Cada año, el domingo siguiente a la festividad de san Marcos, se reúnen en la basílica de santa María de Ujué romeros venidos de toda la zona para honrar a la más antigua de las vírgenes de Navarra. Con gran fervor, generación tras generación y año tras año se repiten las mismas canciones en la misa de los auroros y la emoción se siente en un acto de gran solemnidad que mantiene viva la tradición de una de las romerías más antiguas del país.
En lo más alto de la sierra en la que se encuentra la villa de Ujué, se sitúa la imponente iglesia-fortaleza que guarda dentro la imagen de santa María. Dentro de la basílica, que destaca sobre todo el pueblo medieval, se puede contemplar a Nuestra Señora, «sentada de frente, esbelta, con ese talante grave y majestuoso propio de los iconos bizantinos y románicos, mostrando a Jesús sentado en su regazo y como invitando a los fieles a que vayan a adorarle». El Niño, «sentado, levanta la mano derecha en actitud de bendecir y sostiene con la izquierda el libro de la nueva Ley. La Madre lleva en la mano derecha una manzana, símbolo del pecado de nuestros primeros padres y del que la descendencia de la Virgen nos liberaría». El 8 de septiembre de 1952 fue coronada canónicamente con gran alegría y orgullo para todos sus devotos.
La aparición de la imagen
a Virgen de Ujué, patrona de la Ribera de Navarra, es conocida por todos los navarros y desde hace siglos ha sido venerada como la Madre entrañable de todos. Durante la invasión musulmana fueron muchas las imágenes religiosas que se escondieron para que no pudieran ser profanadas. Tiempo después, al igual que muchas otras, fue hallada la Virgen de Ujué. En el año 758 un pastor cuidaba de su rebaño de ovejas en la alta sierra, cuando vio cómo una paloma entraba y salía del agujero de una peña y, movido por la curiosidad, se acercó con la intención de espantarla. El zagal, sorprendido al comprobar que la paloma no dejaba de revolotear, se acercó y contempló al fondo de la gruta una hermosa imagen de la Virgen María con el Niño Jesús en brazos y, a sus pies, acurrucada la paloma. Cayó de rodillas el muchacho y rezó fervorosamente; después corrió al pueblo a comunicar el hallazgo. Los vecinos acudieron presurosos y comprobaron lo ocurrido. Interpretando la aparición de la Virgen como un deseo de tener en aquel lugar una devota morada, abandonaron su tierra y construyeron un nuevo pueblo en la cumbre, edificando en el centro la iglesia. Así nació esta villa de la Navarra Media, a la que llamaron Ujué, nombre que recibe de la palabra vasca «uxua» que significa paloma.
Signos y milagros
nseguida corrió por toda la comarca la voz de la aparición divulgándose las noticias de los milagros con que la Virgen favorecía a sus devotos. De todos lugares venían peregrinos y su conocimiento y veneración se extendieron por todo el Reino. Desde entonces han sido numerosos los signos y milagros que han acompañado a esta devoción. El primer signo visible fue el despoblarse de las villas cercanas para ir a acomodarse junto a su Madre, dejando lugares más confortables. Otro de los signos, han sido y son las incesantes peregrinaciones que de los pueblos de Navarra suben en romería penitencial hasta la basílica de Ujué.
Entre los numerosos milagros que recoge la tradición se encuentra el ocurrido en el año 1616 durante el incendio que destruyó numerosas riquezas del templo. «Mientras la iglesia ardía, la imagen de la Virgen permaneció milagrosamente ilesa, suspendida en el aire. Y cuando un devoto, arriesgando su vida, atravesó, en medio de las llamas, el templo para salvar aquel tesoro, vio recompensado su esfuerzo al recibir en brazos la efigie que de esa manera quiso premiar y bendecir al que la salvaba de la destrucción».
La devoción de los reyes
s reseñable en la historia de la Virgen de Ujué la especial devoción que los reyes de Navarra le han tenido. Tanto la villa como el santuario han estado especialmente cuidados por ellos en su afán por proteger a la Virgen. Entre ellos destaca Carlos II que fue quien donó la primitiva basílica y otorgó privilegios a la Villa. Al morir dejó por escrito en su curioso testamento que su cuerpo había de reposar en Pamplona, sus entrañas en Roncesvalles y su corazón sería ofrecido a Santa María de Ujué. Desde entonces puede verse su corazón en una urna de cristal. Señal de ello son también las lanzas de las verjas que encierran el presbiterio de Ujué: pertenecen a los navarros que lucharon con Sancho VII el Fuerte en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212. Otros reyes como Carlos III o Doña Blanca dieron también especiales muestras de cariño a la Virgen.
La romería
ero si es destacable la devoción de los reyes, con más motivo hay que hablar del amor que han tenido y siguen teniendo las gentes de los pueblos de Navarra por su Madre. Las romerías que cada año se realizan a Ujué se remontan a una promesa que hizo la ciudad de Tafalla a la Virgen, si la libraba de caer bajo el yugo musulmán. Desde entonces han pasado más de diez siglos y, sin embargo, se sigue cumpliendo con fidelidad la visita de los romeros a su patrona.
Todos los años, los veinte kilómetros que separan la ciudad de Ujué, se llenan de peregrinos que caminan hacia el Santuario. Y no sólo los de Tafalla, sino desde un gran número de pueblos de la zona como Beire, Pitillas, Santacara, Peralta, Olite o Carcastillo que, con el mismo amor y devoción a la Virgen, se unen en la montaña para postrarse a sus pies.
Ese día todos madrugan y se levantan antes del amanecer para congregarse en las respectivas iglesias de sus pueblos, lugar de cita y punto de partida de los peregrinos. Bajo las naves se congregan los romeros vestidos de túnica negra, ceñida por una cuerda de esparto, y rezan antes de salir a caminar en las últimas horas de la noche. Poco después se inicia la marcha precedidos por el párroco, con el rostro cubierto y la cruz al hombro. A menos de un kilómetro del Santuario, en la Cruz del Saludo, se reúnen los peregrinos de todos los pueblos para recorrer juntos el camino final tras implorar la bendición de la Virgen con el rezo de la Salve.
En la llegada a la basílica, se forma una larga procesión con los romeros venidos de distintos lugares de Navarra, y separados por la cruz que cada pueblo lleva encabezando su grupo. Y así van entrando poco a poco y con gran emoción en el recinto sagrado donde ella desde su trono les da la bienvenida.
Una vez dentro, los peregrinos descubren sus rostros y comienzan los actos litúrgicos, cuyo momento central corresponde a la Santa Misa, celebrada con gran solemnidad. La jornada se pasa en la villa con grandes festejos hasta el momento de la despedida y el santo Rosario, tras el cual los romeros regresan andando a sus pueblos de origen.
Es sorprendente ver en estas celebraciones el amor y la fuerza con la que se cantan las canciones a la Virgen y cómo se conserva esta milenaria tradición. ¡Que la Virgen de Ujué siga protegiendo a sus hijos y a toda Navarra en estos momentos de grandes peligros para la fe de esta tierra!