Hablar de san Miquel dels Sants, es hablar de la ciudad de Vic. A pesar de que tan sólo vivió ahí trece años, de los treinta y tres de su vida, el patrono de la capital de Ausona es muy querido por sus habitantes ya desde antes de su beatificación el 24 de mayo 1779, siendo entonces papa Pío VI. Y es que Miquel Argemir ya murió con fama de santidad, bien merecida, el 10 de abril de 1625 en el convento trinitario de Valladolid, a causa de unas fiebres tifoideas. Su devoción a la Eucaristía, delante de la cual se había quedado muchas veces en éxtasis llegando incluso a levitar, y su profunda vida espiritual, hicieron que muchas personas acudieran a él a pedirle consejo y a confesarse, como Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, o don Enrique Pimentel, obispo de Valladolid.
Un ejemplo de esta devoción que le tiene la ciudad que le vio nacer, lo podemos encontrar en los versos que se compusieron con motivo de su beatificación:
Vigatà y home de bé
fins ara habian dit
desde el vulgar al polit
que no podia pas ser.
Mas ara, desde que té
Vic un Fill que baratà
Son cor ab Deu clar està
que lo contrari ja dic,
mes si Deu no es fill de Vic
ha tingut cor vigatà.
Es precioso, también, el ver cómo se volcó toda la ciudad para festejar su canonización, que tuvo lugar el 8 de junio de 1862 en Roma, siendo papa Pío IX, con la presencia del obispo de Vic, Dr. Castanyer, los representantes del Capítulo eclesiástico, los delegados del ayuntamiento y distintas corporaciones ciudadanas, así como de un gran número de fieles vigatanos. La celebración que tuvo lugar en la ciudad, que normalmente se celebraba el 5 de julio desde la beatificación, decidió aplazarse para finales de agosto, debido a que la mayoría de los habitantes de Vic trabajaban en el campo y de este modo los trabajos asociados al campo habrían llegado a su fin. La comitiva designada para preparar la celebración decidió que, para tan magno acontecimiento, los festejos durarían cuatro días (del 23 al 26 de agosto). No hubo asociación, calles, conjuntos de vecinos… que se quedaran con los brazos cruzados. Todos colaboraron a darle el tono que merecía tan gran acontecimiento.
La ciudad de Vic también quiso rendir homenaje a su santo patrón con construcciones que han recordado a todas las generaciones que han ido pasando el vínculo existente entre ambos. Son destacables, principalmente, tres lugares: el convento de los Trinitarios que se fundó en 1637 en la calle Sant Pere (tan sólo doce años después de la muerte de san Miquel del Sants y que ya nos indica la fama de santidad que tenía en vida), lugar que acogió las primeras reliquias del santo, consistentes en el vestido con el que se bautizó y la cruz cilicio armada de setenta y dos puntas y que el santo llevaba en la espalda, y también fue donde se celebraron la mayoría de actos religiosos en honor del Serafín de Ausona; en segundo lugar, la capilla pública y oratorio que se erigieron en la casa natal de Miquel Argemir poco después de su beatificación, en 1779; y por último, la capilla de Sant Miquel Xic, que está un poco apartada de la población.
Miguel Argemir i Mitjà, glorioso trinitario, nació en la calle Sant Hipòlit (actual calle de Sant Miquel dels Sants) de la ciudad de Vic el 29 de septiembre del año 1591, fiesta de los Santos Arcángeles, a lo que se debe su nombre. Hijo de Enric Argemir, notario de Vic, y de Montserrat Mitjà, era el séptimo de ocho hermanos, que fueron bautizados todos en la catedral de Vic. Bien pronto, a la edad de tres años, queda huérfano de madre el 31 de enero de 1595. Este hecho no fue obstáculo para que su padre mantuviera un ambiente de piedad en el hogar, con el rezo diario del Rosario o la asistencia al Oficio de Completas todos los sábados en la iglesia de la «Rodona», que en aquel entonces estaba situada delante de la catedral y hacía las funciones de parroquia para toda la ciudad.
Cabe destacar la situación en la que se encontraba la ciudad de Vic en estos primeros años de vida del santo, con continuas disputas entre los cadells y los nyerros que causaban grandes altercados por toda la comarca, llegando a producirse incluso homicidios, entre otros, el del arcediano Pau Fabra, el de Jaume Argila, segunda máxima autoridad en la veguería, y el del alguacil real.
En contraste con estos hechos, y huyendo de este ambiente de odios y venganzas que le rodeaban, Miguel Argemir se adentraba cada día más en el fervor de la vida penitencial y en el recogimiento interior. Oía misa a diario, antes de asistir a las lecciones de la escuela, que empezaban a las siete de la mañana.
Con tan sólo once años, se cree preparado para iniciar la vida eremítica y, tras convencer a dos compañeros, huyen de sus casas para ir a vivir en una cueva del Montseny, haciendo el santo voto de castidad antes de partir. Durante el camino se les aparecieron tres hombres, que ellos tuvieron por ángeles, que los convencieron para que regresaran a casa. Al día siguiente, en el colegio, recibieron el castigo que se daba a todo aquel que se ausentaba del aula: unos azotes, en presencia de todos los estudiantes, sin contemplaciones.
Al cabo de poco tiempo, cuando murió su padre después de enfermar a causa de las tensiones que se vivían con los continuos altercados (entonces era miembro del Consejo de la ciudad), Miguel fue a vivir a casa de su tutor, Joan Taraval, que era comerciante. Iba por la ciudad peregrinando por las puertas de los conventos, con el anhelo de ser admitido en alguna comunidad, pero se le cerraron todas debido a su corta edad y a la poca disposición de sus tutores, que en marzo de 1603 lo colocaron de ayudante en una de sus tiendas. Esta situación tan sólo duró cinco meses, cuando Miguel tomó la determinación de huir definitivamente del mundo y entregarse completamente a Dios. Para ello, tuvo que irse a Barcelona, donde fue admitido en el convento de los trinitarios calzados, que estaba situado en la calle Ferran, donde actualmente se encuentra la iglesia de Sant Jaume.
Vic ya no recuperaría a este hijo suyo hasta unos siglos más tarde, cuándo volvió con la aureola de la santidad que reviste su celestial patronazgo.
A continuación se reproduce un fragmento de una obra de san Miquel dels Sants, El alma en la vida unitiva, que nos acerca a la profunda piedad y al grande celo que tuvo el santo en el cuidado de su alma y de su vida espiritual:
Óbralo Dios en todas las acciones,
compone lo exterior de los sentidos,
sujeta el apetito y las pasiones,
y están ya los afectos consumidos:
trabaja por ganar más perfecciones,
lo ínfimo y supremo están unidos,
de modo que, quitando lo imperfecto,
cada cual en su reino vive recto.
Nada le estorba, impide ni embaraza,
a solo Dios atiende y a Él procura;
en las redes del mundo no se enlaza,
ni la detiene alguna criatura:
que negocie en la calle o en la plaza,
especies no percibe ni figura,
porque es de Dios la casa, grato asiento,
y no recibe huésped de aposento.