La Semana Santa, «Taller de santidad»
No podemos por menos que apreciar, valorar y defender las manifestaciones de la piedad popular, a la que sirven nuestras hermandades y cofradías, –son palabras de Mons. Asenjo Pelegrina, siendo aún obispo auxiliar de la sede Hispalense, el día 3 de abril de 2009– cofradías que proclaman en la calle, de una forma extraordinariamente plástica y bella, la Buena Noticia de la Salvación, el misterio pascual de Cristo muerto y resucitado, que la Iglesia renueva y actualiza en la liturgia en los días santos que se acercan. Es verdad que en el inmediato postconcilio, no faltaron voces en la Iglesia que afirmaban que el ciclo vital de las hermandades y cofradías y de todas sus manifestaciones estaba periclitado. Supuestamente habrían cumplido una etapa importante en la vida de la Iglesia, pero ahora estarían condenadas inexorablemente a desaparecer. Hoy nadie se atrevería a hacer estas afirmaciones. Nacidas en la Baja Edad Media, han sido las primeras formas de organización del laicado católico, desarrollando a través de los siglos una función importantísima en la piedad, en el apostolado y en la dimensión asistencial y caritativa.
A lo largo de la historia de la Iglesia, las hermandades y cofradías han sido escuelas populares de vida cristiana, de formación, de espíritu apostólico y de servicio a los pobres, cauce de presencia confesante de los católicos en la vida pública y «talleres de santidad», en frase preciosa del papa Benedicto XVI. Todo ello es hoy más necesario que nunca.
En estos momentos, la Iglesia en España está haciendo un esfuerzo importante por redescubrir la dimensión catequética de sus bienes artísticos y culturales, nacidos primariamente para la gloria de Dios, pero también para la evangelización, para ser, en frase del papa san Gregorio Magno, el Evangelium pauperum, que no significa tanto el «Evangelio de los pobres», cuanto «el Evangelio en piedra, en madera o en metal para la evangelización de los iletrados.»
En barrio de Santa Cruz, «Misericordias»
La imagen del Cristo de las Misericordias es una de la imágenes procesionales de la Semana Santa de Sevilla; esta imagen se venera en la iglesia parroquial del famoso barrio sevillano de Santa Cruz.
La imagen recoge uno de los instantes previos al último estertor, siendo opinión generalizada que su boca se encuentra en actitud de hablar, y que esto junto a su penetrante mirada perdida en lo alto, bien podría recoger el pasaje evangélico en que Jesús se dirigió al Padre preguntándole angustiosamente porqué lo había abandonado «Dios mío, Dios mío, ¿Porqué me has abandonado?».
Construida la imagen para ser contemplada en el retablo de una pequeña capilla, sus dimensiones son inferiores a la de la mayoría de los crucificados procesionales sevillanos, pues mide 167 cms. de pies a cabeza, y 145 cms., de mano a mano. La materia prima en la que fue tallada la obra es madera de ciprés, los ojos son de cristal, y los dientes de marfil. No está documentado quien fuera el artista o artistas que participaron en la hechura de la imagen, aunque se cree, a juzgar por los rasgos técnicos y estilísticos que posee la obra, que se debe a la producción de Pedro Roldán y su taller, datándose su hechura aproximadamente en los años setenta u ochenta del siglo xvii.
Documentalmente consta que en determinados momentos de su existencia la imagen no estuvo debidamente cuidada, sabiéndose además que se aconsejaba su restauración en 1844, por lo que no debía estar en muy buen estado cuando se decidió que procesionase en la Semana Santa de 1905, por lo que se asegura que fue sometida a restauración que llevaría a cabo el escultor Emilio Pizarro y Cruz, que bien podría ser quien le construyera la cruz cilíndrica que sustituyó a la primitiva que era plana, y también quien rebajara la talla de la parte trasera del sudario, para poder acoplar la imagen a la nueva cruz.
Como fruto de las inquietudes de un grupo de personas devotas de la imagen del Cristo de las Misericordias que se veneraba en la iglesia parroquial de Santa Cruz, surge la fundación de esta cofradía, que ve sus primeras reglas aprobadas en tiempos del cardenal Spínola, concretamente el 13 de septiembre de 1904. Estableciéndose en estos estatutos su salida en la tarde del Martes Santo, se produce su primera estación de penitencia el 18 de abril de 1905 desde la iglesia conventual de Madre de Dios (calle San José), ya que el paso que le había sido prestado para la procesión –el del Duelo de la Hermandad del Santo Entierro–, no cabía por la puerta del templo de Santa Cruz. En esta su primera salida contó con un solo paso en el que se contemplaba según diarios de la época el clásico Calvario, compuesto por la imagen del Cristo de las Misericordias, la Virgen de los Dolores, realizada por Emilio Pizarro –actualmente invocada como Santa María de la Antigua–, que iba abrazada al madero, San Juan y las tres Marías.
Esta imagen procesionó hasta año incierto, pero por documentación gráfica se sabe que ya había sido sustituida por la primitiva –obra de Pizarro–, en el año 1926, siendo a partir de este año aproximadamente cuando se cambia la situación de la Dolorosa en el paso, situándose mirando al Crucificado, concretamente a su lado izquierdo.
Jesucristo es el rostro de la Misericordia del Padre
Qué mejor rostro podría simbolizar mejor el contenido del Año Santo que el del Cristo sufriente y expirante pero tan misericordiosos y cálido para con nosotros! Rostro de dolor y de acogimiento a la vez, sufriendo pero recibiendo a cuantos lo miran. Su mirada desparrama las Misericordias a la humanidad entera.
Jesucristo es el rostro de la Misericordia del Padre, nuestro Cristo es el rostro de la Misericordia de nuestro Padre Dios. La misericordia es la debilidad de Dios que se hace compasivo, lleno de ternura ante nuestra pequeñez.
De la Virgen María decimos que es Madre de misericordia en la salve y también decimos que tiene ojos de misericordia, por lo tanto, nuestra devoción a la Virgen la unimos a la de Cristo; los dos están llenos de misericordia hacia nosotros.