Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
Soberana Majestad,
eterna sabiduría,
bondad buena al alma mía;
Dios alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad
que hoy os canta amor así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, pues me criastes,
vuestra, pues me redimistes,
vuestra, pues que me sufristes,
vuestra, pues que me llamastes,
vuestra porque me esperastes,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?
¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
amor dulce, veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme Infierno o dadme Cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme, pues, sabiduría,
o por amor, ignorancia;
dadme años de abundancia,
o de hambre y carestía;
dad tiniebla o claro día,
revolvedme aquí o allí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar.
Si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando.
Decid, ¿dónde, cómo y cuándo?
Decid, dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer de mí? (…)
Vuestra soy, para Vos nací ¿qué mandáis hacer de mí? De nuevo os traigo un poema de corte tradicional, muy en el estilo de la obra poética teresiana y dentro de la corriente literaria de los cancioneros del siglo xvi. Cuánto apreciaba nuestra santa estas composiciones. Aprendió muchas en su mocedad, en aquella época en que tan aficionada era a los libros de caballería que hasta se atrevió a escribir uno de ellos. En sus pesados viajes para llevar a término las fundaciones, aprovechaba el tiempo en transformar el poema que le traía el recuerdo para acomodarlo a su inspiración religiosa, convirtiéndolo de profano en «divino». Alegrar a sus hijas en todo momento, en especial en las recreaciones y fiestas especiales. Romper el ritmo ordinario de la vida cotidiana y cantar y recitar y hasta bailar como modo divertido de alabar al Señor. No se cansaba de repetir Teresa: «Tristeza y melancolía no las quiero en casa mía». Divertirse siempre en sentido etimológico no es irse por sendas distintas y menos extraviarse de la razón de la existencia. Como podemos leer en una cartela en todos los conventos de descalzas «Hermano, una de dos. O no hablar, o hablar de Dios. Que en la casa de Teresa, esta ciencia se profesa». Las recreaciones son ocasión para las alegrías y gozos llenos del candor y la inocencia que nos hace niños. Gozo, alegría para seguir con buen ánimo el camino de más amar, y mejor, a Dios.
La fuerza expresiva del poema se concentra en el estribillo. Imaginad por un momento que estamos ante una declaración amorosa profana. Nos parecería una escena tan bella como atrevida. Una mujer que le confiesa a su enamorado su entrega total, más aun, en el contexto poético de haber nacido para amar, –por imposición del destino–, reconocer «para vos nací». Y en consecuencia, dispuesta a una entrega total: «qué queréis hacer de mí». Este es el punto de partida desde el que arranca la inspiración poética de Teresa. En su pluma toda sensualidad ha desaparecido, e incluso todo lo que puede tener de hiperbólico o de desajustada exageración. En el contexto de un alma en unión con Dios, las palabras se llenan de verdad y adquieren una resplandeciente esperanza. Somos de Dios, hemos nacido para Dios, ¿qué menos, pues, que abandonarnos en Dios? Las glosas, estrofa a estrofa, van desgranando el esquema resumido en el estribillo.
Y primero de todo saber con quién estoy hablando. ¿A quién dice que se dirige su interlocución? La respuesta es anonadante: habla con Dios. Dios es el otro invitado en este locutorio espiritual. Teresa lo sabe. Es con Dios con quien está hablando. ¿Se nos ha olvidado que Dios es el «contertulio» de nuestras inquietudes? La primera glosa nos lo desvela sin contemplaciones. Es Dios, soberana bondad. A quien «hoy os canta amor así».
La siguiente glosa desarrolla sin ambages la correspondencia y entrega total de Teresa: vuestra soy. La entrega y sumisión no es una cortesía debida a reglas de amor establecidas por severos y rigurosos códigos. No, no y no. Es el triunfo del amor nacido del alma. Por todo lo que sabe se entrega: «Me criasteis, me redimisteis, es decir me disteis el sello o signo de la cruz.» Sólo un amor nacido del corazón puede saldar la deuda al verdadero amor. El poema se adentra en esta idea. Sólo el amor compensa al amor que ha llenado de sentido nuestra existencia.
Todas las demás estrofas desarrollan el verso segundo del estribillo. Gozosamente va enumerando contrarios como alternativas en el camino espiritual de Teresa. En una entrega sin escatimar ni rincones ni vericuetos escondidos, todo es bienvenido siempre que venga de la mano del Amado o lleve su sello. «Veisme aquí», como una nueva esclava del Señor que ya sólo es «Dulce Amor». En su palma, con su corazón, pone todo su ser; en cuerpo y alma, su persona entera. Lo demás es cuestión del mismo Dios: vida o muerte, salud o enfermedad, fecundidad o esterilidad, oración o sequedad, sabiduría o ignorancia, etc. es decir, en cualquier circunstancia de la vida; pero con una sola condición: siempre desde el amor. Amar, amar, amar: único fin de la existencia.
¿Verdad que es un plan de vida cuyo secreto es el confiado abandono en un Dios que es Amor? No creáis que sólo es adecuado para la vida consagrada. En la escala del universal camino de perfección, aparece como guía para todos los estados de vida la confianza sin fisuras en la Providencia de Dios. Describe el alma de una monjita del Carmelo; pero marca senda común para los que han puesto su confianza en el Señor.