Hallazgo de la imagen y construcción del monasterio
En el siglo xiv, durante el reinado de Alfonso XI, el pastor llamado Gil Cordero relató que mientras buscaba una vaca perdida una Señora radiante emergía de entre los arbustos. Después de indicarle el lugar que debía excavar para desenterrar el tesoro (la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe), ella pidió que se le construyera una capilla.
Dice la tradición que junto a la imagen encontrada, se conservaban documentos declarando su procedencia: había pertenecido al papa san Gregorio, quien le profesaba suma devoción. El Papa envió la imagen a san Isidoro de Sevilla, por medio de su hermano san Leandro, para que presidiera los destinos de la España recién convertida y unificada. Y cuando la invasión musulmana amenazó Sevilla, los cristianos huyeron, llevándose la imagen, para enterrarla en lugar seguro, como hicieron cerca de Guadalupe donde fue encontrada por el pastor Gil Cordero seiscientos años después.
Alfonso XI ordenó la construcción de una fortaleza con una iglesia adosada donde fue entronizada la imagen, que fue llamada «Guadalupe» por la villa localizada cerca del lugar del descubrimiento. Asimismo, el propio rey de España, Alfonso XI, visitó la capilla después del descubrimiento de la imagen.
Inicios de la devoción
A raíz del descubrimiento de la imagen, comenzaron los milagros y el afluir de las gentes. Ya a mediados del siglo xiv, consta la existencia de una capilla, dotada con algunas tierras, junto a la que se levantaban hospitales para peregrinos y enfermos. El mismo Alfonso XI que había ordenado la construcción del santuario, habiéndose encomendado a la Virgen de Guadalupe en la batalla del Salado contra los musulmanes, le atribuyó su victoria y en agradecimiento declaró al monasterio de patronato real y lo constituyó en priorato.
Es tan grande la afluencia de peregrinos, procedentes de todas partes, que el arzobispo de Toledo, Pedro Tenorio, decidió construir el famoso puente sobre el Tajo que lleva su nombre (Puente del Arzobispo) con objeto de facilitarles el paso. Asimismo, en el año 1389 llegaron al monasterio 31 monjes de la recién nacida Orden de San Jerónimo, llevando al frente a uno de sus cofundadores, el padre Yáñez, a quien Enrique III quería nombrar arzobispo de Toledo, sin que éste aceptase el nombramiento debido a su modestia.
Desde estos momentos la Virgen de Guadalupe no parece cansarse de prodigar sus gracias desde el monasterio. Desde 1226 hasta 1835, el culto a la Virgen llegó a la cumbre de su grandeza y la fama del santuario llegó a todo el mundo, como se ve reflejado en la existencia de nueve códices de Milagros de Nuestra Señora de Guadalupe que testimonian el fervor universal por esta imagen.
Devoción real
La Casa de Trastámara tuvo extraordinaria devoción a la Virgen. A título de ejemplo, para ayudar a Juan I en la batalla de Aljubarrota se vendió el primer trono de la Virgen después de que el propio rey acudiera al priorato pidiendo ayuda económica para la batalla. Por otra parte, Juan II se buscó entre los monjes del monasterio un consejero, a la muerte del valido don Álvaro de Luna. El rey de Castilla Enrique IV y su madre la reina María de Aragón se encuentran enterrados en el Monasterio.
Resulta especialmente relevante indicar que la vida de los Reyes Católicos tuvo una estrecha relación con Guadalupe. En 1464, teniendo Isabel trece años, se celebra en el santuario su primer concierto matrimonial con el portugués Alfonso V, y el segundo en 1469. La Reina visitó más de veinte veces el monasterio con diversos motivos, y siempre en busca de la intercesión de la Virgen, ordenando por último que su testamento fuese conservado siempre en el monasterio. Así, yendo a Guadalupe su esposo don Fernando falleció, quien ya había sido librado por intercesión de la Virgen del atentado que sufrió en Barcelona el 1492.
En este sentido, durante el reinado de Fernando e Isabel tuvieron lugar dos gestas que van a definir para siempre el perfil y la misión histórica de España en el mundo: la culminación de la Reconquista y unidad religiosa por la toma de Granada y la conquista y cristianización de América.
Intercesión en el final de la Reconquista
Durante el transcurso de la guerra en Granada, la reina Isabel, se encomendó devotamente a la Virgen de Guadalupe mediante las oraciones de los monjes. Una vez conquistada la ciudad, en el mismo día, se apresuró a enviar la siguiente carta que se conserva en el archivo del monasterio:
«Devoto Prior: Ya sabéis cómo vos hice saber muchas veces la entrada del Rey mi Señor a conquistar el reino de Granada, por que rogásedes a Dios Nuestro Señor le diese la victoria de aquellos enemigos de nuestra Santa Fe Católica. Agora vos hago saber cómo ya, bendito Nuestro Señor, le plugo dar al Rey mi Señor esta victoria que hoy dos días de este mes de enero, se nos entregó la ciudad de Granada con todas sus fuerzas y sus tierras. Lo que vos escribo solamente para que hagáis gracias a Dios Nuestro Señor que tuvo por bien de vos oír, y dar en esto el fin deseado. De la ciudad de Granada, dos días de enero de 92 años. Yo, la Reina.»
Y además, el 9 de junio fueron los dos reyes a dar personalmente gracias a la Virgen trayéndole innumerables trofeos de la batalla.
