelta a la práctica del sacramento de la Penitencia. Sin duda ello responde no sólo a la permanente importancia que en la vida cristiana tiene la práctica asidua de este sacramento, sino también al hecho de haber sido tan frecuentemente olvidado en estos últimos tiempos. La explicación de esta triste realidad se encuentra en determinas formas de vivir y pensar muy extendidas en el mundo moderno. La raíz última es siempre una crisis profunda de fe en un Dios de misericordia infinita. Esta crisis de fe se refleja especialmente en diversos aspectos relacionados entre sí. En primer lugar, lo que declaraba Pío XII :«el pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado». Si no hay conciencia de pecado tampoco puede haberla de la necesidad de perdón. Pero aunque no se reconozca el pecado sin embargo se experimentan sus dolorosas y muy frecuentemente trágicas consecuencias. Sin posibilidad de perdón se intenta justificar el mal, no reconociéndolo como tal, e incluso creando la falsa conciencia de que es un bien, pero esta falsificación de la conciencia unida a la convicción de la imposibilidad de ser perdonado es el origen de esta falta de esperanza tan característica de los tiempos actuales.
Son muchos los factores que han dado lugar a esta pérdida del sentido del pecado, concepciones antropológicas negadoras de la libertad humana, relativismo ético, desconocimiento del bien que encierra el cumplimiento de la norma y de un modo especial el orgullo del hombre actual, que no quiere reconocer la necesidad de ser perdonado por el mal realizado. Por eso el papa nos recuerda esta gran verdad: Dios no se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón.
Dios, que cuida tan misericordiosamente de sus hijos ha suscitado en su Iglesia justamente en estas circunstancias santos confesores que, siguiendo la huella del santo Cura de Ars han practicado el ministerio de este sacramento de la Reconciliación con total entrega de su vida, siendo instrumentos de Dios para que millares de fieles experimenten en sus vidas la misericordia del Señor. En este número hemos querido recordar, además del gran santo Cura de Ars, los dos grandes santos confesores del siglo XX: El padre Pío de Petralcina y san Leopoldo Mandic. Se les puede considerar como mártires de este ministerio, no ahorraron tiempo ni sacrificios para poder atender a las inumerables muchedumbres que acudían a sus confesionarios atraídos por la necesidad de recibir el perdón de Dios.
En estos últimos años se ha experimentado en la Iglesia una renovada práctica de la Adoración eucarística. Confiemos que este año jubilar contribuya también a que ocurra algo semejante con el sacramento de la reconciliación, este es el llamamiento del Papa: «Volvamos a poner en el centro –y no sólo en este Año jubilar– el sacramento de la Reconciliación, verdadero espacio del Espíritu en el cual todos, confesores y penitentes, podemos experimentar el único amor definitivo y fiel, el amor de Dios por cada uno de sus hijos, un amor que no decepciona jamás».
«Coeur a coeur». Rasgos de la teología desde el Corazón de Cristo de santa Teresita
Con ocasión del viaje que su hermana Celina realizó a Paray-le-Monial, Teresa le escribió estas palabras: «Pide mucho al Sagrado Corazón. Tú sabes que yo no veo el Sagrado Corazón como todo el mundo. Pienso que el Corazón de...