Kenia es una de las potencias del continente africano favorecida por la estabilidad política y el comercio. La cuna de la conocida tribu africana de los Masai, comenzó a sufrir el terrorismo yihadista en el año 1998 cuando la embajada de Estados Unidos en Nairobi, la capital, sufrió un duro atentado en el que perdieron la vida más de doscientas personas. Fue entonces cuando comenzó a sonar internacionalmente el nombre de Al Qaeda, el grupo al que se le atribuyó el atentado, hasta entonces desconocido en Occidente. El pasado Jueves Santo, 2 de abril, Kenia vivió otro duro golpe. Esta vez el objetivo fue la Universidad de Garissa al norte del país, donde los terroristas en este caso del grupo Al Shabab entraron con armas y asesinaron a 148 personas a las que antes preguntaron si eran cristianas. Jueves Santo, día de la Última Cena, se convirtió en el día del martirio de 148 almas que dijeron su último «Sí» a Cristo.
Según el Informe Libertad Religiosa 2014 editado por Ayuda a la Iglesia Necesitada, Kenia no tiene religión de Estado, en teoría permite la libertad de culto, reconocida en su constitución. Existe libertad para que los grupos religiosos desarrollen sus actividades, construyan lugares de culto y para que los habitantes se conviertan a otra religión. Se respeta el papel de la religión en la vida de las personas y no se permite la exclusión por motivos religiosos.
Sin embargo, los musulmanes creen que su libertad de culto está amenazada. La población del norte y de las zonas costeras del país, que siguen mayoritariamente el islam, afirman que están discriminados y olvidados. Se quejan de que se han hecho pocas inversiones en la zona y de que los servicios que reciben son escasos. Algunos musulmanes denuncian que son el objetivo de las fuerzas de seguridad a causa de sus convicciones religiosas. Los grupos islámicos aseguran que la acción policial se dirige a librarse de los letrados musulmanes polémicos. Esta es la razón por la que se ha comenzado a menospreciar al Gobierno central y por la que los grupos extremistas encuentran un caldo de cultivo entre los jóvenes, a los que entrenan como muyaidines, defensores del islam.
Esta situación ha llevado a un ataque directo contra la libertad religiosa. Radicales musulmanes han amenazado a los «infieles», cristianos y miembros de otras religiones, en las redes sociales. En muchos casos, los feligreses de la Iglesia han tenido que ser protegidos por empresas de seguridad para asistir a los servicios religiosos. Por eso, las conversiones del islam a la fe cristiana son pocas y secretas, aunque muy necesarias.
El padre Daniel Villaverde, misionero comboniano, durante más de veinte años en Kenia reconoce que la región del norte es un lugar complicado. La labor de los misioneros allí es principalmente atender pastoralmente a las pequeñas comunidades repartidas en un amplio territorio semidesértico. También tienen escuelas, dispensarios médicos y proyectos de desarrollo entre la población para mejorar su situación, ya sean cristianos y musulmanes. «La convivencia siempre ha sido buena», asegura el padre Villaverde, pero la presencia de grupos radicales procedentes de Somalia y otros países mayoritariamente musulmanes, entre ellos Al Shabab, ha provocado que últimamente los cristianos tengan que celebrar la misa en las iglesias principales entre fuertes medidas de seguridad, «hay policía armada a la entrada del templo y cachean a todo el que quiera entrar».
Grupos como el Consejo Interreligioso, el Consejo Supremo de Musulmanes y el Consejo Nacional de Iglesias de Kenia, han emprendido modestas iniciativas sobre temas sociales y de seguridad. Algunas de sus declaraciones han ayudado a reducir la tensión y evitar venganzas. Pero en ocasiones la religión se instrumentaliza para extender ideologías políticas de poder que generan divisiones.
