¿Inclusión? De acuerdo… pero ¿de cuál estamos hablando?

Gavin Ashenden, el antiguo capellán anglicano de la reina Isabel de Inglaterra que fue recibido en la Iglesia católica en diciembre de 2019, explica en The Catholic Herald las diferencias entre dos conceptos, antitéticos, de una de las palabras de moda, «inclusión»:  La inclusión, en términos espirituales, representa la promesa de que la soledad que nace de ser excluido, expulsado, alienado y rechazado, puede ser superada. La venida de Jesús es el mayor acto de inclusión. Hace posible la reconciliación de un pueblo impío con su Dios santo mediante un acto de sacrificio supremo. El precio es el arrepentimiento y la confianza, la inclusión en el perdón sanador del amor de Dios es la promesa del Evangelio.
Traza los contornos de una sonrisa en el rostro de una Iglesia evangelizadora. La inclusión política, por el contrario, es uno de los más perversos mecanismos. La inclusión política se consigue prohibiendo la discriminación. Esta ética pseudouniversalista impide una de las tareas teológicas más importantes que se han encomendado a la humanidad: “la discriminación del bien y del mal”, que significa la capacidad de discernir lo verdadero de lo falso y lo auténtico de lo falaz.
La prohibición de la discriminación en nuestro discurso social, proscribiendo uno de los ejercicios
más importantes que tenemos que realizar, nos convierte en bobos crédulos listos para ser timados por
cualquier vendedor de saldos éticos que se cruce en nuestro camino. La inclusión es, por supuesto, un
burdo truco que pretende incluir a todo el mundo menos a los representantes de la Cristiandad en Occidente»