Reina de Las Españas
La intercesión de la Virgen de Guadalupe en la conquista y evangelización de América también fue fundamental por cuanto en su monasterio fue donde se firmaron en 20 de junio de 1488 las cartas reales a Juan de Peñalosa, dirigidas a «ciertos vecinos de Palos para que entreguen a Cristobal Colón dos carabelas».
Si por la Virgen pudo comenzarse el viaje, por la Virgen se pudo terminar, porque, cuando al regreso les asaltó durísima tempestad en las islas Azores, se encomendaron a Santa María de Guadalupe, prometiendo ir, aquél a quien designare la suerte, a llevarle un grueso cirio a su casa, siendo el mismo almirante el designado para traerlo. Por eso en el segundo viaje puso el nombre de Guadalupe a la primera isla descubierta –Turuqueira– y a los pies de la imagen (29 de julio de 1496) consagró las primicias espirituales del Nuevo Mundo, ya que hizo bautizar a los dos primeros indios que recibieron este sacramento en España.
Además de lo anterior, los grandes conquistadores de América, habían nacido al amparo de la Virgen de Guadalupe en la región extremeña (Pizarro, Cortés, Ovando, etc.) y habían aprendido desde niños a encomendarse a ella. Por este motivo, trasladaron su devoción al Nuevo Mundo y acudieron a ella en sus momentos difíciles, como hizo señaladamente Cortés, quien, cual prenda de agradecimiento, le envió en una ocasión una hermosa lámpara y un alacrán de oro. Así se puede encontrar el nombre de la Virgen de Guadalupe extendido por toda la geografía americana, desde el Tepeyac, en Méjico, hasta Lima, pasando por Guápulo (Quito), Potosí, Sucre, Pacasmayo, Ica, Chuquiabo, Misque, Trujillo, Cochabamba y Oruro.
Sin embargo, no fue solamente América, sino todo lugar donde lo español puso su planta. El Gran Capitán, su devotísimo, la llevó por Nápoles, Palermo, Mesina. Ella ayudó a Cisneros en la conquista de Orán y Cisneros, en buena ley de caballería andante a lo divino, le envió trescientos cautivos por él libertados para que le dieran gracias, viniendo luego también él para hacerlo personalmente.
Estuvo presente en Lepanto con don Juan de Austria; con Felipe II en la guerra contra los moriscos de Granada; con don Sebastián de Portugal en la guerra de Marruecos (precisamente fue en Guadalupe donde Felipe II negó a D. Sebastián ayuda militar para la guerra en Marruecos) y presidió las negociaciones que llevaron a la unidad ibérica en tiempo de este rey.
La invocó el Conde-Duque de Olivares en la batalla de Fuenterrabía; Álvarez de Sotomayor en la batalla de Budapest contra los turcos (1686), y le envió su corazón para que yaciera siempre a sus pies; el conde de Alcaudete en las batallas de Temeswar (1716) y de Belgrado (1717). La llevaron a Flandes el duque de Alba, a Hungría el emperador Fernando: Carlos V a Alemania; a Inglaterra María Tudor. Todo el esplendor de la España de los Austrias, cuyos reyes la visitaron innúmeras veces, le ofrecieron sus mejores exvotos, propagaron su devoción por el mundo. Hasta Polonia, el Congo, Grecia, conocieron y rezaron al Señor por intercesión de la Virgen de Guadalupe; hasta la lejana India a donde la llevaron los portugueses.
Resultó especialmente notoria la intercesión y el poder de la Virgen de Guadalupe en la liberación de cautivos, de forma tal que a sus devotos se les daba trato de especial vigilancia en los mercados de esclavos de los musulmanes, por la presteza con que alcanzaban libertad. Un cautivo insigne que supo esto por experiencia fue Miguel de Cervantes, quien fue a ofrecerle sus cadenas después del cautiverio de Argel. Ya en el siglo xv daba testimonio un viajero alemán de que colgaban de las paredes del templo cadenas de cautivos liberados en cantidad tal, que no se podrían transportar ni con doscientos carros.
San Juan de Dios quien escuchó en Guadalupe de labios de la Virgen la orden de consagrarse al cuidado de los enfermos, que eran atendidos, por otra parte, en el monasterio con tanto esmero, que llegaron a ser mundialmente famosas sus escuelas de medicina, donde se practicó por vez primera en Europa la autopsia.
La Casa de Borbón, estuvo menos afecta al santuario, si bien recibió también muchos beneficios de la Virgen. El monasterio ayudó a Carlos III en la guerra contra Inglaterra; a Carlos IV contra la Revolución Francesa; a Godoy contra Inglaterra. Y cuando la invasión francesa asoló España, el monasterio se volcó exhaustivamente en ayuda de los patriotas empeñando todas las joyas de la Virgen.
Declive y restauración
A partir del siglo xix vinieron los años de decadencia para el Monasterio. En 1835 la desamortización terminó con lo poco que dejaron los franceses y poco a poco la inmensa mayoría de los españoles olvidaron a la Virgen de Guadalupe. Su monasterio fue en gran parte destruido; sus riquezas aventadas; sirvió hasta de cuartel.
En 1908 comenzó su restauración material y espiritual. Se hicieron cargo de la empresa los franciscanos, que tanto habían propagado su devoción por América. Alfonso XIII y el primado de Toledo la coronaron solemnemente en 1928 como Reina de Las Españas. San Juan Pablo II, durante su viaje apostólico por la Tierra de María, no quiso perder la oportunidad de visitar y rezar ante la Virgen de Guadalupe el 4 de noviembre de 1982.