Las tensiones religiosas y étnicas se incrementaron a partir de las elecciones presidenciales de 2013. Uhuru Kenyatta, de la Alianza Nacional y que había sido imputado por crímenes de lesa humanidad, se alza con la victoria. Esto dio paso a una creciente campaña del Ejército de Kenia contra las fuerzas islamistas de Al Shabab en Somalia, donde los soldados kenianos se sumaron a otras fuerzas militares africanas contra los grupos yihadistas y los piratas somalíes. La presión del Ejército de Kenia provocó nuevas acusaciones de malos tratos a los ciudadanos musulmanes, hasta el punto de que cientos de ciudadanos del norte de Kenia se han visto desplazados a Somalia, donde hay uno de los campos de refugiados más grandes del mundo. La acción militar de Kenia sobre Somalia es otro de los factores de que se haya convertido en el objetivo de grupos yihadistas como Al Shabab. Lorenzo Muthee, keniano y misionero del Verbo Divino, asegura en una conversación con la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada, que «es un problema internacional y la colaboración internacional es fundamental para ayudar a frenar el avance yihadista». Su congregación trabaja también en la zona norte del país en proyectos de desarrollo abiertos a musulmanes y cristianos. Lorenzo reconoce que en este conflicto «los líderes musulmanes tienen que hacer mucho más».
El atentado del pasado Jueves Santo desgraciadamente no ha sido el único. El ataque contra el centro comercial Westgate en septiembre de 2013, situado en un barrio rico de la capital de Nairobi, fue perpetrado por radicales islamistas de origen también somalí. Pretendían castigar así al Gobierno de Kenia por apoyar a la Misión de la Unión Africana en Somalia. Entonces las víctimas fueron personas de todo tipo y condición. Pero en los últimos meses los objetivos han sido los cristianos, buscando de nuevo dividir a la población. En noviembre del año pasado Al Shabab reivindicó el ataque a un autobús en el que se hizo una selección entre los pasajeros que eran cristianos y fueron ejecutados, en total 28 personas. Sólo un mes después se repitió el mismo modus operandi en unas canteras cerca de Mandera, casi en la frontera con Somalia. Este ataque se saldó con la vida de 36 trabajadores cristianos.
Por lo tanto, los cristianos están enormemente preocupados por su seguridad. Sus dirigentes afirman que muchos viven atenazados por el miedo. Los atentados puntuales han desencadenado un estado de tensión que ha llegado a pocos pero graves conatos de violencia. Estos enfrentamientos han provocado el asesinato de un líder musulmán y dos pastores, así como el incendio de una iglesia tras unos disturbios provocados por el asesinato de un letrado musulmán.
Pero los ciudadanos musulmanes de Kenia también se sienten víctimas de un estado generalizado de conspiración. Cualquier incidente o arresto llevado a cabo por las agencias de seguridad, provoca reacciones violentas en pocas horas. Los musulmanes perciben una grave lucha interna entre grupos radicales. Éstos invocan la yihad contra los no creyentes de la región y dirigentes más moderados que quieren vivir en armonía y diálogo con el resto.
La región norte está experimentando corrientes secesionistas, algunas por motivos religiosos. Los movimientos que lo fomentan están vinculados a grupos islamistas que intentan cortar vínculos con las autoridades centrales, a las que acusan de discriminarlos a ellos y a su cultura. «Podemos decir que la sociedad keniata no se ha dejado engañar por el terrorismo y está unida contra la violencia», asegura el padre Daniel Villaverde. Este último atentado ha dejado a toda sociedad keniata conmocionada y quieren unirse para evitar más derramamientos de sangre. Ojalá el testimonio de estos mártires de Kenia sirva para frenar la violencia y acrecentar la fe de la Iglesia en el país africano, para que siga siendo garante de paz. 148 hermanos nuestros han dado la vida por Cristo, su ejemplo de amor ahora quiere dar el relevo a las nuevas generaciones, que la religión no sea motivo de discordia sino de unidad, como Cristo venció al odio en su muerte en la cruz.